EL MUNDO › FRANCIA VOLVERIA A REINTEGRARSE A LA OTAN
› Por J. M. Martí Font *
Desde París
Nicolas Sarkozy llegó ayer a Washington, en su primera visita oficial –el pasado verano almorzó privadamente con la familia Bush– asumiendo plenamente su condición de “nuevo amigo de los americanos” y acompañado por su vistosa guardia pretoriana que, a excepción del titular de Exteriores Bernard Kouchner, la forman mujeres de distintos orígenes étnicos: la ministra de Justicia, Rachida Dati –cuyo parecido físico con la secretaria de Estado Condoleezza Rice se acentúa cada día más–; la bella Rama Yade, secretaria de Estado para los Derechos Humanos y la titular de Economía y Finanzas, Christine Lagarde, representante, tanto por su formación como por su currículum, de la gran patronal francesa.
Tiene previsto hasta cuatro horas de entrevistas con el presidente George Bush, en varias sesiones. La opinión pública lo mira con simpatía, pese a sus malos modos con la periodista de la CBS que le preguntó sobre su ex mujer. Representa una mano tendida en un momento de crisis. Las debilidades atlantistas del presidente francés vienen de lejos. Nunca ha escondido su admiración por la sociedad norteamericana; una ruptura con la tradición gaullista que no le ha impedido llegar al Palacio del Elíseo. “Nunca más debemos convertir nuestros desacuerdos en una crisis”, la frase lanzada hace un año por Sarkozy, todavía como ministro del Interior en un polémico viaje a Estados Unidos, incluye su crítica al abierto enfrentamiento con Washington protagonizado por su predecesor Jacques Chirac en torno de la invasión de Irak y muestra cuál es su postura actual frente a la superpotencia en horas bajas. Pero al margen de las efusiones que, a buen seguro, supondrán un balón de oxígeno para la desarbolada administración de George Bush, Sarkozy no lleva nada nuevo en sus alforjas que no sea conocido: la posición de Francia frente a Irán, incluido el deliberado lapsus linguae de Kouchner cuando evocó literalmente la posibilidad de una “guerra” si Teherán seguía adelante con el proceso de enriquecimiento de uranio, y su acuerdo para endurecer las sanciones contra el régimen de los ayatolás en las Naciones Unidas. Por el contrario, las señales que desde el Elíseo se han enviado sobre una posible reintegración de Francia a la estructura militar de la OTAN, lo que supondría el definitivo corte con los últimos restos del gaullismo, quedan para cuando Bush haya abandonado la Casa Blanca. Fuentes diplomáticas señalan que, en su discurso ante el Congreso, el presidente francés podría situar esta eventualidad en el año 2009. De ser así estaría ateniéndose a lo que le ha recomendado el ex titular de Exteriores, el socialista Hubert Vedrine: “ningún compromiso con esta administración”.
Sarkozy deja una Francia convulsa que se prepara para una semana de huelgas contra sus reformas que paralizarán el país. Y aplica el principio de seguir en movimiento perpetuo, al menos en el frente diplomático, pero jugando siempre con ventaja. La visita a Washington se inscribiría en la misma estrategia que la aplicada a los hermanos Kaczynski en el caso de Polonia; del líder libio Muamar El Kadafi o de Idriss Déby en Chad, todos ellos políticos en crisis: encontrar el modo de devolverles credibilidad. Porque, en último término, las prioridades de Sarkozy en Washington tienen más que ver con su agenda doméstica que con los destinos del mundo.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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