› Por Eduardo Febbro
Desde París
Han pasado tantos años y ha corrido tanta tinta... pero muchos pliegues de la historia quedaron envueltos en la corriente del tiempo y de las sucesivas versiones del episodio que condujo al Che a Bolivia, al arresto y condena en Bolivia del intelectual francés Régis Debray, a la posterior detención del Che, a su asesinato y a la liberación de Debray. Biógrafos, comentaristas, agentes de la CIA y hasta algunos compañeros del Che que sobrevivieron a la expedición boliviana han dado de este episodio y de la captura del Che argumentos siempre renovados, contrapuestos, contradictorios, a veces delirantes, otras lejanos a toda forma constatada de la verdad. De la media docena de biografías válidas que existen del Che ninguna ofrece la misma explicación. ¿Quién entregó al Che? La versión más sólida apunta a Debray como el culpable de haber indicado dónde se encontraba Guevara en su periplo mortal por Bolivia. El 31 de agosto de 1996, en Buenos Aires, la primera hija del Che, Aleida Guevara, acusó a Debray de haber “hablado más de lo necesario”.
El acusado encontró un defensor inesperado en Benigno, uno de los ex compañeros del Che en Bolivia, que negó que Debray fuera el responsable directo del arresto. Dos años más tarde, el mismo Benigno iba a ser protagonista de una de esas escenas dignas de un circo: ya exiliado en Francia, Benigno viajó a Miami para encontrarse con Feliz Rodríguez, un agente cubano de la CIA que pasó años persiguiendo al Che por medio planeta. Ambos posaron juntos en una foto para promover la paz entre cubanos. Enemigos de antaño, reconciliados por la vejez y los intereses políticos del momento.
Rodríguez no comentó en ese entonces las confidencias que le había hecho en 1989 al periodista norteamericano John Weisman, publicadas luego en el libro Shadow Warrior. Allí, el ex agente de la CIA afirma que luego de la captura de Debray –20 de abril de 1967– el intelectual francés, interrogado por la CIA, dijo lo esencial: “Fue el testimonio de Debray lo que convencido a la CIA de concentrar sus esfuerzos en la captura del revolucionario”. En 1996, el periodista norteamericano John Lee Anderson escribió una de las biografías de referencia –Che Guevara, A Revolutionary Life– en la cual también desarrolla el argumento de que fueron las palabras de Debray las que sellaron el destino del Che. Otras versiones, en especial la del intelectual y político mexicano Jorge Castaneda –Compañero. Vida y muerte del Che Guevara– y la del francés Pierre Kalfon –Che Guevara, una leyenda del siglo– dan vuelta esas acusaciones y acusan a Ciro Bustos de haber hablado demasiado. Bustos era uno de los compañeros del Che en Bolivia arrestado al mismo tiempo que Debray. Leídas a través del tiempo, cada biografía parece responder a una voluntad personal de buscar un culpable: Bustos, Debray o algún otro.
Los bolivianos que participaron en aquella caza a los revolucionarios sonríen con cierta condescendencia cuando evocan. Uno de ellos dijo a Página/12: “A Debray no teníamos necesidad de torturarlo para que hablara. Tenía tanto miedo que cuando le soplábamos los ojos se ponía a llorar. Pero lo que él pudo decir no cambia la historia, no nos servía de mucho. Nosotros ya sabíamos por dónde andaba el Che cuando capturamos a Ciro Bustos y a Régis Debray. La CIA nos había dado un respaldo decisivo”. Los bolivianos aseguran hoy que no les hacía falta ni que Bustos, ni que Debray les confirmara que el comandante Ramón era el Che.
El año pasado, el general Gary Prado, el hombre que el 9 de octubre de 1967 capturó al Che en La Higuera al mando de la compañía de los Rangers, contó a Página/12 las condiciones del arresto, la lástima que le daba tener al Che cercado desde hacia algunas semanas, observándolo como palomas prisioneras hasta cerrar para siempre el diario de esa aventura. “Esos últimos días son totalmente surrealistas. Sabían que el ejército se les estaba viniendo encima, nos habían visto, sabían que mi compañía tenía 160 hombres. ¿Y qué hicieron? En vez de dispersarse y decir, bueno, hasta otro día camaradas, dejamos los fusiles, nos compramos un pantalón y una camisa, nos sacamos la barba y sálvese quien pueda, no, siguieron marchando ¿rumbo a qué? ¿Al sacrificio? Había combatientes muy buenos, de mucha experiencia, pero totalmente desubicados dada la realidad del país. Estaban perdidos en una zona donde las características son difíciles, ahí en pie de monte, al comienzo del Chaco, donde no hay ni mucho que comer y donde la gente es muy especial”. Prado narró a este diario la forma en que el grupo del Che se dividió en dos –en uno de ellos estaba Debray– y cómo esa división los llevó a la pérdida.
