EL MUNDO
› OPINION
El estado de sitio
› Por Claudio Uriarte
Es largamente sabido que los grandes acontecimientos de la historia tienen una tendencia a ir cambiando con el tiempo. Por ejemplo, el 11-S no es lo mismo ahora –cuando aparece modificado por la guerra de Irak– que cuando se produjo –cuando, en las palabras de un editor francés, “todos éramos norteamericanos”– o en septiembre de 2002, exactamente un año después, cuando Estados Unidos se regocijaba en el éxito de su guerra en Afganistán. Esto es importante, porque la guerra antiterrorista de George W. Bush no arroja un saldo en blanco y negro, sino zonas blancas, zonas negras y una variedad de claroscuros, y quienes no lo perciben así caen víctimas de la misma simplificación maniquea de la realidad de la que acusan a W.
EE.UU. no atacó a Al Qaida el 11 de septiembre; Al Qaida atacó a EE.UU. el 20 de septiembre. Y no, el terrorismo de Al Qaida no es el resultado de la pobreza ni de la exclusión ni del analfabetismo: Osama bin Laden, los hombres del comando que atacaron y los financistas sauditas de la operación no son pobres ni excluidos ni analfabetos. Contra este ataque formidable, EE.UU. organizó un contraataque en Afganistán, principal base de los confederados de Bin Laden. El contraataque fue largamente exitoso, en la medida en que erradicó al enemigo de su santuario territorial, y la calidad de los ataques de la red bajó. Pero no fue un contraataque unilateral, ya que EE.UU. tuvo allí el respaldo activo, a modo de infantería, de las fuerzas opositoras afganas antitalibanas reunidas en la Alianza del Norte. Eso cuenta por buena parte de la diferencia entre Afganistán e Irak, que también puede expresarse en niveles de fuerzas: EE.UU. tiene desplegados sólo 20.000 soldados en Afganistán y el país, fuera de un alarmante recrudecimiento de los cultivos de opio, está tranquilo; en cambio, EE.UU. tiene desplegados en Irak casi 150.000 soldados y no logra controlar la situación.
Lo de Afganistán se ganó porque era un objetivo legítimo y porque era posible; lo de Irak se degrada cada día más porque la invasión no tuvo ninguna justificación, apoyo interno condicionado o nulo y solamente el castillo en el aire de crear una plataforma democratizadora regional como objetivo. Pero esto es solamente como se ven las cosas el 11 de septiembre de 2004. El año que viene seguramente será diferente y el próximo también, porque el secreto de la guerra antiterrorista es que, a diferencia de la convencional, no tiene fin discernible: es, más bien, un permanente estado de sitio.