EL MUNDO › OLA DE AUMENTO DE PRECIOS VIA REDONDEO POR LA CONVERSION A EUROS
La inflación también llega a Europa
Los aumentos de precios llegan al 40 por ciento en algunos países. El motivo: el redondeo para arriba de los valores expresados en euros. La “eurofuria” detrás de la “euroforia”.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Apenas una semana después de su nacimiento oficial como moneda real, el euro no tardó en dejar un tendal de desencantados por el camino. Después de la lluvia de autoalabanzas que siguió a la “proeza técnica” que consistió en cambiarles la moneda a 304 millones de ciudadanos de 12 países distintos, los consumidores descubren el otro rostro de la moneda única europea, es decir, el aumento masivo y a veces abusivo de precios en el conjunto de las naciones concernidas. La euforia y la curiosidad dejaron paso a la consternación cuando la sociedad se encontró con la cuenta del euro. Para no citar más que España, Francia e Italia, en estos tres países el aumento alcanzó los productos más comunes: en Italia, el famoso café por 1500 liras dejó de ser una institución ya que su precio en euros lo hizo aumentar en el 40 por ciento. En España, el pan se incrementó más del 45 por ciento, mientras que en Francia ni siquiera el Estado se privó de la tajada subiendo el precio de los parquímetros en un 33 por ciento.
Se trata de precios subidos de tono y hábilmente disimulados bajo el oportuno concepto del “redondeo”. De hecho, los comerciantes, los distribuidores y el Estado practican masivamente el arte de “redondear” en euros los precios hacia arriba. Para que las cifras suenen claras y evitar la danza de los céntimos, los productos suelen costar números redondos. Por ejemplo, allí donde la traducción en euros de un precio en francos hubiese dado 7,8 euros, el precio final es de ocho, con lo cual, el incremento equivale casi siempre a un abanico que oscila entre el 15 y más del 30 por ciento. Casi todos los precios que, pasados a euros, representaran una cifra con céntimos finales pasaron a ser cifras redondas. Pero esos céntimos de más no tienen contrapartidas en los salarios y cuando la gente se pone a hacer las cuentas, entiende que ese redondeo es mucha plata en la difunta moneda nacional respectiva.
Sin embargo, pese a las manifiestas evidencias de una inflación que aspira a pasar desapercibida pero que no por ello es menos real, los economistas estiman que se trata de un mero fenómeno de coyuntura sin consecuencias. Eso es en todo caso lo que adelanta el economista Philippe Weber, para quien “el paso al euro no debería tener consecuencias inflacionistas duraderas, tanto más cuanto que lo que ha ocurrido es que se concentró en el mes de enero un alza que hubiese tenido que repartirse entre marzo y setiembre”. Este discurso “técnico” contrasta sin embargo con el abuso general de los precios impuestos no sólo por los comerciantes sino también por el Estado mismo. Los picos más escandalosos se constatan en los restaurantes y en los distribuidores automáticos de bebidas y café, cuyos precios se fueron por las nubes sin que el consumidor tenga un ser humano para reclamar. En nombre del redondeo, los transportes públicos españoles, el correo y los peajes subieron un cuatro por ciento.
Si algo cuesta 9,21 euros o 9, 65, es mejor que cueste 10. Así los determinaron los responsables de los transportes públicos de la ciudad de Milán. Antes del 31 de diciembre, tomar un tranvía salía 0,77 euro mientras que hoy el precio fue redondeado a un euro, o sea, un 25 por ciento más, lo que equivale a casi un cuarto de dólar de diferencia. Antonio Marzano, ministro de las Actividades Productivas, había prometido que por más alto que fuese, el incremento de los precios en el marco de la operación euro no excedería el 0,2 por ciento. Sin embargo, una entrada de cine vale cuatro por ciento más cara, una caja de fósforos 16 por ciento y para apostar al Loto hay que ser millonario antes de jugar: ascendió un 93,6 por ciento. El euro sonríe de un lado y por el otro cobra por su sonrisa y ni siquiera el Vaticano tuvo euroclemencia. La Santa Sede no esperó hasta el próximo mes de marzo, cuando aparezcan los primeros euros con la imagen del Papa, y ya subió todos sus precios. Desde el 1º de enero del 2002, la misa fúnebre subió en un 29 por ciento (10 euros) y los casamientos en 16 por ciento (270 euros). La última palabra no la tiene Juan Pablo II sino Guglielmo Epinafin, secretario adjunto del sindicato CGIL: “La nueva moneda fue utilizada para aumentar los precios y las tarifas como si una maniobra semejante pudiese pasar desapercibida en el clima de euforia general”. En Finlandia, el problema del euroaumento es tanto más notable cuanto que, a diferencia de Francia, la presentación de los precios en las dos monedas (euros y marcos finlandeses) no es obligatoria. Los consumidores tienen que tener buena memoria para descubrir que están pagando 20 por ciento más por cada producto.
Aunque resulte paradójico, la única excepción al principio del “redondeo” es Alemania. En vez de subir los precios, la potencia europea los bajó desencadenando una guerra comercial inédita entre marcas rivales. Aldi, una de las firmas más importantes del país, promocionó sus productos diciendo que eran “un dos y un tres por ciento más baratos en euros que en marcos alemanes”. Con otros argumentos pero con el mismo objetivo, muchos negocios siguieron los mismos pasos. Pero los precios hacia abajo “son un cuento”, dicen las asociaciones de consumidores que denuncia cómo, antes del 31 de diciembre, la mayoría de los precios habían aumentado un 30 por ciento.
El pecado inflacionista no fue el único que cometió el euro. Con su aparición surgieron un montón de servicios que antes eran gratuitos y que desde la introducción se volvieron pagos. Así, en varios países, para retirar dinero en los distribuidores automáticos de billetes se paga en adelante una comisión (1,80 euro en Italia, es decir, algo más de un dólar). Los bancos recuperan por boca de los distribuidores lo que pierden no pudiendo cobrar más las comisiones por cambio de monedas.
La última maravilla del euro es su ausencia. El BCE (Banco Central Europeo) tuvo que inyectar de urgencia unos 25 millones de euros (22 millones de dólares), a fin de paliar así la crisis del billete y las monedas faltantes. En un puñado de días, consumidores y usuarios pasaron de la “euroforia” a la “eurofuria”.