Mar 01.06.2004

EL MUNDO

La vida tras la valla en Gaza

Un recorrido por el interior de la cercada ciudad palestina muestra el hacinamiento y las carencias de sus habitantes.

Por Jorge Marirrodriga *
Desde Gaza

A Tamer Muhaimar, de 21 años, le gusta estar a la última moda en Gaza. Un teléfono móvil, unos pantalones Lee –originales, no falsificados–, escuchar música rap y navegar por Internet son todas sus aficiones y prácticamente todo su horizonte vital. Y se puede considerar un afortunado. Su padre trabaja en la Seguridad Palestina y recibe un sueldo todos los meses que lo ayuda a sufragar sus estudios en la Universidad Al Azhar, una de las cuatro existentes en la Franja. Su primo Ahmed, de 35 años, ya ha dejado de tratar de evadirse mentalmente y quiere simplemente irse del territorio. “Vivimos encerrados tras una valla. Quiero marcharme y olvidar esto. Aquí la gente se vuelve loca”, comenta.
Gaza está rodeada por una verja que comenzó a construirse durante las conversaciones de Oslo entre el gobierno de Israel y los representantes de la Organización para la Liberación de Palestina. A mediados de los ‘90 ya estaba terminada. Dentro de ella quedaron 1.300.000 palestinos con una densidad de población de 14.000 personas por kilómetro cuadrado. “Antes, era posible salir por dos puntos, por Eretz, al norte, para ir a trabajar a Israel o visitar familiares en Cisjordania, o por Rafá, al sur, para visitar a familiares en Egipto. Y esto sólo unos pocos afortunados. Ahora las dos fronteras están cerradas todo el rato”, apunta Ahmed, que abandonó los estudios de informática y sueña con un futuro mejor en Europa.
En Gaza no hay cines, ni teatros, ni centros de entretenimiento. Un pequeño parque en el centro de ciudad de Gaza y la playa en verano son prácticamente todas las diversiones que existen al aire libre. La televisión ocupa la mayor parte del ocio de los habitantes de la Franja, donde a través de las antenas parabólicas tienen acceso al mundo exterior. A través de la televisión conocen de primera mano la situación en Irak, pero también reciben constantemente los mensajes de cadenas en manos de organizaciones radicales como la libanesa Al Manar, propiedad de Hezbolá, donde se exalta constantemente el “martirio”, es decir los atentados suicidas. Las familias se agrupan en una sola vivienda a la que van añadiendo pisos para los nuevos miembros, por ello las ciudades parecen constantemente en obras y las casas parecen inacabadas, dejando al aire vigas en sus azoteas. Normalmente cada familia ocupa un piso, pero en muchos casos cada familia ocupa una habitación. “Aquí no sólo falta el trabajo, lo que falta es el dinero”, se queja en un perfecto castellano Adán, un profesor que todas las tardes trabaja de portero en un pequeño hotel para tratar de ganar una cifra mínima al mes que permita la subsistencia de su familia. “Y encima tengo suerte”, reconoce. La tasa oficial de desempleo para todos los territorios palestinos es del 40%, pero en Gaza puede alcanzar perfectamente el 60%.
Hasta 200.000 palestinos llegaron a tener permisos de trabajo para trabajar en Israel, convirtiéndose en el principal sostenimiento de la economía de Gaza. En la actualidad apenas son 25.000, de los que unos 5000 trabajan en la zona industrial de Eretz, esto es, al lado de la Franja. Sin embargo, desde el pasado 22 de marzo ningún palestino de Gaza ha podido entrar en Israel para trabajar. Los días que pueden tienen que presentarse en la frontera a las tres de la madrugada. Con un poco de suerte, a las siete habrán cruzado. Los niños respiran este ambiente desde el primer momento. Los colegios –muchos de ellos gestionados por la ONU y otros por la Autoridad Palestina– tienen tal cantidad de alumnos que los organizan por turnos y las clases duran apenas unas pocas horas al día y los pequeños no pueden permanecer en ellos, pero tampoco pueden volver a sus atestadas casas. Resultado: los niños pasan la mayor parte del tiempo en la calle. “Es segura, se encuentran en la zona”, es una frase que repiten las madres de Gaza. Y es cierto que son excepcionales los casos de desapariciones, pero en cambio los accidentes son frecuentes. La política y el juego se mezclan constantemente. Los niños no juegan a “policías y ladrones”, sino a “israelíes y palestinos”, y participan normalmente en las manifestaciones políticas, cuando no en los enfrentamientos con los israelíes. En la mayor parte de las universidades los jóvenes son segregados por sexos. Las relaciones sexuales son un tabú que muchos explican con ironía: “En Gaza es imposible estar solo”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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