EL MUNDO
› HABLA JOSE “PEPE” MUGICA, DEL ENCUENTRO PROGRESISTA-FRENTE AMPLIO
“Los uruguayos de aquí deben votar”
Fue tupamaro, uno de los nueve rehenes de la dictadura uruguaya, diputado y ahora senador por el Encuentro Progresista-Frente Amplio. Y vino a la Argentina a pedir el voto en las cruciales elecciones de octubre próximo. Aquí, José “Pepe” Mugica explica por qué eso es crítico.
› Por Eduardo Tagliaferro
“Este estacionamiento es para senadores”, le dijo un empleado cuando José “Pepe” Mugica llegó con su motoneta a la playa del Senado uruguayo. “Y yo que soy”, entregó por toda respuesta el histórico dirigente de los Tupamaros. La anécdota lo pinta tal cual. Pepe, como casi todos lo llaman en Montevideo, lleva ya cuatro años como senador. Antes fue diputado por el Encuentro Progesista-Frente Amplio por cinco años. En los ‘80 le tocó ser uno de los nueve rehenes de la dictadura militar uruguaya. La mayor parte de su presidio lo pasó aislado y en cárceles militares. Durante dos años estuvo en un pozo subterráneo. “Es cierto, las hormigas gritan”, dice al relatar uno de sus aprendizajes en el pozo. Su paso por Buenos Aires tiene un claro objetivo: conquistar votantes para Tabaré Vázquez. “La Ciudad y la Provincia de Buenos Aires en su conjunto deben ser el tercer conglomerado de uruguayos”, dice para demostrar la importancia de su visita.
–¿Para las próximas elecciones presidenciales, qué peso tiene la comunidad uruguaya en Buenos Aires?
–Bastante. Nuestra preocupación central es pedirle a la inmigración uruguaya en la Argentina que participe de las decisiones que este año se van a tomar en Uruguay. Es muchísimo lo que está en juego. Nadie tiene la bola de cristal, pero lo que se pueda aportar desde acá puede convertirse en un factor clave para decidir nuestra suerte en primera vuelta y para obtener una mayoría parlamentaria a favor del Encuentro Progresista-Frente Amplio. Es un hecho estratégico. Visto en su conjunto, la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires deben ser el tercer conglomerado de uruguayos. Eso es muy fuerte.
–¿Si tuviera que describir el Uruguay, cómo lo haría?
–El Uruguay tiene un endeudamiento feroz para nuestras dimensiones. Tenemos una de las mayores tasas de envejecimiento de América latina. Tuvimos una fuerte emigración durante los últimos años. No es un país pobre, es un país empobrecido. Se ha agotado una etapa en la historia de Uruguay. Una etapa que habrá durado unos 25 años y en la que se priorizó al sistema financiero y a los servicios por sobre la patria productiva. Las consecuencias están arriba de la mesa. El 50 por ciento de los gurises nacen debajo de la línea de pobreza. Hay una serie de indicadores que señalan que vamos a una especie de africanización, si no reaccionamos. Y el momento de reaccionar es ahora. Hay una vieja lucha por los derechos humanos, hay una cantidad de heridas punzantes y sin cicatrizar, pero ahora hay una nueva lucha por los derechos humanos y es por los que están vivos. Le toca a la izquierda nacional tratar de levantar la esperanza y es un desafío enorme. Por eso con una actitud muy abierta, le pedimos a gente que hasta hace poco estuvo con el Partido Nacional o con el Partido Colorado, que nos ayuden. Tenemos que ganar sí o sí. Ya no hay más tiempo.
–¿El contexto latinoamericano les juega a favor?
–Sí claro. Eso es lo favorable. Estamos en mejores condiciones de tener políticas de acuerdo y de carácter regional para aumentar nuestras resistencias para enfrentar las mutuas debilidades que tenemos. Uruguay que es un pequeño país, es una especie de bisagra que ha colocado la historia, un país frontera, un país puente. No podemos, ni queremos resignar nuestro rol. Una cuestión es ser parte de la región, otra es jugar el triste papel de Caballo de Troya del mundo central. Para nosotros es un deber gobernar, para la región también es una obligación que ganemos. Existe el peligro de que Uruguay se convierta en una zona franca del mundo central para explotar las potencialidades de los mercados internos de ésta región.
–¿Batlle es para usted parte de ese Caballo de Troya?
–Es evidente que ha jugado ese papel. Durante los últimos 25 años Uruguay intentó convertirse en una especie de Luxemburgo para carroñear el dinero en negro que se disparaba de acá y de otras partes. Ese es untriste papel. Parte importante de nuestra historia se juega en la Argentina y otra parte también en Brasil.
–¿Qué imagen tienen de Kir-
chner?
–Tomó una Argentina que parecía haber tocado fondo y con un apoyo político relativo. Sin embargo, intentó cambiar esa historia, ejerce el poder, gravita, ha sorprendido con un conjunto de decisiones. Creemos que él también está prisionero de sus circunstancias. Tiene que reconstruir un país al que todos le reconocemos ser inmensamente rico, pero que ha tenido décadas de frivolidad, por decir algo suave.
–Neoliberalismo, dígalo.
–Sí, neoliberalismo. En alguna medida Kirchner está intentando expresar una reacción contra ese modelo. Con las limitaciones objetivas que la realidad le impone. Nos parece que este gobierno tiene mucho para aportar a los uruguayos.
–Recien dijo que, de ganar, les tocará bailar con la más fea. ¿Cómo analiza la experiencia del gobierno de Lula y el comportamiento de la izquierda en Brasil?
