EL MUNDO
› OPINION
The Day After
Por Enrique Zuleta Puceiro*
Al igual que en el año 2000, cuando al cabo de una victoria pírrica logró la más cuestionada victoria de la historia electoral norteamericana, George W. Bush ha vuelto a hacer de la crisis una oportunidad. Desde el momento mismo de su discurso de la victoria, apunta a enterrar cualquier sombra de duda acerca de su legitimidad de origen, gobernando desde el primer instante como si contara con el respaldo de una unanimidad social definitiva. Un presidente europeo educado en las tradiciones del consenso parlamentario habría declarado ayer su comprensión frente al mensaje equilibrador de las urnas. Sin embargo, Bush pertenece a esa nueva raza de políticos para la que el gobierno es básicamente una disputa feroz por el poder, en la que ser es defenderse a través de un monopolio de la ruptura institucional y el acorralamiento y liquidación sistemática de todo potencial adversario. En la medida en que la operación requiere dosis extraordinarias de retórica disolvente, se impone ensayar algunas reflexiones apresuradas, a impulsos de las emociones del día después.
Ante todo, se impone subrayar la importancia del carácter plebiscitario de la elección. Contra lo que podrían sugerir las campañas, la competencia electoral enfrentó a una visión determinada de la política con una serie de visiones y modelos heterogéneos y poco conectados entre sí. Kerry fue sólo un emergente ocasional que corporizó con dignidad y eficiencia encomiables la reacción de sectores tan diferentes como las familias demócratas tradicionales, los intereses de Wall Street, la totalidad de las empresas periodísticas americanas y europeas, las minorías étnicas y culturales de la nueva América y los impulsos renovados de la democracia participativa americana. La elección se planteó desde un principio como un verdadero plebiscito sobre el modelo Bush, apoyado por sectores socialmente predominantes, muy poco dispuestos a abandonar vigencias esenciales del credo americano o a desconocer a Bush las prerrogativas de poder de un presidente de tiempos de guerra. Se votó así básicamente en favor o en contra de Bush.
Se impone también una segunda evidencia. Cualesquiera sean las ideas y sentimientos que en cada uno pueda suscitar la América de Bush, lo cierto es que algunas de las batallas centrales a propósito del porvenir de la democracia se libran hoy al interior de la sociedad americana. Estados Unidos vive una nueva revolución participativa, a impulsos de la recuperación del capital social perdido y una visión renovada del papel de las instituciones. Las elecciones despertaron sentimientos y reflejos dormidos. Movilizaron y apasionaron a una sociedad aletargada en las rutinas de la democracia formal. La política recuperó dimensiones y vibraciones olvidadas y reactivó prácticas que siguen siendo ejemplares para el resto del mundo. Se ensayaron con éxito centenares de reformas electorales e innovaciones tecnológicas decisivas en la búsqueda de una mejor calidad en las instituciones y las prácticas del buen gobierno. Contra todo pronóstico y para desconcierto de los más de diez mil abogados destacados sobre el terreno por las maquinarias electorales demócratas y republicanas, se votó con rapidez y transparencia ejemplar.
* Desde Washington.