EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Walter Mignolo *
La cumbre sobre la crisis alimentaria realizada en Roma fue, a juzgar por los comentarios internacionales y por las expectativas del sentido común, una cumbre más. El único discurso que “desentonó” fue aquel que confrontó el problema cara a cara: Robert Mugabe, de Zimbabwe, que conminó a “terminar con las agendas cínicas”. Sin embargo, la prensa occidental criticó el mero hecho de que Mugabe fuera invitado a la cumbre y también destacó su hipocresía: la crítica de Mugabe a los diseños imperiales como causantes de la crisis alimentaria fue balanceada por la prensa, señalando que él mismo es una de las principales causas de las hambrunas en Zimbabwe.
En medio de las mutuas acusaciones aparece el problema en toda su claridad. No se trata, por cierto, de tomar partido por la posición de Mugabe o por la crítica de los estados y la prensa conservadora de Europa y Estados Unidos, sino de embarcarnos en una doble crítica. La prensa más abierta y liberal no dejó de señalar que “la retórica nunca podrá alimentar un mundo hambriento” (John Kay en el Financial Times, 11 de junio). Hay en verdad una lógica en marcha en este caso que tiene su paralelo en otros semejantes: por ejemplo, en el enfrentamiento de Mohammed Ahmadinejad con Estados Unidos y los países centrales de la Unión Europea, y los enfrentamientos entre Chávez y los Estados Unidos. Se trata de líderes indeseables para avanzar en los proyectos de desarrollo democrático en todo el planeta.
Hank Paulson, secretaria del Tesoro de Estados Unidos, afirmó que la crisis alimentaria no se debe a causas naturales, sino que es man-made. Puesto que la crisis es consecuencia de acciones humanas es posible y necesario resolver el problema. Propuso dos caminos, uno de corto y otro de largo alcance. El primero es la asistencia inmediata por parte de los estados nacionales prósperos para paliar el hambre en las regiones y poblaciones que viven en estas condiciones. El segundo camino es el desarrollo de la agricultura, particularmente en Africa.
Paulson y Mugabe ilustran las dos posiciones extremas. El discurso de Mugabe fue desacreditado por su propia historia personal de abusos en Zimbabwe. El discurso de Paulson, y el de Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, fueron aceptados como visiones sensibles para futuros globales.
Sin duda que la conducta de Mugabe en su país deja mucho que desear. Sin embargo, su discurso es un espejo en el que se mira el de Paulson. El discurso de Paulson responde a la retórica de salvación, ahora por el desarrollo económico, que los dirigentes de Estados Unidos y del Banco Mundial han puesto en escena desde la década del ’50. Antes lo fue por la conversión de almas al cristianismo o a la salvación de las personas transformadas a los principios civilizatorios de la Europa secular.
Detrás de la imagen salvacionista de los discursos de Zoellick y Paulson, se agazapa el proyecto mortal de la mercantilización de la vida, una de las últimas fronteras de avance de la economía capitalista, ahora en su etapa neoliberal. Nadie –en la vida en general– puede prescindir de alimentos y agua.
La producción de alimentos en Africa tiene varias ventajas, no tanto para los africanos como para los proyectos económicos imperiales. Mano de obra barata y, a la vez, también consumidora de la mercancía llamada alimento. Doble ganancia económica con posibilidades de ganancias políticas. Por un lado, el liderazgo de Estados Unidos, la Unión Europea y el Banco Mundial, permitiría confrontar la seria competencia de China, cuyas inversiones en Africa fueron notables en la ultima década, y continúan siéndolo. Simultáneamente, un proyecto de mercantilización de la alimentación y de la explotación del trabajo de millones de consumidores de los alimentos que producen tendría dos ganancias políticas adicionales para el proyecto imperial. Una, la de eliminar líderes rebeldes y problemáticos como Robert Mugabe. La otra, ignorar las propuestas descoloniales. Así, mientras que los discursos de Paulson y Zoellick son maquetas de reproducción de la colonialidad –bajo la lógica de explotación del trabajo y apropiación de recursos naturales–, el de Mugabe es el espejo del cinismo que él denuncia en los discursos del Banco Mundial. Sin embargo, dado el liderazgo de los primeros, liderazgo global que Mugabe no tiene, la retórica de modernización y desarrollo para justificar proyectos económicos de grandes beneficios –en la cumbre de Roma: Monsanto, Syngenta y DuPont, las principales compañías que controlan semillas y fertilizantes– ignora y oculta proyectos descoloniales de democratización alimentaria. Tales proyectos –como los de Vía Campesina y Soberanía Alimentaria, entre otros que no fueron invitados y ni siquiera mencionados en la cumbre– proponen soluciones a la crisis alimentaria y no la comercialización de la vida mediante la mercantilización de los alimentos.
* Profesor de Duke University (EE.UU.), investigador de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador).
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