EL MUNDO
› DESPUES DE 35 AÑOS DE RELACION, SE CASARON CARLOS Y CAMILA
Y por fin comieron perdices
Hubo civil sin reina y bendición en la capilla de Windsor con toda la familia real y 700 invitados selectos. Los novios admitieron sus “pecados” en la iglesia, delante de los hijos de Lady Di. Camila recibió un anillo especialmente acuñado en Gales.
› Por Carlos Rodríguez
La de ayer fue la boda de dos patitos feos, ricos y famosos. Después de una tumultuosa relación que comenzó en 1970 y siempre se movió entre la clandestinidad, el rechazo lapidario y la burla despiadada, el príncipe Carlos de Inglaterra y Camila Parker Bowles, de ahora en más la duquesa de Cornualles, se casaron por civil. El matrimonio fue bendecido por la Iglesia Anglicana, previo reconocimiento público y pedido de perdón de la pareja por sus “pecados y maldades”. La reina Isabel II y su esposo, el duque Felipe de Edimburgo, sólo asistieron a la ceremonia religiosa en la capilla San Jorge del castillo de Windsor. El arzobispo de Canterbury, Roman Williams, exculpó a los novios y bendijo la unión con una misa, porque la admisión de “pecados” impide el casamiento formal por la iglesia. La aprobación de Isabel II no pasó del protocolo y apenas insinuó una sonrisa cuando cruzó alguna mirada con Harry o con Guillermo, los hijos que Carlos I tuvo con su fallecida ex esposa Diana Spencer, la omnipresente Lady Di, cuyo bello fantasma sobrevoló ayer, malévolo, sólo para empalidecer a los ajados novios.
Carlos, de 56 años, y Camila, de 57, oficializaron un amor clandestino que jamás despertó sentimientos piadosos entre la plebe y que fue reprobado en forma explícita por la monarquía. En ese marco, la severa Isabel II faltó a la ceremonia civil en el Ayuntamiento de Windsor, que contó con la presencia de 28 invitados. El acto duró apenas 20 minutos y los testigos de la boda fueron el príncipe Guillermo, el hijo mayor de Carlos, y Tom Parker Bowles, el primogénito de Camila. A la misa asistieron 700 personas, entre ellas el primer ministro Tony Blair.
En el Ayuntamiento, Camila lució un discreto vestido de color crema, con sombrero al tono. Carlos llevaba jacquet negro y chaleco gris. Los dos sonrieron para las fotos y saludaron con medida cortesía a los pocos invitados, en un corredor decorado con jazmines y lirios. El príncipe le regaló a su flamante esposa un anillo de bodas de oro acuñado en Gales. De allí partieron hacia Windsor en un Rolls Royce negro modelo 1962 que perteneció a la Reina Madre. Cuando reapareció en la capilla San Jorge, Camila llevaba un vestido largo de color gris plateado, con reflejos dorados, coronado con un tocado de espigas.
En la misa, la pareja real se prometió fidelidad eterna, tal como se acostumbra. El momento de mayor tensión fue cuando se arrodillaron frente al altar para leer algunos párrafos del Libro de los Rezos Comunes, publicado en 1662. “Reconocemos y nos arrepentimos de nuestros múltiples pecados y maldades que, de vez en cuando, hemos dolorosamente cometido ya sea de pensamiento, palabra y obra contra vuestra Divina Majestad, provocando con razón vuestra ira e indignación contra nosotros”, fue uno los pasajes elegidos para la ocasión. Luego se cantó el himno God Save the Queen (Dios salve a la reina) y los novios volvieron a saludar, escoltados por una reina Isabel II tallada en piedra.
Esta segunda boda de Carlos fue opaca, insignificante, comparada con la que lo unió, en 1981, con Diana Spencer. Después del casamiento hubo una recepción para 800 personas en el castillo de Windsor. La fiesta tuvo el sabor de las veinte tartas galesas que elaboró en forma artesanal Etta Richardson, una mujer de 76 años que abastece a la familia real sin revelar sus recetas. La pareja real se subió luego a un coche decorado con globos multicolores, corazones y la clásica inscripción “recién casados”.
La pareja viajó a Escocia, donde pasará dos semanas de luna de miel en el castillo Balmoral, la residencia de verano de Isabel II. Ese fue el lugar donde Carlos y Camila, como amantes, acunaron una relación a espaldas de sus respectivos esposos y frente a la maledicencia pública, agitada por la prensa sensacionalista. Ayer, la ceremonia pasó sin pena ni gloria. Unas 20 mil personas se agruparon para demostrar su antipatía a los novios. Se reunieron activistas del movimiento gay, antimonárquicos, curiosos despreocupados y hasta un grupo de nudistas.
En coincidencia con la boda salió a la venta el libro Carlos y Camila, escrito por el periodista británico Christopher Wilson. “El de Carlos y Camila es un amor de mal gusto. La naturaleza clandestina de su amor es lo que lo ha mantenido durante 35 años. Puede ser que ahora, tras la boda, todo pierda su encanto. Tantos años de pasión son muchos”, pontificó Wilson. Lady Di solía decir de la amante de su esposo: “Es fea como un caballo y agresiva como un rottweiler”. La prensa llamó a Camila “la condesa Drácula”. Jennie Bond, conocedora de la realeza británica, sostuvo sin embargo que a la pareja la une “una atracción casi animal”. Y como los tiempos cambian, David Yelland, ex editor del The Sun, afirma ahora que Camila es “la persona más sensata que pisó el palacio en 20 años”.