Lun 25.04.2005

EL MUNDO  › OPINION

Las dos alas del Espíritu Santo

Por Washington Uranga

Más allá de las voces institucionales que hoy se alzan desde muchos lugares para recordar los aspectos más positivos y hasta actitudes progresistas de quien hoy es Benedicto XVI, los primeros hechos generados por el nuevo Papa sirven para comenzar a marcar el rumbo del pontificado. La ratificación del cardenal Angelo Sodano en la Secretaría de Estado del Vaticano y la confirmación, así sea provisional, de todos los cardenales de curia muestran ya una decisión del pontífice. Lo de Sodano tiene además una lectura particular: ha sido una de las figuras más cuestionadas durante el gobierno de Juan Pablo II y no sólo por su actuación eclesiástica sino tambíen por sus acciones políticas al margen de la Iglesia para las cuales utilizó el peso de su encumbrada situación vaticana. Para la Argentina y para el gobierno de Néstor Kirchner es evidente que la ratificación de Sodano no es una buena noticia. Sodano en Argentina se traduce: Esteban “Cacho” Caselli. Y por extensión Héctor Aguer (arzobispo de La Plata) y, más lejos, Carlos Menem.
En los últimos días “trascendieron” también algunos documentos que, según quienes se encargaron de difundirlos, habrían sido considerados por Ratzinger como cardenal y que ahora podrían llegar a convertirse en objetivos de acción de Benedicto XVI. Esos presuntos textos hablan de mayor apertura de la Iglesia hacia los católicos divorciados a quienes se les permitiría acceder a la comunión. También de una apertura ecuménica que antes no tuvo Ratzinger. ¿Habrá que pensar que éstas eran reformas impulsadas por Ratzinger a las que se opuso en su momento Juan Pablo II y que ahora podrían ejecutarse ante el acceso del alemán al pontificado? ¿O no cabe también la posibilidad de que estos “trascendidos” sean parte de la tarea emprendida por el Vaticano para lavar la imagen conservadora que el mundo tiene de Benedicto XVI?
Está claro que, como sostienen algunos, para Ratzinger son muy distintas las circunstancias actuales como Papa que las que afrontó como prefecto de la Congregación para la Doctrina y de la Fe. También es cierto que el cambio de rol y de responsabilidades puede hacer variar la conducta y las opiniones de una persona. Conducir la Iglesia Católica toda es mucho más que cuidar la seguridad de la doctrina. Pero no menos cierto es que la designación de Ratzinger como Benedicto XVI produjo decepción en los medios católicos que esperaban un cambio y una renovación. También en muchos obispos que aguardaban otros aires para Roma. No obstante respetando la institucionalidad, el episcopado en pleno se encolumnará sin duda detrás de la figura del Papa. Resulta sugestivo sin embargo observar cómo “se trabaja” hoy en muchos sectores de la Iglesia para poner en evidencia los rasgos más positivos de un Ratzinger que llegó al papado con el apoyo de una mayoría de cardenales pero sin el beneplácito de gran parte del catolicismo. Menos curioso resulta que ciertos comunicadores sociales de nuestro país que acostumbran estar siempre de la vereda oficial hoy se escandalicen por las críticas a Ratzinger y, dejando de lado las trayectorias y los antecedentes, salgan a pedir que así como se abre un compás de espera para cualquier gobernante, se le otorgue a Benedicto XVI “el tiempo suficiente” como para mostrar su “programa de pontificado”.
Frei Betto, el sacerdote dominico brasileño, teólogo de la liberación que fuera funcionario del gobierno de Lula, acaba de escribir que “la elección del cardenal Josef Ratzinger como Papa es una señal preocupante de que la dirección de la Iglesia Católica se encuentra más confusa y perdida de lo que se imaginaba”. Y dice que “lo contrario del miedo no es el coraje, es la fe” pese a lo cual “muchos cardenales parecen más imbuidos de miedo que de fe”. Para Betto la elección de Ratzinger “constituye un gesto de retraimiento y de defensa frente a un mundo perturbado, que espera de Roma algo más que anatemas, censuras, desconfianzas y segregaciones”. El obispo Pedro Casaldáliga, emérito de San Félix de Araguaia (en el Mato Grosso de Brasil), ha tenido serios enfrentamientos con Ratzinger quien lo amonestó por su presunta heterodoxia al respaldar la teología de la liberación y generar en su diócesis cambios litúrgicos que acercaron los ritos romanos católicos a la cultura aborigen del pueblo. Casaldáliga sostiene ahora que “siendo realistas no podemos esperar cambios significativos”, pero quiere alejarse de la idea de que el Papa lo hace todo para subrayar que el camino lo tiene que hacer “el resto de la Iglesia, que es la mayoría, y sobre todo el Espíritu del Resucitado, que continúa repitiéndonos: ‘No tengáis miedo, gente de poca fe’.”
Casaldáliga recuerda ahora que cierta vez, cuando tuvo que ir a Roma para responder a una especie de juicio que le había iniciado Ratzinger, terminó diciéndole al entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: “El Espíritu Santo tiene dos alas: el ala derecha, que es más de la contemplación, la intimidad y la ortodoxia, y el ala izquierda, que es más de la profecía y del compromiso de la liberación. Hay que salvar las dos alas del Espíritu Santo para que no vuele manco. Porque la Iglesia es más que Papa, y el Reino de Dios, más que la Iglesia.”

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