Sáb 12.01.2002

EL MUNDO

El frío rodea a Bush tras la caída de la casa Enron

Era la corporación más cercana al presidente y a su administración propetrolera, facturaba el doble que compañías como Boeing y Texaco y ahora su colapso deja preguntas incómodas a las puertas del poder.

Por Matthew Engel
Desde Washington

Los políticos estadounidenses pasaron el día de ayer tratando de digerir las implicancias del súbito viento helado que sopla desde Texas y amenaza la cálida adulación en que el presidente George W. Bush estuvo bañándose por los últimos cuatro meses. De un modo pequeño, el 11 de enero también puede marcar un punto de inflexión.
El colapso de Enron Corporation hace un mes fue opacado por el estruendo del colapso de los talibanes. Pero el anuncio de esta semana de que se desarrollará una investigación judicial de su fracaso, y las consecuencias políticas para la Casa Blanca, han barrido a la guerra de los titulares de prensa. Anoche salieron a la luz nuevos detalles de los manejos entre Enron y la administración Bush. Lawrence Walley, presidente de la corporación, llamó a un importante funcionario del Tesoro hasta ocho veces, aparentemente suplicándole una reunión con él para usar la influencia política de la administración con los bancos para ayudar a Enron a conseguir nuevos créditos, según se reveló.
En el centro del creciente problema del presidente Bush con Enron radica la sospecha de un conflicto de intereses. Un año atrás, las empresas hacían colas para ayudar a financiar las fiestas inaugurales del presidente Bush, para asegurar su influencia con el nuevo régimen. Por cuestiones de decencia, las donaciones estuvieron limitadas a 100 mil dólares. Pero Enron se sobrepasó a sí misma: contribuyó la totalidad de los 100 mil dólares y su presidente, Kenneth Lay, hizo lo propio como particular.
Estas cifras, y los cientos de miles que Enron, Lay y otros ejecutivos dieron a las pasadas campañas de Bush en Texas, palidecen hasta la insignificancia en comparación con los miles de millones perdidos en la caída de la corporación y los millones perdidos por jubilados cuyo dinero dependía de las acciones de Enron. Pero ilustran el status de que Enron disfrutaba en calidad de lo que el Washington Post describió como “el árbitro de poder más grande del país”. Tenían un lema: su negocio era el poder, en forma de energía; el poder político era un capítulo menor. “Efectivamente tengo una buena relación personal con el presidente –dijo Lay en esa época–. Esto no quiere decir que la tenga en ninguna forma grandiosa. Es sólo que lo he conocido por un largo tiempo, del mismo modo que he conocido a sus padres por un largo tiempo.” Enron estaba tan profundamente imbricada en la vida de Texas que la totalidad de la oficina del secretario de Justicia de Estados Unidos en Houston tuvo que apartarse del caso por la enorme cantidad de gente dentro de su plantilla de 100 abogados con conexiones con la compañía o sus empleados.
Cada gobierno tiene sus escándalos. Y cuando uno está encabezado por dos ex ejecutivos del petróleo –el presidente y el vice Dick Cheney prometen políticas por las que la industria del petróleo han estado rogando– no es difícil predecir adónde pueden llevar. Lo que ningún outsider pudo haber previsto en enero pasado fue el súbito derrumbe de Enron, una compañía que alguna vez pudo jactarse de disponer del doble de ganancias de Boeing, Texaco o Hewlett-Packard. Y hoy las frases usuales del escándalo político se están escuchando en Washington: “tráfico de influencias”, “pistola humeante”, “¿qué sabía el presidente y cuándo lo supo?”.

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