Dom 29.01.2006

EL MUNDO  › OPINION

Viaje a lo desconocido

› Por Claudio Uriarte

En principio, el panorama emergente en estos días de Gaza y Cisjordania sugiere una implosión de Al Fatah, la formación que por más de medio siglo condujo los destinos de la rebelión palestina contra Israel: hay hombres armados en las calles que piden la renuncia del presidente Mahmud Abbas, que integra su formación, como castigo ante la apabullante derrota de su facción ante los fundamentalistas de Hamas (por 74 contra 45 bancas, según los últimos datos actualizados); hay quienes quieren ir más allá y ocupar el Parlamento para impedir que los diputados integristas se sienten en sus bancos, y hay quienes, por último, y capitalizando el hecho de que la mayoría de los miembros de las fuerzas de seguridad palestinas integra también las filas de Al Fatah, aconsejan sin rodeos un golpe de Estado militar para bloquear el acceso de los integristas al poder. Y así sucesivamente.

¿O será tal vez una implosión de la Autoridad Palestina misma? Es verdad que las fuerzas de seguridad dependen de Al Fatah, así como la masa de empleados administrativos (también mayoritariamente integrantes de Al Fatah) que dependen para cobrar sus sueldos de unas ayudas que Estados Unidos, Israel y el resto de la comunidad internacional se muestran renuentes a entregar mientras Hamas no deponga las armas ni renuncie a su propósito manifiesto de destruir a Israel. Pese a las declaraciones apaciguadoras de una parte de estos actores, los hechos de ayer sugieren que éste no será el caso: Khaled Meshaal, exiliado líder de Hamas, se burló ayer desde Damasco de la perspectiva de sanciones internacionales (total, han vivido durante años sin ayudas de Estados Unidos, Europa o Rusia y sí con las ayudas, económicas y/o militares, de Siria, Irán y militares disidentes de Egipto) y proclamó fuerte y claramente el derecho del gobierno que viene a “formar un ejército como cualquier otro país... un ejército que defienda a nuestra población de agresiones”. Esto es una ruptura formal de lo que quedaba del proceso de paz y una declaración de guerra en regla contra Israel, aunque ni Hamas ni Al Fatah ni todos los grupos armados palestinos juntos tengan el poder para desafiar seriamente al Estado judío.

Pero, de todos modos, lo poco que también quedaba de proceso de paz queda en serio entredicho (si no aniquilado). El mismo Meshaal puso el dedo en la llaga al ironizar ayer contra las potencias exteriores que recomiendan primero la democracia pero después se arrepienten cuando gana el candidato que no les gusta. Analistas y estrategas de tendencias apaciguadoras de todo el mundo han tratado de relativizar en estos días el triunfo de Hamas señalando que se trata menos de un voto a favor de una guerra en pleno contra Israel que de una protesta contra la corrupción y deficiencias de los servicios públicos bajo los sucesivos gobiernos de Al Fatah. Puede ser, pero lo cierto es que esa protesta contra esa corrupción y esas deficiencias cloacales ha catapultado al poder a una dirigencia que declara su voluntad de destruir a Israel, y la proclama en serio. Cientos de asesinatos de civiles y una intransigencia retórica sin límites (incluyendo referencias al panfleto antisemita Protocolos de los sabios de Sión) así lo atestiguan.

De cara a la inevitable toma de posesión por Hamas del gobierno palestino, sectores de la Unión Europea han sugerido que una buena idea para moderar al grupo es mantener su ayuda económica a la Autoridad Palestina. Si alguien puede creer eso, puede creer cualquier cosa: lo mismo se ensayó con el liderazgo presuntamente laico y moderado de Yasser Arafat, y el fuego nunca cesó. Este lunes, el desafinado “Cuarteto” internacional para Medio Oriente (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas) se reunirá para tratar de definir en situación agravada lo que no pudo resolver cuando las condiciones eran (o parecían) más abiertas al diálogo. Y este domingo, Angela Merkel, canciller de Alemania, inicia la primera visita de una autoridad occidental a la región después del terremoto. Ehud Olmert, primer ministro interino de Israel, ha dicho que no negociará con Hamas mientras ésta no renuncie a las armas ni reconozca a Israel. Lo mismo ha declarado el presidente norteamericano George W. Bush. Esto no cambiará, pero lo interesante va a ser qué ocurre en el campo minado de Cisjordania y Gaza, entre distintas facciones de Al Fatah y distintas facciones de Hamas, mientras una comunidad internacional (si tal cosa existe de verdad), más dividida y desconcertada que nunca, decide (si puede) qué hacer.

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