La nueva mano dura con los latinoamericanos no discrimina entre gobiernos más o menos amigos. Bien lo sabe Brasil, que vio cómo desde el pasado noviembre la Policía de Extranjería rechazaba al 25 por ciento de los pasajeros que llegaban a la península, cebándose, según testimonios de una alta fuente diplomática brasileña, con los ciudadanos de raza negra. En enero y febrero, de cada 2000 brasileños que llegaban al país, eran repatriados unas horas después sin haber pisado suelo español 450. La situación se volvió tan indigna que el Ministerio del Interior brasileño resolvió pagar con la misma moneda a los miles de turistas españoles que visitan el país, y muchos de ellos fueron rechazados en la frontera “por no reunir los requisitos”, provocando un gran escándalo de los medios de comunicación locales que no podían, ni querían, entender la lógica de la medida.

Los argentinos, normalmente mejor recibidos sobre todo si son de raza blanca y tienen pinta de turistas de clase media, han comenzado también a ser víctimas de esta política. En el año 2007, sobre 200 mil que llegaron por avión al continente, Extranjería rechazó a 600. Parece una cifra pequeña, pero resulta alta si se la compara con los 190 que fueron rechazados en 2003. Nada comparado con los 4950 ecuatorianos que no fueron admitidos ese mismo año, un 50 por ciento de los que intentaron ingresar al país, según Extranjería.

Algunos pasajeros han comenzado a quejarse del trato injusto en los locales de detención y otros han iniciado acciones judiciales contra el Estado español a raíz de estos incidentes. Es imposible, además, constatar cuánto han crecido los rechazos en los aeropuertos en los últimos cinco años. En su página web, la Policía de Extranjería tiene las estadísticas sólo hasta el 2003.