EL MUNDO
› OPINION
EE.UU. ganará, pero ¿y mañana?
› Por Claudio Uriarte
El ejército norteamericano está a la contraofensiva y hay pocas dudas de que logrará retomar las ciudades caídas en los últimos días a manos de los irregulares de Muqtada al Sadr y otras fuerzas locales: es, después de todo, el ejército norteamericano, y sus oponentes son los irregulares de Muqtada al Sadr y otras fuerzas locales. Pero esto, que parece un mero contratiempo, constituye en realidad un nuevo recordatorio de que el cronograma de traspaso del poder fijado por George W. Bush para el 30 de junio es irreal: esas ciudades no fueron arrancadas de manos del ejército norteamericano sino de las fuerzas policiales y paramilitares iraquíes que el ejército norteamericano había puesto a su mando para replegarse él mismo a sus fortalezas en los desiertos circundantes, y se trata de las mismas fuerzas que tendrían la responsabilidad de mantener la ley y el orden en las ciudades una vez que Estados Unidos efectúe el “traspaso del poder” al consejo definitivo de gobierno iraquí el 30 de junio, fueran cuales fueren la alquimia y el preciso reparto de poder que cada grupo étnico y religioso tendrá en él. Si esas fuerzas no sirvieron hasta ahora ni para retener unas comisarías, no se ve por qué su capacidad habría aumentado brillantemente para el 30 de junio, ni por qué el 30 de junio vaya a ser como un sol de legitimidad que bañe dulcemente al próximo Consejo de Poder iraquí de modo tal que todos, incluidos Muqtada al Sadr, se inclinen sobre la majestad de las nuevas-viejas fuerzas policiales y paramilitares repuestas. Parece, más bien, que los norteamericanos deberán replantear su estrategia y que la retoma de Kut, Najaf y otras ciudades va a ser sólo la parte más fácil y menos chocante de ese replanteo.
Es muy difícil, en las actuales circunstancias de flujo y volatilidad políticos en Estados Unidos, anticipar cuál será el curso de ese replanteo, pero algo puede adelantarse: la represión va a aumentar, tanto cuantitativa como cualitativamente, por lo menos en lo inmediato. Cuantitativamente: va a haber mayores envíos de fuerzas y poder de fuego a Irak. Cualitativamente: los norteamericanos –quizá con afiliados locales a ser entrenados con prácticas que no son de preceptor de escuela– van a tener que encargarse del trabajo sucio de la guerra antiterrorista y los allanamientos y capturas casa por casa. Pero esto, como repitiendo la maldición anterior, implica más que un mero contratiempo –político, propagandístico, militar o del tipo que sea– y resulta un nuevo paso atrás en el casillero originalmente previsto, que no era el de una guerra imperialista clásica sino de construcción de una plataforma democratizadora de libre mercado con efecto de derrame benéfico sobre los países vecinos. De la guerra suave se pasa a la guerra dura, de la limpia a la sucia, de la superficial a la profunda, de la democracia al forzamiento colonial y del 30 de junio a quién sabe cuándo. Esto no significa decir que lo actuado hasta ahora por Estados Unidos en Irak es tan irreprochable como las flores de la primavera, pero la ocupación en profundidad de las ciudades implicaría un salto cualitativo que empalidecería todo lo visto en los últimos 12 meses. Y todo eso, en medio de un panorama político inclinado para un George W. Bush a quien las encuestas reflejan cada vez peor (ayer, una dio sólo un 44 por ciento de apoyo a la guerra y de 49 a su gestión), rumbo a su reelección en noviembre, lo que no hace más que replantear las viejas dudas sobre el poder de permanencia física del anómalo imperio sin formación imperial.