EL MUNDO › CLAVES PARA ENTENDER EL ENFRENTAMIENTO ENTRE HAMAS Y AL FATAH
En el trasfondo de la crisis está la incapacidad de las facciones rivales de confluir en un gobierno de unidad que logre ponerle fin al embargo económico. Hamas continúa negándose a reconocer Israel y Mahmud Abbas busca consensos para llamar a elecciones anticipadas.
› Por Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
No se necesita mucha imaginación o poder predictivo para adjudicarle a la tregua pactada entre Hamas y Fatah un carácter sumamente endeble. Así lo demuestran los enfrentamientos armados que siguieron luego de que ambos movimientos palestinos aceptaran los términos del cese de fuego. Y aunque los más optimistas quieren creer que se trata de los resabios de una dinámica de confrontación que llegó a niveles inusitados, cuyos protagonistas no pueden frenar al ritmo que los dirigentes quisieran, los más realistas aseguran que no pasará mucho tiempo hasta que un nuevo estallido de violencia vuelva a expandirse por las calles de Gaza. Así se desprende, según los seguidores de la política palestina, del llamado a elecciones anticipadas efectuado por el titular de la Autoridad Palestina (AP) y líder de Al Fatah, Mahmud Abbas (Abu Mazen), dado que Hamas no aceptará un paso que implica la deslegitimación y disolución del gobierno que la corriente islamista viene encabezando desde las pasadas elecciones al Parlamento, en enero del 2006.
El trasfondo de la disputa consiste en la imposibilidad de ambas fuerzas rivales de confluir en un gobierno de unidad nacional que logre ponerle fin al embargo económico y al boicot político que Israel y los Estados Unidos, junto con los países europeos y varios Estados árabes, impusieron al gobierno de Hamas. Luego de innumerables e infructuosos intentos por conseguirlo, Abu Mazen parece haber optado por el llamamiento a nuevas elecciones, aunque sin determinar cuándo se realizarían, como último recurso que empujaría a Hamas a aceptar la opción del cogobierno. De otro modo, cuesta entender la lógica que guía al titular de la AP a hacer una apuesta tan arriesgada y que, sin lugar a dudas, no le garantiza alguna recompensa valiosa. Su movimiento, Al Fatah, se encuentra en una situación que difícilmente lo posicione en un buen lugar para competir con Hamas en una próxima contienda electoral. Desprestigiado a ojos de la población palestina, que lo considera corrupto, derrotista y alejado de sus necesidades, desarticulado por las luchas internas y los enfrentamientos entre distintas facciones, el movimiento fundado por Yasser Arafat apenas consigue superar a su adversario por muy poco margen en las últimas encuestas realizadas en Gaza y Cisjordania.
Hamas, por su parte, encontró la forma de subsistir a la situación de embargo, aislamiento y escasez, reforzando su alianza con Irán, al que el premier y dirigente del movimiento, Ismail Haniye, denominó “el ancla estratégica” de los palestinos. En su reciente visita a Teherán, Haniye consiguió del presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, la promesa de brindarle al gobierno liderado por su visitante una ayuda económica del monto de 250 millones de dólares. Parte de ese dinero es el que intentó ingresar el premier palestino a Gaza días atrás, cuando fue demorado en el paso fronterizo de Rafah, entre Egipto y la Franja, por orden de las autoridades israelíes. Haniye, pese al cierre de la frontera y a los tiroteos contra su comitiva, logró entrar al territorio palestino, pero tuvo que dejar la valija llena de dólares en el lado egipcio. La ayuda dada por el nuevo patrono regional (el régimen chiíta de Irán guarda una distancia muy grande, desde el punto de vista ideológico y teológico, con los Hermanos Musulmanes de Egipto, los mentores doctrinarios de Hamas, pertenecientes al ala sunnita del Islam), en tanto, deberá seguir otro trayecto para llegar a destino. Así lo esperan los miles de trabajadores de la AP que no reciben sus sueldos desde hace varios meses, incluidos los miembros de los distintos aparatos de seguridad.
La estrategia adoptada por Hamas, vía Teherán, para romper el cerco que sufren los palestinos bajo el gobierno del movimiento lo encarrila en un curso de radicalización motivado por la determinación de no transigir en los tres puntos que le exigen los factores de poder de la diplomacia internacional: el reconocimiento de Israel, la renuncia a la violencia y la aceptación de los acuerdos firmados entre la OLP y el Estado israelí. Si bien el gobierno de Jerusalén no está involucrado directamente en la relación de fuerzas entre las dos corrientes políticas palestinas, como lo manifiestan expresamente sus representantes, la decisión de quebrar a cualquier precio al gobierno de Hamas y, paralelamente, no reforzar a su contraparte moderada mediante la negociación política, ha contribuido considerablemente al desarrollo de la lógica de la escalada.
El actual cese de fuego en Gaza acordado entre Israel y los palestinos es tan o más frágil e inestable que la tregua interna pactada por Al Fatah y Hamas. Si no va a estar acompañado por algún tipo de dinámica de negociación recíproca sobre el futuro político de los territorios conquistados por Israel en 1967, su violación generará nuevamente titulares más llamativos que los que concitan los tiroteos entre distintos grupos palestinos armados. Y –lo que debería preocupar sobremanera al gobierno de Ehud Olmert– empañará aún más la deslucida imagen pública de Abu Mazen. La ausencia de un diálogo entre las partes es la que, paradójicamente, juega a favor del “enemigo”: es la que le permite a Hamas sostener el convincente argumento de que la vía de Al Fatah, es decir la vía iniciada con el acuerdo de Oslo en 1993, sólo conduce a la derrota. Que también es, claro está, la explicación que esgrime la derecha israelí.
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