Mar 02.11.2004

EL MUNDO

Un ejército de voluntarios en la Florida busca evitar otro fiasco

› Por Eduardo Febbro

“Lo que acá no sabemos muy bien es quién ganará las elecciones. O es el fraude, o son los electores o los abogados. Hay que esperar”, dice Mark, un ciudadano de 45 años, que trabaja 60 horas por semana y se define como un “elector inocente”. Un día antes de las elecciones presidenciales, en Estados Unidos hay más de 100 millones de electores listos a elegir, 15 mil abogados preparados para poner en tela de juicio el resultado de las urnas y un batallón de voluntarios, dispuestos a observar cada movimiento alrededor de las urnas. “Armados” con formularios y el codiciado “cuaderno” de los derechos del votante, un auténtico ejército de voluntarios se desplegó en Florida en los últimos días. “He venido de Washington con el único propósito de que no nos estafen otra vez” dice Robert, un mecánico que reside en la capital norteamericana, pero que eligió Florida como zona de supervisión. Una organización llamada “Protección de la elección” afirma que cuenta con la colaboración de 25.000 voluntarios, de los cuales varios miles fueron repartidos en el estado más conflictivo de todos, es decir Florida.
Robert y Carmen, una mexicana norteamericana venida del sur hasta Miami, se dicen convencidos que “ellos tratarán de disfrazar los resultados una vez más. Pero hemos venido para evitarlo”. Ni la mujer ni el hombre dicen quiénes son esos “ellos”, pero saben muy bien lo que deben hacer. Ambos fueron capacitados como “observadores electorales” y recorren las oficinas de voto con orgullosa seguridad. Re-ggie Mitchel, un abogado especializado en los derechos cívicos, explica a los voluntarios las características del sistema electoral que impera en Florida, distinto al del resto del país. Aquí, a diferencia de los observadores enviados por los partidos políticos y los mismos candidatos, los “voluntarios” no deben estar a menos de 15 metros de las urnas. La única manera de pasar esa barrera es que uno de los votantes se lo pida. Mitchell se toma mucho tiempo para precisar y ser comprendido, que los voluntarios no “deben tomar partido”. La aclaración es útil en un contexto tan antagónico. Los voluntarios están en actividad únicamente para “verificar que no se cometan errores”.
La aparición de observadores, abogados y voluntarios en un número tan elevado es nueva en un país donde, por razones obvias, los ciudadanos tienen confianza en su sistema político. Pero la controversia del 2000 abrió los ojos de muchos. Los demócratas de Florida recomiendan que se tenga especial atención con los “individuos malintencionados” que se pueden acercar a los votantes para decirles que no tienen derecho a voto. Los partidarios de John Kerry “sospechan” que los republicanos han formado un grupo especializado en esas prácticas. El argumento destapa la ira de los republicanos, quienes, a su vez, contrataron a sus propios abogados para supervisar a los supervisores. En esta guerra sin cuartel por la “sanidad del voto”, los dos partidos se acusan mutuamente por los mismos cargos.
A este festín de doctores, voluntarios, militantes y controladores se les agregan los observadores internacionales, venidos especialmente a supervisar a todo el mundo. El panorama es por demás singular. Pensar que señores oriundos de Europa, Asia y América latina han venido con la misión de observar las elecciones de un país que, a ojos del mundo, es el ejemplo más acabado y exitoso de la democracia liberal, hace pestañear al inocente elector norteamericano. Pero los observadores también tienen un problemita. Las leyes del estado no les permiten ingresar a las oficinas de voto. Pueden hacerlo únicamente en las localidades donde se lo autoricen. Algunas lo hicieron, pero otras no. En el condado de Miami Dade su labor recién se hará efectiva al final de la jornada de votación. Esperando ese momento, los observadores deberán permanecer a 50 metros de las oficinas y de los votantes. Aunque parezca una broma no lo es. El grupo que llegó a Florida trabaja para la organización no gubernamental Global Exchange y, ayer, se declararon “sorprendidos” por la decisión del condado de no dejarlos entrar. “Me pregunto qué es lo que quieren esconder”, dijo Matt Rossen, miembro de Global Exchange. En lo que atañe a las máquinas táctiles utilizadas en Florida para votar, Global Exchange ya manifestó sus “dudas”. Según Roberto Courtney, un observador nicaragüense, “es preocupante que las máquinas no den recibo”. Con un poco más de humor, el chileno Roberto Garretón señaló que “es muy raro que no haya una legislación general para las elecciones nacionales. En ese sentido, creo que Estados Unidos puede aprender algo de los países de América latina”.

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