EL MUNDO • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
Desde Quito
Rafael Correa es hiperquinético y confrontativo. En la mañana del jueves la emprendió con los productores de arroz a quienes impide exportar hasta tanto garanticen abastecimiento y precios decorosos para el mercado interno. Recibió a una funcionaria española con quien polemizó duramente por las medidas discriminatorias de la Unión Europea contra los inmigrantes. Concedió otra entrevista y se tomó un avión para almorzar y dialogar cara a cara con sus representantes en la Constituyente. El reportaje con PáginaI12, pautado para primera hora, pasó para la noche.
El presidente de Ecuador quiere desbaratar la herencia neoconservadora, como otros tantos vecinos. Su país se beneficia por la abundancia de una commoditie en alza (el petróleo) que da alguna sustentabilidad económica al proyecto. Pero la dolarización y el peso de las remesas de los emigrantes (segundo rubro en el PBI) –dos características recurrentes en estados centroamericanos– limitan el margen de acción de Correa.
Tiene apenas 45 años, terminó su formación académica en Lovaina y en Illinois. Es un economista heterodoxo, capacitado en el Norte. Le agrada llegar galopando a los actos, vivió en una comunidad indígena (“es el posgrado más importante que hice”). Pero su despacho presidencial podría haber sido instalado por Bill Gates. Computadoras para cada silla de la mesa directorio, material de primera para teleconferencias con ministros, seguimiento informático de la gestión. Fotos con otros mandatarios ornan el despacho: con Lula, con Alan García, con Hugo Chávez, con Néstor Kirchner. La del argentino es la única con dedicatoria, “A Rafael por el proyecto de la Patria Grande”. Correa hablará con deferencia del ex presidente argentino (“admiro mucho a Néstor, un hombre muy pragmático, muy inteligente”) pero no se privará de destacar que es más de izquierda que los peronistas.
Católico practicante, dice abogar por un estado laico. Orador fogoso y embravecido contra la banca y la gran prensa, afirma no ser populista sino popular y socialista. Habla bien derrochando fervor, pero sin alzar la voz, sin bromear salvo en el epílogo.
El reportaje termina cerca de las diez de la noche. Correa moviliza a sus colaboradores a nuevas tareas. Aun antes de despedirse del reportero hace llamar a un ministro, concerta reuniones con un embajador. Sale disparado con una cohorte detrás.
–¿Ya se van para casa?, pregunta PáginaI12 a una de sus allegadas. Para nada, le responden, su jornada dura hasta pasada la medianoche. Eso sí, empieza temprano, antes de las seis. Y nada de siesta, cuentan.
Con su estilo, a todo lo que da, va por un referéndum constitucional en septiembre, contiende con los poderes fácticos, emite sarcasmos contra la derecha local e internacional. En un país especial y mestizo, como lo son todos incluido el nuestro, es una potente figura particular que engarza bien en una tendencia general.
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