EL MUNDO
› EL DRAMATICO RELATO DE LOS
SOBREVIVIENTES ARGENTINOS A SU REGRESO AL PAIS
“Había gente que nunca volvimos a ver”
A unos la ola les pasó por encima mientras buceaban. A otros, los revolvió en la playa como si fueran marionetas. Algunos vivieron la tragedia demasiado cerca pero suficientemente lejos. Ayer, diez argentinos regresaron al país e intentaron en palabras describir lo indescriptible.
“Sigue delayed nomás”, comentaba nervioso un trabajador de un canal de televisión contemplando las pantallas que anunciaban los horarios. El vuelo MH 201 proveniente de Kuala Lumpur, Malasia, tenía que llegar a las 14.50 de ayer. Cuando aterrizó, a las 16.29, la muchedumbre que esperaba ante la puerta de arribos –mitad familiares, mitad periodistas– resopló como un caballo al que se sujeta del freno. Llegaba una decena de turistas argentinos que habían estado en el sudeste asiático en el momento de la tragedia. Algunos vieron a la ola de lejos, otros comprobaron la letalidad del agua y volvieron para contarlo, y hubo quien ni la vio porque estaba en zona montañosa y se enteró recién cuando lo llamaron desesperados sus familiares. Minutos antes de las 17 apareció Juan Pablo Barrera, el primer sobreviviente que sobre una silla de ruedas enfrentó a un maremagnum de cámaras de video, de fotos, grabadores y celulares, que pujaban por obtener algún lejano eco del horror por el que habían pasado apenas unos días antes.
Barrera y su mujer, Carolina, habían ido a estrenar su matrimonio a la isla Phi Phi, al sur de Tailandia. El domingo último, el esposo hacía snorkel a 100 metros de la costa, desde donde lo miraba Carolina. Ante una pared de periodistas, el cordobés de 28 años relató la experiencia con voz entrecortada por el llanto. Estaba en un lugar increíble. Se sumergió para ver a los peces, y sintió lo que deben sentir las prendas en el lavarropas. “Rebotaba contra las piedras”, contó. Así se lastimó las piernas. Herido, se aferró a las rocas hasta que volvió la calma.
Cuando sacó la cabeza del agua “todo estaba destrozado”, dijo Barrera. Las olas “arrastraban a la gente y a todo lo que había a su paso”. Cuando alcanzó la costa, “había gente muerta por todos lados. Fue feo. Muy feo”, recordó con la voz entrecortada. Encontró a su esposa “de casualidad”. “A ella la agarró la ola todavía sin romper, se salvó porque se agarró de unas algas”, recordó Barrera. “Siento horror por lo que pasó. Es espectacular estar de nuevo con nuestra familia”, que a un costado lloraba y abrazaba a Carolina.
Cuando los Barrera y la decena de familiares que los fueron a recibir salieron del aeropuerto, en Ezeiza coexistían multitud de sentimientos como las lenguas habladas por los turistas, que miraban el revuelo de reojo.
También disfrutaba de su luna de miel en Tailandia Ezequiel Gaspes junto a su esposa. Los salvó la casualidad que los llevó de vuelta a la habitación de su hotel dos minutos antes de que las aguas arrastraran todo a su paso. “Las habitaciones de abajo quedaron destruidas. En una de ellas quedó un bote incrustado”, ilustró Gaspes, que agradeció “a la gente del lugar y a la embajada que nos dio alojamiento, comida, pasaportes y los pasajes de vuelta”.
Entre quienes esperaban, había un grupo que saltaba y hacía cantitos. Uno de ellos, dedicado a la prensa: “Muchachos, primero la familia”. Eran tres hombres. Llevaban pelucas dorada, plateada y azul eléctrico, respectivamente, como las que usaba Moria Casán durante los años 80. La felicidad no tenía límites.
Aguardaban a Maximiliano Gómez, Gustavo Ortiz y Emanuel de Porras, tres futbolistas argentinos que se desempeñaban en Jakarta, Indonesia, que ahora escapaban de la catástrofe. En ese instante hacían pretemporada en una zona montañosa, por lo que al tsunami sólo lo vieron en fotos. Los primeros llamados telefónicos que recibieron fueron los de sus familias aterradas. Los deportistas, que tienen entre 27 y 23 años, jugaron en Temperley, Los Andes y Ferro Carril Oeste. A pesar de que en Indonesia son figuras, todavía no saben si van a regresar.
Las corridas de la prensa se reanudaron cuando desembarcaron Pablo García Oliver y su esposa, Mora Varela, que también habían ido al desdichado paraíso asiático de luna de miel. El tsunami sorprendió a esta pareja de arquitectos cuando subían a un bote en un muelle flotante. “El agua nos pasó por arriba y quedamos a la deriva en el mar”, contó Oliver. “Sin que nos diéramos cuenta estábamos bajo el agua”, completó su esposa. “La agarré no sé cómo –relató Pablo–. No podía creer que en medio de tanto desastre estuviéramos juntos. Eso nos dio más fuerza.” Estuvieron flotando por 20 minutos, “hasta que llegó en una lancha un turista inglés que nos salvó”, agregó Mora. “Una vez que nos rescataron, no podíamos hacer pie en tierra porque las olas pegaban muy fuerte –agregó Pablo–. No sabíamos lo que pasaba. Terminamos enterándonos de lo sucedido por los diarios. La embajada nos trató muy bien. Nos dieron comida y todo lo que nos hizo falta.” Agregó que “en la playa había mucha más gente que nunca volvimos a ver”. Y aseguró que, antes de subir al avión, vio en el aeropuerto a “turistas que se preparaban para viajar en calzoncillos. Habían perdido todo”.
Informe: Sebastián Ochoa.
Subnotas