Dom 28.08.2005

EL MUNDO  › OPINION

Ironías de la historia

Por Claudio Uriarte

Es un error común creer que la desconexión unilateral israelí de Gaza es para que Israel se apodere de más tierras en Cisjordania. En realidad, cuando se examina la lógica de la desconexión de Gaza, sale a la luz con claridad que ese argumento no tiene ninguna lógica –aunque pueda apoyarse en datos parciales, como es el declarado propósito de Israel de anexar los bloques de colonias más pegados a las fronteras de 1967, previas a la Guerra de los Seis Días–. La contradicción, que es sólo aparente, se origina en los dos vectores matrices de la desconexión: demografía y geografía.

1) Demografía. Israel es un Estado judío. De sus ciudadanos, cinco millones son judíos y un millón es árabe-israelí. Si se les sumaran los residentes de Gaza (un millón de árabes, 8000 colonos judíos evacuados en estos días) y Cisjordania (1,9 millones de árabes, y unos 240.000 colonos judíos), la balanza demográfica estaría próxima a su desequilibrio. La tasa de fertilidad palestina cuadruplica a la de Israel, más parecida a la de los países occidentales avanzados. Un estudio de la Universidad Hebrea de Jerusalén calcula que, en pocos años, y de mantenerse la ocupación de Cisjordania y Gaza, los árabes superarían a los judíos en el complejo compuesto por Israel propiamente dicho y los territorios ocupados. De esta encerrona Israel no tiene salida, porque el sueño sionista de poblar Israel con los judíos de todo el mundo no se concretó, y porque no hay forma de desactivar la bomba de tiempo demográfica palestina. De haber permanecido en Gaza, y también de retener grandes partes de Cisjordania, el Estado judío se hubiera enfrentado a la desagradable opción entre convertirse en un apartheid (negando el voto a sus súbditos árabes) o convertirse en un Estado árabe por el simple trámite de elecciones parlamentarias. Por eso Israel se retiró de Gaza; por eso se propone dejar la mayor parte de Cisjordania. Es algo tan viejo como Maquiavelo, que en su obra maestra aconsejaba a su imaginario Príncipe que no conquistara más tierras y poblaciones que las que pudiera digerir.

2) Geografía. Israel también es un Estado pequeño. Desde esta perspectiva, el rótulo de “expansionismo” que se le ha colgado es debatible. De los territorios que conquistó en sucesivas guerras, en 1978 se retiró de la península del Sinaí en Egipto, en 1993 se retiró de ciudades clave en Cisjordania y Gaza que dejó en manos de los palestinos y de varias aldeas jordanas, en 1999 se retiró del sur del Líbano y ahora acaba de retirarse de Gaza y de cuatro colonias del norte de Cisjordania. Y un Estado que construye un muro de separación, por odioso que éste pueda lucir, para aislarse de sus vecinos y ataques palestinos, no está evidentemente a la caza de territorios; en realidad, lo que está haciendo es poner un candado a las puertas de su casa. Pero surge el problema del trazado y la delimitación del muro, así como el propósito de anexar las colonias cisjordanas más próximas a la hoy desdibujada “línea verde”. En esta decisión, cuyos contornos exactos no se han precisado todavía, el criterio predominante parece ser lo que en la jerga militar se denomina “profundidad estratégica”. Antes de la Guerra de los Seis Días había algunos puntos en Israel en que un adulto normal podía cruzarla caminando desde Cisjordania hasta el Mar Mediterráneo en menos de un día, ya que lateralmente el Estado medía alrededor de 50 kilómetros. Eso volvía indefendibles esas fronteras, lo que se ha modificado un poco con las nuevas armas de high-tech, pero no del todo.
De allí que, con la demografía y la geografía en mente, el plan en marcha contemple reunir la mayor cantidad de población judía posible –y la menor de población árabe– dentro de fronteras defendibles. Pero surge una paradoja. En un provocativo artículo publicado el 24 de agosto pasado en The New York Times, el historiador revisionista israelí Benny Morris explica que la Franja de Gaza nunca fue propiamente territorio israelí ni territorio del pueblo judío; que la Israel que hoy conocemos –la de las Naciones Unidas– estaba mayormente poblada por extranjeros –o gentiles–. Cisjordania, en realidad, era la Israel bíblica, donde “las tribus hebreas que cruzaron el río Jordán y avanzaron hacia la Tierra Santa en los siglos 13 y 12 antes de Cristo se establecieron... Este territorio, con Jerusalén en su centro, abarca el área que la Biblia y muchos israelíes llaman Judea y Samaria. Este es el corazón histórico de Israel, y por supuesto hoy está poblado mayoritariamente por árabes”. Tal vez por eso la desconexión de Gaza fue tan fácil, y la de Cisjordania no lo sea.

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