EL MUNDO
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Hugo Chávez, made in USA
Por Claudio Uriarte
La presente escalada retórica entre Venezuela y Estados Unidos, ¿no semeja una confrontación en espejo? O, para decirlo con más exactitud, ¿no es esta escalada, con todos sus desbordes retóricos (hasta ahora), posibilitada y aun alentada, aunque sea de manera involuntaria, por Estados Unidos?
Los hechos así lo sugieren. Parecería que, en lugar de estrictamente confrontar con Washington, el venezolano se limita a ocupar los lugares que Estados Unidos ha dejado vacantes. Y se sabe que la política, aún más que la naturaleza, aborrece el vacío. Por ejemplo, el bolivariano estuvo esta semana en Buenos Aires anunciando la compra de bonos argentinos. Estados Unidos, durante y después de la traumática crisis que siguió al default de 2001, no hizo nada de eso. Venezuela, al suministrar a Cuba petróleo a precios preferenciales a cambio de azúcar (el monocultivo de la isla), repitió con éxito el esquema de influencia y dependencia subsidiada que la Unión Soviética tenía con Fidel Castro hasta su desaparición. Por contraste, Estados Unidos ha mantenido y mantiene por más de cuatro décadas un embargo comercial ineficaz y contraproducente que únicamente ha servido para abroquelar a La Habana en las posiciones más duras. (Los mismos disidentes internos de la isla son los primeros en llamar a eliminar ese anacronismo.)
Lo mismo ocurre en todo el resto de la gama de estas relaciones bilaterales, que sólo en apariencia son complicadas. El eje rector es el petróleo, del que Venezuela es el tercer proveedor mundial a EE.UU., y que el viernes, tocando los 67 dólares por barril, se ubicó ya en el punto de mira de los 80 dólares que alcanzó en el segundo shock petrolero de 1979 (ver Suplemento Cash, pág. 7). A Chávez le conviene un precio alto del petróleo, que le permita seguir con sus programas de ayuda social y aumentar su esfera de acción internacional: en este sentido deben entenderse tanto su flirteo con Saddam Hussein poco después de asumir como las actuales amenazas de cortar el suministro a EE.UU. y desviarlo a China. Es decir, necesita que aumente la tensión internacional para que aumente el precio de su principal bien de exportación y fuente de ganancia. Y en el actual contexto de tensiones en Medio Oriente y agotamiento de las capacidades de las refinerías estadounidenses, puede decirse que tiene el viento a sus espaldas.
EE.UU. acusa a Chávez de brindar un santuario a las actividades de las FARC de Colombia, pero la verdad es que siempre, y por razones de litigios geopolíticos, Venezuela ofreció santuario a las diversas guerrillas colombianas. También lo acusa de gerenciar la campaña electoral del líder cocalero Evo Morales en Bolivia, pero la verdad es que fue EE.UU., y no Venezuela, quien inventó a Morales, primero imponiendo sobre la Bolivia de Hugo Banzer Suárez una política de erradicación de cultivos de coca económicamente irracional (en la medida en que los campesinos bolivianos jamás podían aspirar a reunir con zapallos o batatas las mismas sumas que con la materia prima de un bien tan preciado como la cocaína, con lo cual se arruinó la economía de las zonas rurales) y luego promoviendo su candidatura electoral de modo indirecto, por vía de las vociferantes denuncias propaladas en su contra por la embajada estadounidense en La Paz. Hay gente que no reacciona bien a estos métodos.
Incidentalmente, Chávez también ha sido ayudado por las declaraciones intempestivas de funcionarios del Departamento de Estado como Otto Reich y Roger Noriega, que hicieron sonar alarmas de guerra fría contra lo que objetivamente es una potencia menor. Asimismo, lo ayudó la naturaleza, similarmente anacrónica, de su oposición interna, que en 2002 generó un golpe de Estado que duró menos de 48 horas, cuyas declaraciones tienen un regusto inequívocamente racista, y que se referencia en EE.UU., los mismos EE.UU. que –junto a la España del conservador José María Aznar– se apresuraron a certificar la legitimidad de la interrupción del gobierno constitucional (y de los que, por otra parte, Venezuela importa la mayor parte de sus alimentos).
¿Significa esto que, de no mediar EE.UU., Chávez no sería nadie en la escena internacional? No exactamente, porque el gobierno de Lula en Brasil, por todas sus concesiones económicas a lo que se ha dado en llamar “neoliberalismo”, es el formidable contrapeso que bloquea que EE.UU. se involucre de manera más decisiva en Colombia. Chávez mismo lo admitió tácitamente esta semana, al apoyar enfáticamente al complicado Lula durante su paso por Brasilia. Pero, en lo que se refiere a la confrontación entre EE.UU. y Venezuela, no todo el sonido y la furia son lo que parecen.