Jueves, 23 de junio de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Martín Granovsky
Escribe Gabriel García Márquez en “Vivir para contarla” que ese 9 de abril de 1948 aún no le habían servido la sopa en la pensión cuando se le acercó su amigo Wilfrido Mathieu y le dijo: “Se jodió este país”. Para explicarle: “Acaban de matar a Gaitán frente al Gato Negro”. García Márquez corrió hasta el café y alcanzó a ver como se llevaban en ambulancia a Jorge Eliecer Gaitán, el líder liberal de Colombia, un político de centroizquierda que pregonaba la reforma agraria. A Gaitán le dispararon tres tiros en la cabeza. Cuenta García Márquez: “Un grupo de hombres empapaban sus pañuelos en el charco de sangre caliente para guardarlos como reliquias históricas”. Los partidarios de Gaitán, al reaccionar, fueron masacrados. Se salvó un dirigente estudiantil cubano de 20 años, Fidel Castro. Unos tres mil colombianos murieron en el Bogotazo, el alzamiento popular contra el asesinato. Unos 300 mil más morirían después en el período que la historia conoce, simplemente, como La Violencia, y que incluiría un conflicto armado entre el aparato estatal y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, en acción desde 1964. No fue el único conflicto. También cruzaron la historia del siglo XX el narco y la guerra contra el narco y los paramilitares de Autodefensas Unidas de Colombia, financiados por industriales y hacendados.
Hoy, en La Habana, las FARC y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos anunciarán una hoja de ruta para que ese capítulo iniciado en el ‘64 termine muy pronto.
Hasta ahora el cese del fuego era unilateral. Lo habían prometido las FARC y lo violaron solo 10 veces en los últimos 11 meses. Mataron a un civil y a tres militares. Según el Cerac, el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos con sede en Bogotá, se trató del menor índice de violencia en 51 años de guerra. Un récord.
El hecho histórico que se producirá en la capital cubana es que el cese del fuego será, por fin, bilateral y, suponen las partes, definitivo. Colombia ya no vivirá solo un proceso de desescalamiento como hasta ahora, que según el CERAC sirvió para experimentar 1065 días sin tomas de poblaciones, 209 días sin retenes ilegales y 96 días sin ataques contra la infraestructura petrolera. Solo por haber iniciado las negociaciones hace tres años, las dos partes evitaron una cantidad de muertes que, de acuerdo con la tendencia histórica, no hubiera bajado de 1.500 personas. Los colombianos pasarán del desescalamiento a la paz. Las tres letras de la palabra son, sin embargo, de una simpleza solo aparente. Colombia tiene por delante desafíos de desarme, de justicia y de compensación a millones de campesinos desplazados. Pero al menos ganó un horizonte que no tenía. Y con Colombia avanzó toda Sudamérica.
Cuba ya firmó un acuerdo comercial con Colombia.
Al menos en la teoría, puede suponerse que un entorno de paz es un contexto favorable al diálogo entre el gobierno de Nicolás Maduro y los dirigentes opositores. Tanto Cuba como Venezuela fueron claves en reforzar la convicción de las FARC de que se acercaran a las tratativas que les propuso Santos.
Brasil es todavía una gran incógnita, aunque dentro de la incertidumbre una Colombia más estable al menos no echará más leña al fuego que ya encendió el golpe de los esclavócratas.
Para la Argentina el arreglo de La Habana es una buena noticia que seguramente será interpretada con énfasis distintos. Mauricio Macri se siente cómodo con Santos, un exponente pragmático del establishment colombiano. Tuvo información de primera mano porque la semana pasada se entrevistó con Santos en Bogotá e incluso bromeó con él sobre una final entre Colombia y la Argentina. Marcelo Stubrin, el histórico dirigente radical que es el actual embajador en Colombia, interpretó ante la consulta de Página/12 que el proceso de paz será una forma de que la Argentina “supere el aislamiento” que en su opinión mostró la relación entre Buenos Aires y Bogotá. “Siempre las políticas de principio, como la preservación de la paz, convergen con los intereses nacionales”, dijo. “Honramos principios elevados y a la vez la paz nos pone en mejores condiciones para participar creativa y solidariamente en las grandes expectativas que se abren para Colombia”, agregó.
En realidad la Argentina vivió un momento alto de influencia en la realidad colombiana en 2010, cuando el entonces secretario de la Unión Suramericana de Naciones Néstor Kirchner fue el mediador entre la Colombia de Santos y la Venezuela de Chávez, que evitaron una guerra y terminaron firmando el Acuerdo de Santa Marta para reponer embajadores y estimular el comercio. Sin ese acuerdo, con Kirchner asistido por Rafael Follonier y Juan Manuel Abal Medina y en coordinación con Lula, el diálogo de paz como mínimo se hubiera demorado. Habría sido una injusticia con un pueblo que, como diría el amigo de García Márquez, se jodió demasiado.
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