Jue 25.03.2004

EL MUNDO

Aprenda cómo funciona un auténtico zar de la desinteligencia americana

Las explosivas revelaciones del ex agente de inteligencia Richard Clarke están convirtiendo las audiencias sobre el 11-S en poco más que una farsa pobremente organizada. Y la baja principal es George W. Bush hacia su reelección el 2 de noviembre próximo.

Por Rupert Cornwell *
Desde Washington

El fracaso de la administración Bush para evitar los ataques del 11 de septiembre estuvo ayer bajo severo escrutinio, cuando saltó a la luz que dos veteranos expertos en contraterrorismo de la CIA estuvieron tan frustrados durante el verano de 2001 que consideraron renunciar y hacer públicos sus temores sobre un inminente ataque terrorista contra blancos de Estados Unidos. La sorprendente revelación surge en nuevos descubrimientos emitidos por la comisión federal que investiga los ataques del 11-S de 2001. Estos también demuestran que John McLaughlin, un asesor del director de la CIA, George Tenet, le había dicho al panel que él también estaba preocupado porque no se estaba haciendo lo suficiente.
Según este último informe, McLaughlin había sentido “una gran tensión, especialmente en junio y julio de 2001”, entre la necesidad del equipo entrante de Bush de manejar el tema de terrorismo y su propio sentido de urgencia sobre el peligro. Pero Tenet, que trabajó para ambas administraciones, la de Bush y la de Clinton, ayer le dijo a la comisión que la Casa Blanca de Bush era totalmente consciente de la amenaza que significaba Al-Qaida. El problema real, insistió, era que la CIA y las otras agencias simplemente no tenían ninguna información específica sobre cuándo, dónde y cómo se llevaría a cabo un ataque. La inteligencia sugirió que un blanco en el exterior sería más probable, pero los datos no eran específicos. “Lo enloquecedor de esto era que la información no demostraba que los ataques ocurrirían en Estados Unidos.”
El nuevo informe preliminar de la comisión, basado en entrevistas privadas con los funcionarios en sus intentos por destruir a Al-Qaida y a su liderazgo, dice que el esfuerzo antiterrorista no obtuvo ayuda por la larga rivalidad entre la CIA y el FBI. Pero también sostiene que la primera estaba limitada por la confusión sobre si podía legalmente asesinar a Osama bin Laden. En parte por este motivo, la Agencia confió demasiado en que la resistencia antitalibán en Afganistán hiciera el trabajo, aun cuando sabía que esta táctica tenía, en el mejor de los casos, apenas un 20 por ciento de éxito. Pero Tenet dudaba que aún si Bin Laden hubiera sido capturado o muerto antes del 11 de septiembre, esto hubiera marcado una diferencia. Ellos, las células de Al-Qaida ya instaladas en Estados Unidos, “tenían flexibilidad operacional y el plan ya estaba en camino. No creo que el ‘decapitar’ a Al-Qaida los hubiera detenido”.
Más tarde, Sandy Berger, el asesor de seguridad nacional en el segundo período de Clinton, mantuvo que entre 1997 y enero de 2001, el último presidente demócrata había hecho todo lo que podía. “Creí que estábamos en guerra con Al-Qaida”, declaró Berger. El ataque con misiles de crucero de agosto de 1998, en respuesta a los bombardeos de dos embajadas de Estados Unidos en Africa Oriental, le habían errado a Bin Laden por muy poco y muerto a entre 20 y 30 combatientes de Al-Qaida. Pero, al haber continuado bombardeando campos de entrenamientos terroristas en Afganistán y, al matar a unos pocos reclutas, podría en realidad haber fortalecido a Bin Laden, sostuvo, convirtiéndolo en un héroe aún más grande para sus seguidores, y haciendo que Estados Unidos pareciera más débil. Tampoco, añadió Berger, ni el pueblo estadounidense ni la opinión mundial hubieran apoyado una invasión de EE.UU. en gran escala a Afganistán antes del 11 de septiembre.
Pero Las audiencias han sido eclipsadas por las explosivas memorias de Richard Clarke, un alto funcionario de contraterrorismo de la Casa Blanca bajo las presidencias de Clinton y de Bush, quien afirma que el equipo de Bush, en su obsesión con Irak, le prestó poca atención al peligro que significaba la amenaza de Al-Qaida. No es así, contesta la Casa Blanca. El gobierno estaba concentrada en el problema del terrorismo, pero quería aportar un plan de nuevas estrategias. Esa política fue finalmente aprobada una semana antes de los ataques de septiembre de 2001. Pero esta explicación no trata con otro punto de discusión, el parte diario de inteligencia “top secret” al presidente de la CIA el 6 de agosto de 2001, que la Casa Blanca se negó a revelar. Se sabe que este parte advertía sobre la posibilidad de que los terroristas utilizaran aerolíneas para un ataque, lo que lleva a acusaciones de que esta Casa Blanca ha ocultado la verdad.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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