EL MUNDO
Rosa Parks, la heroína del sur
Murió Rosa Parks, cuya negativa a darle el asiento a un hombre blanco marcó el inicio de la defensa de la comunidad negra de EE.UU.
Por Rupert Cornwell*
A menudo se mostró como un espontáneo, casi fortuito, acto de desafío, la clase de cosa que uno puede hacer después de un mal día en la oficina. Y por cierto, Rosa Parks no tuvo idea del efecto que tendría. Volviendo a su hogar en ómnibus en Montgomery, Alabama, una noche de invierno en 1955, cansada después de un largo turno como costurera en una tienda local, se negó a un pedido del conductor de darle su asiento a un pasajero blanco. El castigo fue encarcelarla y que tuviera que pagar una multa de 14 dólares. Pero el hecho marcaría el verdadero comienzo de la lucha negra en Estados Unidos por la igualdad racial, y su nombre fue famoso en todo el mundo. Tampoco fue un acto de exasperación, sino el momento que definió la carrera por los derechos civiles, que había comenzado más de dos décadas antes y que continuaría casi hasta su muerte.
Nació como Rosa McCauley, en un sur que por suerte ya no existe –una tierra de linchamientos e incendios y de jinetes vestidos de blanco del Ku Klux Klan, una época en que sobrevivir, más que los derechos, era el máximo a lo que podían aspirar los negros–. Su buena fortuna fue asistir a la Escuela Industrial para Niñas de Montgomery, establecida por un grupo de mujeres liberales del norte, que le enseñaron el autorrespeto: la conciencia de que los negros tenían derecho a la seguridad, la dignidad y la oportunidad que los blancos daban por sentado. En 1932, a los 19 años, se casó con Raymond Parks, un pionero de los derechos civiles de los negros; para 1943 era secretaria de la rama de Montgomery de la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color (Naacp, sus siglas en inglés), el más prestigioso grupo de derechos humanos de Estados Unidos.
El 1º de diciembre de 1955, ella y tres compañeras estaban sentadas en los primeros asientos “negros” y se les pidió que vaciaran su fila para que un hombre blanco se pudiera sentar. Después de algunas protestas, las otras tres accedieron, pero Parks no. “No creo que me tenga que mover”, le dijo al policía que vino a arrestarla, con la tranquila dignidad que era su sello. “¿Por qué nos empujan tanto?” Se la llevaron, le tomaron las huellas digitales, la encarcelaron y la multaron. Normalmente eso hubiera sido el fin del asunto; otro negro presumido intimidado y a quien lo pusieron en su lugar. Pero el asunto adquirió una dinámica diferente.
Rosa Parks no se dejaba intimidar. En lugar de eso, apeló, dándole a los valientes abogados de derechos civiles de Alabama una perfecta plataforma desde la cual intentar una nueva brecha en el segregarismo, después la resolución de Brown versus Consejo de Educación de 1954 que proscribió las escuelas segregadas. Los negros, mientras tanto, comenzaron a boicotear a la empresa de ómnibus en masa, aunque 115 fueron arrestados por el delito de “boicot organizado” y muchos más, incluyendo a Parks, perdieron sus puestos. Pero la protesta continuó.
Las congregaciones negras a través de la ciudad hicieron causa común, en el proceso creando la Asociación de Progreso de Montgomery, cuyo primer presidente fue un joven ministro en ascenso llamado Martin Luther King. Tuvo una multa de 1000 dólares por su afán, y la Naacp de Montgomery estuvo paralizada por una serie de órdenes judiciales. Pero la apelación se mantuvo. Los asientos segregados fueron declarados ilegales por la Corte Suprema, y el 20 de diciembre de 1965, los jefes de policía federales entregaron la orden a las autoridades de la ciudad de Montgomery. Después de 382 días, el boicot se terminó. El movimiento de derechos civiles de Estados Unidos había ganado su primera gran victoria.
Pero para su protagonista, la consecuencia sería dura. Desempleada, constantemente asediada y amenazada, su marido con un colapso nervioso, Rosa Parks se mudó a Detroit en 1957. Ahí, en la ciudad industrial símbolo de los Estados Unidos, con una gran población urbana negra, gradualmente rehizo su vida, trabajando primero como costurera y luego en la oficina del congresista demócrata John Conyers. Mientras tanto, los tiempos cambiaban en el país. No todavía en el sur quizá, pero casi en todas partes, Parks se convirtió en una heroína nacional. Calles y shoppings tuvieron su nombre, los presidentes la festejaban en la Casa Blanca. Pero ella defendía la causa negra con energía constante, castigando el presidente George Bush en 1989 por su liderazgo: “En lugar de tener mejores ceremonias, necesitamos mejores programas”.
Estados Unidos negro se había convertido en sinónimo no de discriminación sino de crimen, como lo sabría Parks misma. Quince días antes de que el presidente de Sinn Fein Gerry Adams la visitara, un joven negro cruzó su umbral en forma menos amistosa y admiradora, robándole 56 dólares e hiriéndola tanto que tuvo que ser hospitalizada. Pero el ataque fue una prueba de que su tiempo había pasado, que para una generación más joven, la época heroica de los derechos civiles era meramente un recuerdo.
Rosa Louise McCauley, activista de los derechos civiles, nacida en Tuskegee, Alabama, el 4 de febrero de 1913, casada en 1932 con Raymond Parks, que murió en 1977, murió en Detroit el 24 de octubre de 2005.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.