Vie 30.07.2004

EL MUNDO  › JOHN KERRY ACEPTO LA NOMINACION DESAFIANDO EL LEGADO DE BUSH

Con el tono de comandante en jefe

En el discurso más importante de su carrera política, el senador demócrata John Kerry asumió la postulación de su partido para las elecciones de noviembre subrayando su experiencia militar y su capacidad para unir a los norteamericanos contra las políticas divisivas de la Casa Blanca. Y produjo un formidable alegato contra los cuatro años de George W. Bush.

› Por Claudio Uriarte

“Soy John Kerry, y estoy reportándome para cumplir mi deber.” Con estas palabras, acompañadas de la venia, John Forbes Kerry inició ayer un decisivo mensaje de 50 minutos de aceptación de su candidatura para convertirse en el 44º presidente de Estados Unidos. Después de las presentaciones por sus dos hijastros y sus dos hijas, de la proyección de un video de 10 minutos que hizo un fuerte énfasis en el desempeño heroico de Kerry en la guerra de Vietnam, de la presentación de 11 de sus compañeros en el barco rápido en que navegó como teniente de Marina en el delta del Mekong y de una vibrante y optimista presentación del candidato por Jim Ressman, el soldado de las fuerzas especiales a quien salvó la vida bajo fuego enemigo, y del veterano lisiado Max Cleland, quien en una silla de ruedas calificó a Kerry como “mi hermano, mi amigo, mi héroe”, el nuevo JFK se lanzó a la misión más jugada y más difícil de su vida: combinar su oposición tajante al legado de los cuatro años de George W. Bush con el discurso de un unificador, el candidato presidencial que se eleva por encima de las políticas de división y de odio de su adversario para redefinir una idea de Estados Unidos. “Hablan de estados rojos (por los republicanos) y de estados azules (por los demócratas); nosotros hablamos de unos estados rojos, azules y blancos: los Estados Unidos de América”, dijo en la parte culminante del tramo de su discurso que más abundó en este tema.
El Centro de Convenciones Fleet de Boston se hallaba atestado y cargado de expectativa y emoción cuando Kerry inició su aceptación de candidatura. El tono patriótico fue muy intenso, comenzando por la evocación de su nacimiento en un hospital militar de Colorado y de Kerry padre primero como combatiente en la Segunda Guerra Mundial y luego como diplomático del Departamento de Estado destacado en la misión norteamericana del Berlín de la inmediata posguerra. Kerry estableció un contrapunto permanente entre el presente y lo que se propone hacer: prometió ser un presidente que nunca engaña al pueblo norteamericano, tener un vicepresidente que no se reúna en secreto con contaminadores ambientales para diseñar la política a su antojo, a un secretario de Defensa que escuche las opiniones de los militares. Cuando presentó a John Edwards, su compañero de fórmula, lo hizo calificándolo como “la historia del sueño americano, el hijo de un minero que será un vicepresidente que no será como Dick Cheney”. El optimismo también figuró muy alto en su lista de prioridades: “Nos dicen que la exportación de puestos de trabajo es buena para la economía, que nada puede estar mejor. ¡Nosotros somos los optimistas!”. Y entonces, tras recordar cada una de las lacras heredadas de la administración Bush –las reducciones de impuestos para los ricos, las cancelaciones de los seguros de salud, los chicos que quedan fuera del sistema educativo, el desempleo, la angustia de los padres que no saben si sus hijos volverán alguna vez de Irak–, Kerry repitió sucesivas veces la consigna, que poco a poco empezó a ser coreada por la multitud: “América puede hacerlo mejor. ¡La esperanza está en camino!”.
El candidato no dejó dudas de su compromiso con la seguridad, pero desmarcándose fuertemente del empleo de esa prioridad por los republicanos. Recordó que, en las horas y días posteriores al 11 de septiembre, “no éramos demócratas ni republicanos; éramos todos norteamericanos: ese día, el peor que hayamos vivido, hizo aflorar lo mejor de nosotros”, y lo comparó con las políticas de ofensa e insultos con que la Casa Blanca se ha dedicado a denigrar la campaña demócrata. Subrayó la diferencia diciendo que “hablar de las armas de destrucción masiva de Irak, de una guerra barata y de Misión Cumplida no es sostener los ideales, son puros eslóganes”. Se comprometió a la reforma de la inteligencia “para evitar que jamás pueda volver a ser usada para fines políticos de un presidente” y prometió restaurar la tradición de que “Estados Unidos nunca inicia una guerra porque quiere, sino porque no tiene más remedio. Necesitamos un comandante en jefe que pueda mirar a lospadres de los chicos que va a mandar al combate directamente a los ojos para explicarles que no había otro remedio”. Señaló a la vasta bandera norteamericana que cubría el cielorraso del podio y declaró que “no pertenece a ningún presidente, a ninguna ideología, a ningún partido; pertenece a todos los norteamericanos” (ante lo cual arreció el clamor de “USA, USA!”); se juramentó a derrotar a los terroristas y ganar la guerra de Irak recomponiendo las relaciones con los aliados, e hizo una defensa de los “verdaderos valores familiares” contra unas políticas destinadas solo a favorecer a las corporaciones. Y golpeó fuerte al defender una política de energía “que no dependa de la familia real saudita”.
Un eje del discurso fue claramente arrebatarle a Bush, el evasor de Vietnam, la bandera de comandante en jefe y de presidente de guerra. Otro, mostrar que la regeneración estadounidense y el triunfo contra el terrorismo deben comenzar por casa. El tono fue serio, intenso y pasional. Las encuestas de los próximos días empezarán a contar el desenlace de la historia.

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