Régis Debray fue juzgado y condenado a 30 años de cárcel. Casi cuatro años después salió en libertad gracias a una negociación secreta con Francia cuyos compromisos nunca fueron cumplidos por París. Hace casi cuatro décadas, los diplomáticos bolivianos se enteraron de que Debray había sido puesto en libertad leyendo el diario Le Figaro. Sólo al día siguiente les llegó de La Paz un telegrama con la confirmación y el anuncio de que llegaría un agregado militar en misión especial, el general León Kolle Cueto, hermano del ex primer secretario del Partido Comunista de Bolivia. En los años en que Debray estuvo preso en Bolivia el personal diplomático boliviano era la oveja negra de los círculos diplomáticos: “No nos invitaban ni a un cóctel de beneficencia”, recuerda uno. El general Kolle Cueto fue acreditado debidamente en la cancillería francesa y pidió cita con el ministro de Defensa, Michel Debré. Este jamás lo recibió. Cueto había sido enviado a París a cobrar la recompensa pactada en la negociación destinada a abrir las puertas de la cárcel de Régis Debray. El acuerdo era amplio. Francia se había comprometido a entregar lanchas fluviales para la Fuerza Naval boliviana, equipamiento completo para un batallón de ingenieros, entrenamiento a pilotos de la Fuerza Aérea y un hospital militar. Nunca hubo ni lanchas, ni hospital, ni equipos de ningún tipo. Cueto refirió el problema de la cita con el ministro a la cancillería francesa y obtuvo una cita con el canciller Maurice Schumann. El canciller lo recibió y cuando el general le reveló el acuerdo, Schumann le dijo: “Es imposible. Francia no negocia esas cosas”. Cueto se quedó sin el tributo que su país había negociado en medio de circunstancias políticas nacionales muy especiales.
Bolivia estaba gobernada entonces por el general Juan José Torres, un militar del ala izquierda de las fuerzas armadas que había llegado al poder mediante un golpe de Estado y luego fue derrocado por otro golpe lanzado por Hugo Banzer. Uno de los hombres que negociaron el acuerdo con los franceses, que desempeñó un papel preponderante en la posterior liberación de Debray, el ex vicecanciller Fernando Laredo, no recuerda los hechos con ningún encono: “Los franceses no cumplieron pero eso fue culpa nuestra. Nosotros manejábamos el asunto de la liberación de Debray pero como el gobierno de Torres no controlaba todo en algún lado se nos fue de la mano. Había otros grupos que también negociaban con los franceses. Francia no nos engañó. Había mucha confusión y demasiados negociadores. Eso fue lo que pasó”. Laredo refirió a Página/12 que la liberación, con o sin acuerdo, fue una decisión política de Torres. “Sabíamos que si nosotros no lo sacábamos otros militares lo iban a liquidar. Para ellos, Debray era un apoyo sustancial de las guerrillas de América latina, lo que no era cierto. Era una cuestión de principio”.
La decisión de extraer a Debray de la cárcel la tomó Torres en persona. Pero no fue simple. Ciertos sectores castrenses no querían soltar a Debray. Para conseguirlo se montó una operación al mando del mayor Rubén Sánchez, comandante de los Colorados de Bolivia, el regimiento de escolta presidencial, militar de izquierda y miembro del MNR. Fue con un comando a Camiri, donde Debray estaba detenido en una división del ejército desde la cual se dirigían las operaciones contra la guerrilla del Che. Sánchez tomó el edificio y liberó a Debray. “El avión ya estaba listo para llevárselo. Cuando el comando entró en Camiri Debray pensó que venían a matarlo”, cuenta Laredo. El avión partió rumbo a Chile.
Debray escribe numerosos ensayos y, como muchos otros ex aventureros de izquierda, sus ideas huelen a salones para damas elegantes y asustadizas que acuden de vez en cuando a los confesionarios. París no entregó jamás las piezas del intercambio. Debray nunca pagó sus deudas. Ni con Bolivia, ni con la historia de América latina.
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