La ejecución equívoca de los dos anarquistas ítalo-estadounidenses ponía en evidencia el racismo de la sociedad norteamericana de entreguerra.
Hace ochenta años, la Justicia y la sociedad estadounidense escribían una de las páginas más oscuras de su historia. La injusta ejecución de los anarquistas ítalo-estadounidenses Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti daba la vuelta al mundo y los convertía en mártires y referentes de la lucha social en ciudades tan distantes como París, Buenos Aires y Nueva Delhi. Su detención, juicio y condena había dejado al descubierto los prejuicios y el racismo de la sociedad norteamericana contra los inmigrantes y los militantes de izquierda. Hoy, en un nuevo aniversario de su muerte, la comunidad italiana en Boston recordó su legado.
Sus nombres son conocidos alrededor del mundo, aunque muchas veces no se sabe bien por qué. Sacco y Vanzetti, como quedaron grabados en la memoria de sucesivas generaciones, eran dos de los millones de italianos que emigraron a Estados Unidos a principios del 1900 con apenas unas monedas en sus bolsillos. Una entrevista con el diario The New York World los inmortalizaría años después como “un buen zapatero y un pobre vendedor de pescado”, según las palabras del propio Vanzetti.
Como muchos de sus connacionales, eran activos militantes anarquistas. Pertenecían a una célula de Boston que apoyaba las acciones violentas contra el Estado y estaba sospechada de haber participado en varios de los atentados de la época. Sin embargo, ni Sacco ni Vanzetti tenían antecedentes cuando la policía los arrestó el 5 de mayo de 1920. En un primer momento los acusó de distribuir panfletos “subversivos” y de posesión de un arma. Estos cargos menores pronto cambiaron y, sin más explicaciones, los dos anarquistas se convirtieron en los únicos sospechosos de un doble asesinato y un robo, que había tenido lugar veinte días antes en un barrio cercano.
Casi un mes después comenzaba el juicio. Fue uno de los procesos más viciados de la historia estadounidense. Después de leer las transcripciones, el ex juez de la Corte Suprema William Douglas escribió en 1969: “Me es difícil creer que ese juicio fue en Estados Unidos”. Por un lado, el juez Webster Thayler ignoró gran parte de la evidencia que exculpaba a los dos anarquistas. Optó por no escuchar a un testigo que le había dicho a la policía que Sacco y Vanzetti no eran los hombres que habían robado más de 15 mil dólares y asesinado al cajero y a un guardia de un negocio de zapatos. Tampoco consideró la declaración del entonces cónsul italiano, quien sostuvo que Sacco se encontraba en su despacho en el momento del crimen. Menos aún importó que el calibre del arma homicida no coincidía con el de la pistola que les incautaron durante el arresto.
El otro elemento que provocó la indignación de organizaciones de inmigrantes en Estados Unidos y de movimientos anarquistas en todo el mundo fue la abierta parcialidad del juez Thayler. “Este hombre (Vanzetti), aunque no haya cometido el crimen que se le atribuye, es de todas maneras culpable, porque es un enemigo de nuestras instituciones”, le dijo al finalizar el juicio al jurado. En una audiencia anterior había sido aún más claro. “Los imputados son culpables de socialismo”, había sentenciado mucho antes de escuchar la decisión del jurado.
El racismo demostrado por el juez Thayler y previamente por la policía de Boston despertaron una reacción que, a pesar de haber sido un hito en un mundo todavía no globalizado, no lograron revertir la ejecución de los dos acusados. Personalidades como Albert Einstein, Marie Curie, Bernard Shaw y Orson Welles, además de todos los movimientos anarquistas del globo, se solidarizaron con el caso “Sacco y Vanzetti”. En Buenos Aires, todas las organizaciones anarquistas, a pesar de sus diferencias, se sumaron a la campaña internacional para presionar al gobierno estadounidense.
A pesar de los esfuerzos, el 23 de agosto de 1927 a las 0.19 de la madrugada, Nicola Sacco murió en la silla eléctrica en la cárcel de Charlestown, en Massachusetts. Siete minutos después, su compañero sufrió el mismo destino. “Desde hoy nuestra muerte es lo único que cuenta. Nuestra condena se ha convertido en nuestro triunfo”, dicen que dijo Vanzetti al conocer la sentencia. Si lo dijo o no, no tiene importancia. Lo que importa es que el día siguiente una multitud acompañó a los dos ataúdes y que hoy, ochenta años después, el mundo los sigue recordando y homenajeando.
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