EL MUNDO › AL DESPEGARSE DE BLAIR, CRECIO EN LAS ENCUESTAS
En su primer mes de gobierno revirtió la ventaja de los conservadores al sortear con éxito las crisis provocadas por el ataque de los médicos terroristas y las inundaciones.
› Por Walter Oppenheimer *
Desde Londres
La llegada de Gordon Brown al número 10 de Downing Street ha significado una sacudida en la política británica. El hombre al que muchos consideraban demasiado ciclotímico, demasiado obsesionado con su propio destino, incapaz de seguir la telegénica estela del sonriente Tony Blair, el hombre que algunos pensaban que jamás llegaría a ser primer ministro y que, si lo conseguía, sería el más breve de la historia política del Reino Unido, ha logrado en apenas un mes dar vuelta los sondeos, ha hecho calar la sensación de cambio y, sobre todo, ha demostrado que ser distinto de Blair puede ser más una ventaja que un inconveniente.
Hace tan sólo cuatro meses, los laboristas languidecían a ocho puntos de distancia en los sondeos, Blair hacía ver que seguía mandando y Brown parecía nervioso e inseguro ante el ansiado relevo. Todo empezó a cambiar en mayo, cuando Blair confirmó por fin su jubilación anticipada. Desde entonces, a medida que la figura del ex primer ministro se iba difuminando en una larga y cansina despedida, la de Brown iba ganando fuerza: logró sin problemas la nominación como líder laborista y acabó entrando en Downing Street como un huracán. La mala suerte de debutar con dos intentos de atentado terrorista y con las inundaciones más graves de la posguerra ha sido probablemente su mayor fortuna. El fuerte de Brown no son los fuegos artificiales, sino su fama de trabajador serio e infatigable.
Brown ha demostrado un nuevo estilo de gobierno en esas dos crisis. Tras los intentos de atentados en Londres y Glasgow, cedió el protagonismo a la recién nombrada jefa del Home Office, Jacqui Smith. Y los mensajes del nuevo gobierno huyeron del dramatismo y la agresividad a la que recurría Blair en esos casos. En las inundaciones, Brown ha estado sobre el terreno lo bastante para demostrar que se preocupaba, pero no demasiado para evitar que pensaran que estaba allí para repartir sonrisas y abrazos. También ha apoyado a su ministro de Medio Ambiente, Hilary Benn, acompañándolo cuando tuvo su primera y difícil comparecencia en los Comunes. Este le devolvió el favor en la primera rueda de prensa mensual del nuevo primer ministro. Esos cambios en las formas representan también importantes cambios de fondo: una renuncia al spin –la manipulación informativa que ha acompañado al Nuevo Laborismo– y una apuesta por un gabinete más colegiado, menos presidencialista y próximo al Parlamento.
No todo han sido crisis y sobresaltos para Brown. El cierre del caso de la venta de distinciones ha sido una buenísima noticia para el primer ministro británico y para el Partido Laborista, no sólo desde el punto de vista político, sino económico, porque facilitará la recaudación de fondos para las elecciones. Y la victoria laborista en dos elecciones parciales ha tenido el premio añadido de que los tories han quedado relegados al tercer puesto en ambas. Y es que en todo aquello en lo que le ha ido bien a Brown en los últimos tiempos le ha ido mal a su rival electoral, David Cameron.
La suerte de Cameron también empezó a cambiar en mayo, cuando las posiciones de su portavoz de Educación, David Willetts, en contra de los sistemas selectivos provocaron la primera revuelta interna contra el nuevo liderazgo. Cameron acabó degradando a Willetts en lo que se interpretó como un ataque de pánico. Desde entonces casi todo le ha ido mal. Sobre todo en las elecciones parciales, de las que ha salido personalmente mal parado. Tampoco ha tenido suerte: cometió el error de planear un viaje a Africa en la última semana parlamentaria con tan mala fortuna que coincidió con el peor momento de las inundaciones.
El vuelco que ha dado la política británica en las últimas semanas se refleja en las encuestas publicadas en los últimos días. El sondeo mensual de Ipsos-Mori, entre el 12 y el 17 de julio, daba una clara ventaja a los laboristas (41%) frente a los tories (35%), dando la vuelta al triunfo conservador que se pronosticaba en marzo (41% frente a 33%) y en abril (38%31%). Es la primera vez que los laboristas alcanzan el 41% de la intención de voto desde noviembre de 2005. Unos días después, un sondeo de ICM confirmó la ventaja laborista: 38% frente a 32%. Son las peores expectativas de los conservadores desde que Cameron se hizo con el liderazgo.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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