Dom 29.08.2004

EL MUNDO  › OPINION

Candidato George W. Kerry

› Por Claudio Uriarte

John Forbes Kerry no es George W. Bush. Para empezar, no fue un desertor de guerra; para seguir, es el senador con la cantidad de votos más progresistas de la Cámara alta (superando incluso a su mentor Edward Kennedy), y, para finalizar, es una persona responsable. Pero, contrastando lo que dice con lo que puede hacer, las desemejanzas de una posible administración Kerry con la de W. se achican vertiginosamente. Eso no es por culpa de Kerry –al fin y al cabo, todo político miente en una campaña electoral, aunque crea que es sincero–, sino porque los cambios operados por Bush en Estados Unidos y en la escena internacional son demasiado profundos para que desaparezcan con un toque de magia presidencial. En otras palabras, el Estados Unidos de los años de Bill Clinton no podrá ser reconstruido de nuevo, excepto al costo de enormes sacrificios cuya mención brilla por su ausencia en la propaganda demócrata. Cerrar el déficit de 500.000 millones de dólares creado por la redistribución regresiva de la riqueza de Bush demandará no sólo rescindir los privilegios tributarios concedidos a los más ricos, sino aumentar los impuestos sobre la clase media, lo que no puede sino generar un efecto depresor sobre la economía (ver Suplemento Cash, página 7). Y la ocupación más o menos unilateral de Irak está para quedarse, por más que Richard Holbrooke, Joseph Nye y demás asesores de política exterior de Kerry fantaseen con la vuelta a una edad dorada de cooperación multilateral. Europa no va a ayudar a Kerry porque sepa hablar francés, porque la brecha que separa a Estados Unidos del núcleo francoalemán del Viejo Continente es de intereses, no de personalidades.
¿Qué puede hacer Kerry distinto de Bush? Muy poco. Desde muchas partes se ha advertido del peligro que representaría W., que es un extremista de derecha certificado, en un segundo mandato, donde quedaría con las manos libres de los condicionantes electorales que tienden a presidir sobre el primero. Pero esto no es tan así. Como se ha visto en los últimos tres años y medio, ni esos condicionantes ni la exigüidad (o inexistencia) del mandato electoral de Bush operaron para impedir que el presidente impusiera un modelo político interno parecido a la plutocracia y desarrollara una política exterior de lejos más agresiva que la de referentes republicanos tales como Richard Nixon o Ronald Reagan. Pero, por obra de ese mismo extremismo, la capacidad de Bush de avanzar aún más en su programa se encuentra seriamente debilitada. La guerra tiene una secreta y paradójica virtud, que es la de agotarse y destruirse a sí misma. En otras palabras, la sobreextensión de fuerzas y despilfarro económico que implica la ocupación de Irak impiden que un Bush II se lance a la invasión de Irán o de Corea del Norte. El mismo Kerry –ex militar, al fin– lo ha admitido implícitamente así, al proponer un aumento de las Fuerzas Armadas. Eso implica derechamente un aumento del ya multimillonario presupuesto militar. De la misma manera, el déficit de 500.000 millones de dólares no deja a ninguna futura administración, ni la de Kerry ni la de Bush, con demasiado margen de maniobra para imponer cambios radicales en la economía. La pobreza, que en el último censo para 2003 marcó un nuevo pico de casi 36 millones de norteamericanos, va a continuar, porque gran parte de ese aumento tiene su origen en la cancelación de servicios sociales federales para los estados debida al déficit presupuestario. Esos pobres han caído fuera del sistema, y será muy difícil incorporarlos de vuelta, a medida que aumentan las demandas de capacitación y educación de un mercado laboral muy exigente, y que también aumentan los costos de la formación en las universidades. Y el outsourcing, la exportación de puestos de trabajo a países con mano de obra barata, es un hecho definitivo debido a la globalización y no a las políticas de Bush: ya había comenzado bajo Bill Clinton, excepto que en ese momento no se notaba porque la economía estaba boyante y las finanzas federales nadaban sobre un superávit casi equivalente al déficit creado por las políticas regresivas de Bush.
Una de las muchas paradojas de esta elección es que fue justamente el extremismo de derecha de Bush lo que permitió que la candidatura demócrata fuera ganada por un exponente del sector más progresista de ese partido, sin que los republicanos pudieran írsele encima con acusaciones de fomentar una “guerra de clases” (porque ellos mismos representan una guerra de clases desde arriba). Pero esa misma paradoja contiene otra: si gana Kerry, estará impedido de desarrollar una política muy progresista. Va a poder hacer sólo una corrección honesta, responsable y moderadora del statu quo actual.

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