–A veces el ser pequeño es un inconveniente. También tiene sus ventajas. Por ejemplo librarnos del alud de problemas que tiene que enfrentar el gobierno de Lula y la responsabilidad cuasicontinental que tiene en resolver las enormes diferenciaciones que hay dentro de ese enorme continente que se llama Brasil. Históricamente América latina es uno de los continentes más injustos que hay sobre la Tierra. Y Lula hereda uno de los países más injustos en cuanto a distribución de la riqueza. Frecuentemente nos olvidamos de los puntos de partida. Por un montón de cosas ustedes fueron, muy tempranamente, una nación muy rica, generaron una cultura y tuvieron protagonismo a escala del mundo. Brasil tiene otra historia. Sigo manteniendo una cuota de credibilidad básica en este personaje de la historia de América latina. Está jugando en el plano internacional una partida que no le hemos visto jugar a ningún país latinoamericano. No sé si le alcanzará la nafta, pero esa es otra historia. Pero está peleando la nuestra también.
–En el 2001 Lula dijo en el Foro de San Pablo que la izquierda podría llegar al gobierno en Brasil, pero no para hacer la política vergonzante de Fernando de la Rúa. ¿Cuáles son límites que un gobierno de la izquierda uruguaya consideraría vergonzante aceptar?
–Nosotros no podríamos aceptar una política que vaya en contra de la expansión del mercado interno. Tenemos que integrar a todos los marginados y no estoy hablando solamente de una cuestión de equidad sino de lógica económica. Tampoco podríamos aceptar una política cambiaria que nos fuera adversa con el conjunto de la región. Eso nos inviabilizaría. Tampoco aceptaríamos ser una quinta columna regional. A escala planetaria, la región intenta recobrar su autoestima y su soberanía. Un gobierno nuestro necesita de una economía que funcione y reparta. Por cierto, no sería nada parecido al socialismo porque no hay condiciones para ello.
–¿Qué expectativa tiene de alcanzar en democracia, algunos de los objetivos que en décadas pasadas se decían que sólo en el socialismo eran posibles?
–Hablamos de un proceso de acumulación. Hay respuestas que no las podemos dar y que van a depender, entre otras cosas, del entorno regional. Si grandes países no pudieron construir sociedades modelos, es más difícil en nuestras circunstancias. En el Frente hay algunos que tienen definiciones socialistas, le estoy dando el punto de vista de Pepe Mugica, está claro. Se podría hablar toda la noche de las formas de ver el socialismo. Estamos de acuerdo con un programa mínimo dentro de este sistema. En realidad el programa no cuestiona la existencia del sistema. También en este acuerdo hay algunas fuerzas políticas que vamos un poco más allá. Pienso que en un país endeudado y pobre no se puede intentar construir ninguna clase de socialismo. Hay que enriquecer la infraestructura material de la sociedad y la propia capacitación de lapoblación. Estoy más cerca de Karl Marx que de Lenin. Pero esto lo veo ahora luego de palpar algunas cosas que pasaron en el mundo. Ni la riqueza, ni la instrucción llevan a vivir en una sociedad articulada en términos socialistas. Pero hay un requerimiento previo, el enriquecimiento material e intelectual de la sociedad. Cuando se quiere repartir la miseria se genera tal resistencia, que se cae en un control represivo que termina en una verdadera burocracia. Pienso que el socialismo es un hijo de la abundancia.
–En la Argentina, una de las críticas más repetidas de la derecha a la izquierda es la falta de cuadros de gobierno y gestión. ¿En Uruguay es igual?
–Esa crítica existe en Uruguay también. Una de las cosas más curiosas del Uruguay es que una parte sustantiva de los cuadros técnicos de gobierno son de izquierda. Como herencia de nuestra cultura. Están en todas partes en las que se le pueda ocurrir el Estado. En empresas estatales y otros lugares. Ahora bien, la izquierda ni tiene noticias de ello. Es un dato sociológico. En Uruguay la izquierda es tan generosa que hasta le brindó algunos cuadros a la derecha. Cuadros que llegaron a ser ministros de Economía. Esta es una crítica superficial. Es lógico que tengamos dificultades en la gestión porque nunca hemos sido patrones. Como tal no representamos ese mundo patronal. Somos campeones en la reivindicación, pero no asumimos la responsabilidad en la pirámide social. Representamos a los sometidos y no le pidan al mundo sometido que tenga capacidad de dirección. Es un proceso que hay que cumplir. Ahora bien, estamos fundidos y pelados por cómo vienen gestionando. Entonces que se dejen de joder con esa chicana.
–Tardíamente algunos sectores en la Argentina valoraron la experiencia uruguaya de realizar plebiscitos para decidir las privatizaciones de empresas públicas. ¿Cómo vivieron ustedes la experiencia inversa. La privatizadora a ultranza?
–El recurso del plebiscito nos sirvió más de una vez para ponerle un palo en la rueda al recurso neoliberal. Ha mitigado el efecto. En el ‘92 y el ‘93, las conquistas de Menem eran muy festejadas en Uruguay. Por suerte nuestra Constitución preveía el recurso del plebiscito. Es una herramienta muy tradicional, nos viene desde hace mucho tiempo. La experiencia de lo que estaba pasando en la Argentina rebotaba en Uruguay. La pena del otro nos sirvió para avivarnos. No hay que creer que somos geniales. Lo que estaba pasando en la Argentina aparecía como una joda muy grande.