EL MUNDO
› OPINIÓN
El candidato Jack Daniels
› Por Claudio Uriarte
La extraordinaria atención concedida esta semana al nombramiento por John Kerry de John Edwards como candidato a vicepresidente de Estados Unidos en las elecciones del 2 de noviembre próximo da la pauta del estado preocupante de la campaña de Kerry mismo, así como de las singularidades de lo que está resultando un año electoral bastante atípico. Con la excepción del formidable Sr. Petróleo que es el actual vicepresidente Dick Cheney, el número 2 de Estados Unidos es una figura tradicionalmente incolora (“Soy esencialmente decorativo”, solía decir Hubert Humphrey), encargado de representar a su país en bodas y funerales de Estado, de depositar el ocasional voto de desempate si una medida del Senado está repartida entre 50 y 50 senadores y de ascender al poder sólo en el raro caso de que el presidente en funciones sea destituido o muera. Pero con Edwards todo resultó distinto, por la esperanza de que su calidez sureña ayude a rescatar al más frío Kerry del curioso empantamiento en que se encuentra, donde Bush pierde puntos de popularidad sin que el demócrata levante los suyos. Se lo vio, en cierto modo, como una generosa infusión de buen bourbon tenesiano Jack Daniels para compensar un gélido cóctel de almejas de Nueva Inglaterra. El furor por la figura del vicepresidente llegó a contagiar al propio Bush, quien, interrogado sobre Edwards, dijo que la diferencia era que “Dick Cheney puede ser presidente” (y de hecho, pese a sus problemas cardíacos y a una salud en general hecha a base de los huevos y la panceta de su nativo Wyoming, a veces parecería que efectivamente lo es). Pero el fenómeno del candidato Jack Daniels va más allá de la simplificación de un Kerry distante y un Edwards optimista y acogedor. Después de todo, Kerry es un excelente orador, y Edwards se levantó de la humildad de sus orígenes como abogado litigante; la astucia y la falsedad no están nunca demasiado lejos de él, y la campaña republicana no debería enfrentar problemas en encontrarle dos o tres casos de comportamiento non-sancto. La singularidad del candidato Jack Daniels se explica por la singularidad de este año electoral.
Tradicionalmente, el electorado norteamericano vota según cómo le va en la feria, es decir en base a la economía. La política exterior suele ocupar un distante segundo lugar o no existir en absoluto en la preocupación de los votantes, aunque el desenlace de la guerra de Vietnam y luego la toma de los rehenes norteamericanos en Irán tuvieron un papel tanto en el ascenso como en la salida del poder del ex presidente Jimmy Carter. Pero este año, las cosas no están sucediendo de acuerdo al guión. Desde por lo menos marzo, y después de tres años deprimentes de recesión, recuperación sin empleos y temores de caída en una deflación, la economía norteamericana se ha puesto en marcha, generando unos 300.000 empleos por mes, justamente lo que Bush había prometido, y sin embargo la tasa de popularidad del presidente se mantiene bajando, y se encuentra hoy por debajo del 50 por ciento. Es cierto que en junio se registró cierta desaceleración (con poco más de 100.000 empleos generados); es cierto también que la tasa de desempleo se mantiene inamovible, en un 5,6 por ciento desde el año pasado, y que posiblemente la “sensación económica” (como nuestra “sensación térmica”) todavía no comunique las buenas noticias generales, pero estas serían normalmente razones para que el presidente mantenga su popularidad un poco estancada, no para que la pierda. El empantamiento en Irak puede ser una explicación, pero difícilmente lo explique todo si se tiene en cuenta que este mes, recién 16 meses después del inicio de la guerra, la Coalición cumplió sus primeros 1000 muertos (unos 800 de ellos norteamericanos), cuando en la guerra, y con conscripción obligatoria y no ejército profesional como ahora, los muertos llegaban a 3000 en un solo mes.
En este contexto, puede ser que, en un plano, Kerry no esté estancado por ser poco fogoso, sino por lo contrario. Aunque carece de la demagogia vulgar y clintonesca de Jack Daniels, el hombre de Nueva Inglaterra es un político del molde de Edward Kennedy, agudo en sus ataques a los privilegios de los ricos y las corporaciones y progresista en cada aspecto de política social que uno se pueda imaginar. En otras palabras, se encuentra a la izquierda del cuadrante político general del país, mientras Jack Daniels, con sus vaguedades y su identidad sureña, es una especie de garantía de moderación que podría ayudar a atraer a la candidatura demócrata a los llamados “estados oscilantes” que decidirán la elección en noviembre. En este sentido, puede darse la paradoja de una oposición que trate de ganar fuerzas por medio de una sutil inflexión hacia la derecha.