Jue 03.10.2002

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

Agárrenme que lo mato

› Por Claudio Uriarte

Por si aún no fuera suficientemente claro, conviene repetirlo: Estados Unidos no va a invadir Irak. Una hiperpotencia única que somete su diktat unilateral primero al consenso del Consejo de Seguridad de la ONU, y luego al consenso de su oposición demócrata, no es una hiperpotencia única que está sometiendo su diktat al mundo entero, sino el equivalente político de un falso matón que, pretendiendo que va a arrollar a su enemigo, vocifera a quienes lo rodean: “Agárrenme que lo mato”. En otras palabras: todo el proceso de acumulación de fuerzas retóricas –pero no militares– en torno del supuesto ataque a Irak, no ha sido más que una burda maniobra electoral destinada a tapar los escándalos y la recesión de la economía estadounidense, y procurar que el efecto de patriotismo ya debilitado del 11 de setiembre de 2001 se estire hasta las elecciones legislativas del 5 de noviembre próximo. No es para nada casual que George W. Bush haya emitido su falsa bravata contra Irak ante la Asamblea General de la ONU el 12 de setiembre, un día después de la conmemoración solemne en Estados Unidos del primer aniversario de los atentados, ni que una diskette filtrada de la campaña republicana aconsejara a los candidatos al Congreso retratar como “antipatriótica” a la oposición demócrata y comenzara bajo la exhortación: “Concéntrense en la guerra”.
La totalidad de la opinión pública ha creído en estos meses lo que la administración Bush quería que se creyera. La administración hablaba de su derecho a la guerra preventiva mientras sometía en la práctica ese derecho a una especie de referéndum universal, donde cualquiera podía opinar. Este principio de hiperconsultividad derivó en las inesperadas objeciones de Alemania, que es un enano militar totalmente innecesario para la guerra, y que, hasta que a Bill Clinton se le ocurrió la peregrina idea de involucrarla en su ofensiva en los Balcanes, solía representar en el teatro mundial el papel de un señor gordo y benevolente que llegaba después de los conflictos con una valija llena de plata. El absurdo de la situación exigía una lectura a contrapelo: Alemania se oponía estentóreamente a un ataque norteamericano porque, y no a pesar, de que el ataque no iba a producirse; Bush el superhalcón Bush pedía la bendición de la ONU y de su Congreso, no para efectivizar el derrocamiento del tirano de Bagdad, sino porque los condicionantes que esas instituciones iban a ponerle le entregaban una segura coartada para no poner sus amenazas en acción. Pero, desde Joseph Goebbels hasta ahora, ya se sabe: “La gente creerá cualquier cosa con tal de que se la repitan suficientes veces”.

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