EL MUNDO
› QUE SE ESPERA EN IRAK DEL NUEVO GOBIERNO INAUGURADO ESTA SEMANA
El vaso medio vacío y el medio lleno
Seis días atrás, y con una anticipación de 48 horas, Estados Unidos traspasó el poder formal en Irak a un nuevo gobierno local. En esta nota, una periodista recoge los testimonios y opiniones de los iraquíes comunes sobre el flamante Ejecutivo del premier Iyad Allawi.
Por Angeles Espinosa *
Desde Bagdad
Los carteles que anunciaban la devolución de la soberanía para el 30 de junio exhibían tres piezas de cerámica azul: una media luna con la inscripción gracias a Dios, un amuleto contra el mal de ojo y un perfil de Irak. “El Irak que nos devuelven está vacío –apunta Samir al Hiyazi, un sunnita bastante escéptico sobre las bondades de la ocupación–: por eso colocan el amuleto.” “Es el primer paso”, lo corrige Hussein Ali, un chiíta que quiere creer en “el Irak de la paz y la esperanza” que el cartel presenta como el nuevo Irak. Ambos coinciden en que la soberanía que el lunes les entregaron los norteamericanos era suya por derecho y saben que ese día a las 10.26 de la mañana no se produjo ningún milagro.
“Los problemas que no se han resuelto en un año no pueden resolverse en 24 horas sólo porque hayamos cambiado de gobierno”, explica realista Hussein. “No hemos cambiado de gobierno sino cómo llamamos al gobierno”, rebate Samir. Desconocedores del juego de la democracia, muchos iraquíes ven en las ambiciones políticas de muchos miembros del antiguo Consejo de Gobierno un intento de perpetuarse en el poder colocando en los ministerios a personas de su confianza. No ayuda que el Ejecutivo de transición siga reuniéndose en el mismo pabellón que aquella presidencia colegiada. O que aquellos miembros del Consejo que no han recibido responsabilidades en el nuevo gabinete se hayan reservado escaños en la futura Asamblea Nacional transitoria.
La cautela de los iraquíes de la calle es comprensible tras las numerosas decepciones que han vivido. Aún así, subyace una voluntad de optimismo, de querer creer que las cosas irán mejor. El 60 por ciento de los iraquíes contestó a la última encuesta de la CPA el pasado mayo que el gobierno provisional mejoraría la situación. El 62 por ciento se mostró convencido de que la policía y el ejército iraquíes podrían mantener la seguridad sin las tropas que dirige Estados Unidos. Y eso a pesar de que hasta ahora los soldados y policías iraquíes no han logrado marcar ninguna diferencia en la lucha contra los insurgentes.
Algunos observadores confían que, liberados de las “consideraciones occidentales” (procedimientos aceptables, respeto a los detenidos, etc.), las fuerzas iraquíes pueden ser más efectivas. “Los iraquíes conocemos nuestra sociedad y sabemos cómo tratar a los culpables de las fechorías”, coinciden muchos entrevistados. Pero no hay que olvidar que, de los 260.000 agentes que los ocupantes han dejado en el país, apenas 5400 soldados y 30.000 guardias civiles están preparados para la lucha antiterrorista. El resto son policías, una gran parte de ellos dedicados a la protección de instalaciones.
“El gobierno afronta el desafío de los terroristas y los leales al antiguo régimen que tratan de demostrar a la población que las nuevas autoridades son incapaces de protegerla”, asegura el jeque Humam Báquer al Hamudi, asesor político de la Asamblea Suprema para la Revolución Islámica en Irak (ASRII), el principal partido chiíta, con dos ministros. Por eso cree que en los próximos tres meses va a seguir habiendo enfrentamientos. “Si el nuevo gobierno prueba a los iraquíes su independencia, logrará la victoria”, vaticina convencido de que la gente los apoyará y será más fácil avanzar en la seguridad. “Hay dos teorías para tener un país más seguro –explica–: la americana que exige más policías y la nuestra que es ganar la confianza de la población.”
Pero quienes niegan el nuevo Irak, apenas dan dos meses al nuevo gobierno. “Se está preparando una insurrección sunnita en todo Irak”, explica una fuente próxima a la resistencia. “El silencio de Faluja es porque le hemos dado unos días al nuevo gobierno, pero en el momento en que los marines den un paso en falso, todo volverá a estallar”, advierte este hombre cuyasmanos quemadas recuerdan su pasado en el programa de armas químicas de Saddam.
Dos son los principales argumentos que utilizan estos renuentes: la presencia de las tropas extranjeras (165.000 soldados) y la falta de seguridad a pesar de todo. Olvidan, sin embargo, los grandes avances que se han producido durante el año en curso: desde las libertades de expresión y de asamblea hasta la liberalización del comercio o la inversión extranjera. Hay otras mejoras que van a un ritmo demasiado lento.
Alaa al Aluan, el nuevo ministro de Sanidad, ha reconocido que en su ámbito “apenas se ha hecho una mínima parte de lo que se necesita”. Aun así, hay avances tangibles: los brotes de tifus y cólera que surgieron tras la guerra están controlados, la campaña de vacunación se ha llevado a cabo y se han rehabilitado numerosas infraestructuras. Ya antes de que se transfirieran las competencias de Sanidad el pasado abril, ese ministerio contaba con un presupuesto para este año de 948 millones de dólares, muy por encima de los 16 millones que Saddam le asignó en 2002, pero aún por debajo de las cifras que se manejaban 15 años atrás.
El mismo síndrome de la botella medio vacía o medio llena se vive en el terreno educativo. Aunque de unos índices de asistencia a la escuela del 60 por ciento tras la guerra se ha conseguido un 95 por ciento durante la semana de exámenes de fin de curso el pasado mayo, aún hay un 30 por ciento de las escuelas que tienen que soportar dos y tres turnos para atender a todos los alumnos. Según un informe del Banco Mundial, además de reparar las 3000 escuelas bombardeadas, saqueadas o quemadas, Irak necesita 4500 nuevos colegios. En el haber, la mejora de los salarios de los profesores que, como los del resto del funcionariado, han pasado de tres dólares al mes a una media de 120.
Un sector clave para la economía del país, el petróleo, ha sufrido mejoras y retrocesos. El pasado marzo se lograron los niveles de preguerra con una producción de 2,5 millones de barriles diarios. Desde entonces, los actos de sabotaje (estimados en 200 millones de dólares) han hecho descender la producción hasta paralizarla, aunque en vísperas del traspaso de soberanía volvieron a alcanzarse los 2 millones de barriles. Antes del embargo, Irak alcanzó los 3,5 millones, pero con las segundas reservas mundiales conocidas, muchos expertos estiman que podría llegar a 6. Las inversiones necesarias para ello requieren solucionar antes el problema de la seguridad.
Así lo ha entendido Iyad Allawi, el nuevo primer ministro, quien estudia declarar el estado de excepción si la violencia continúa en los niveles actuales. Allawi, cuya designación como jefe del Gobierno hubiera despertado rechazo un año atrás por su pasado baazista, ha recibido ahora al menos el beneficio de la duda entre sus conciudadanos. “Vamos a ver qué tal lo hace en los próximos meses”, responden iraquíes de diversas tendencias.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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