EL MUNDO › EL NOMBRAMIENTO DE BERNARD KOUCHER INDIGNO A LOS SOCIALISTAS
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, nombró a quince ministros, entre ellos a tres socialistas. La movida profundizó la crisis de la oposición, que teme una deblacle en las legislativas.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
El milagro francés se puso ayer en marcha. Once días después de haber ido electo presidente de la República y luego de designar un primer ministro con un perfil de reformista moderado, François Fillon, el presidente Nicolas Sarkozy formó un gobierno de quince miembros en cuyo seno hay tres líderes políticos socialistas de alto rango. Sarkozy realizó con un solo movimiento tres jugadas clave: cumplió con su promesa de empujar las líneas de la izquierda y la derecha al mismo tiempo, respetó la paridad entre hombres y mujeres, al tiempo que ahondó su estrategia de desestabilización de una oposición socialista ya maltrecha por la tercera derrota en una consulta presidencial y casi invisible a fuerza de divisiones y arreglos de cuentas de toda índole.
Quince ministros, entre los cuales hay siete mujeres y tres oriundos de las filas socialistas. No se trata de conciencias tardías, sino de personalidades que, hasta hace apenas unas semanas, ocupaban puestos estratégicos en el Partido Socialista. Bernard Kouchner, ex ministro de Salud y de Acción Humanitaria, heredó la estratégica cartera de Relaciones Exteriores; Eric Besson, ex responsable de las cuestiones económicas en el PS, fue nombrado secretario de Estado de la Prospección y la Evaluación de las Políticas Públicas y Jean-Pierre Jouyet, otro hombre de izquierda, secretario de Estado de los Asuntos Europeos. A estos tres puestos gubernamentales se les agrega otro personaje con chapa de socialista, Martin-Hirsh, presidente de Emmaus-Francia, ahora alto comisionado a la Solidaridad activa contra la pobreza. En comparación, los centristas se ven estrechamente recompensados por su masiva solidaridad con una sola figura, Hervé Morin, hoy ministro de Defensa. El jefe de gobierno estará secundado por un número dos de reconocida trayectoria política y judicial, el ex primer ministro Alain Juppé, único responsable con rango de ministro de Estado que tendrá en sus manos la cartera de Desarrollo Sustentable. El nombramiento de Juppé constituye también la realización de una promesa del presidente. Sarkozy se había comprometido a crear una suerte de viceprimer ministro encargado del desarrollo sustentable. Pero Juppé tiene en su haber un extenso historial judicial que remonta a la época en que era número dos de la Municipalidad de París y el ya ex presidente Jacques Chirac, el intendente. La Justicia volvió a interrogarlo hace tres días en relación con el mismo legajo que con que los jueces podrían visitar a Chirac en cuanto pierda la inmunidad presidencial que aún lo protege durante un mes. Dos miembros del precedente gabinete aparecen en éste: Michèle Alliot-Marie, ministra de Interior y de Ultramar (antes de Defensa), y Jean-Louis Borloo, ministro de Economía. Borloo es uno de los jefes políticos de la derecha más populares. El tratamiento social del desempleo y reformas sociales delicadas estarán en manos del ministro de Trabajo, de Relaciones Sociales y de la Solidaridad, Xavier Bertrand. Rachida Dati, ex consejera de Sarkozy en el Ministerio de Interior y portavoz de su campaña electoral, fue nombrada titular de la cartera de Justicia.
No hay muchas caras nuevas en el gabinete de Sarkozy. Seis miembros del nuevo gobierno ya estaban en el saliente, dirigido por Dominique de Villepin. Además del ingreso de los (¿cómo llamarlos?) antaño socialistas, la novedad más polémica, o tal vez controvertida, es el Ministerio de la Inmigración, de la Integración, de la Identidad Nacional y del Codesarrollo, cuyo responsable es Brice Hortefeux. En este extenso enunciado ministerial palpita una de las claves de la victoria de Nicolas Sarkozy en las elecciones presidenciales: la identidad nacional, que los franceses parecen sentir en peligro, terrible e inexorablemente amenazada, bajo la presión del universo visible e invisible, tan asediada por el planeta que ha hecho falta crear un ministerio sobre la identidad nacional para que un ministro la proteja y legisle. Nicolas Sarkozy es un estratega ejemplar. El presidente se hizo elegir con uno de los discursos más a la derecha de la Quinta República y empieza su presidencia con un ejecutivo cuyo jefe es un representante del ala social de la derecha, dos de sus miembros ex caciques socialistas y uno oriundo de la sociedad civil, pero marcadamente de izquierda. Bernard Kouchner, el recién nombrado canciller, es una de las personalidades socialistas más populares. Va a ser intrincado explicarles a los militantes y simpatizantes socialistas cómo se puede pasar de la cumbre del partido, del equipo de campaña de la socialista Ségolène Royal, a integrar un gobierno conservador. Lo mismo vale para Eric Besson, ex responsable de las cuestiones económicas del PS. Kouchner es un símbolo del socialismo francés que jugó un papel central en la fundación de Médicos sin Fronteras. Lo menos que puede pensarse es que el doctor y hoy canciller tenía claro desde el principio esa idea de que no hay fronteras... ni siquiera las ideológicas. “Desde hace rato que la gente habla de apertura, nosotros lo hicimos”, dijo ayer el primer ministro François Fillon. Para los socialistas, la amenaza de una ola azul (mayoría aplastante de escaños conservadores) en las próximas elecciones legislativas (10 de junio) empieza a ser una realidad de pesadilla. Desde ya, François Hollande, primer secretario del PS, anunció que Bernard Kouchner había dejado de ser miembro del partido de la rosa. “El método Sarkozy-Fillon es comprometer a la gente, es el botín de guerra, el desvío, captar las conciencias”, dijo Hollande. El diputado europeo socialista Benoit Hamon explicó: “La izquierda no está en el gobierno, la izquierda está en la oposición”. Los días socialistas empiezan a asemejarse a la hecatombe electoral de 1993 pero, en este 2007, con un significante que hace estragos: la traición de hombres políticos que consagraron su vida a una causa y luego la intercambiaron por aquella que habían combatido.
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