Lun 06.10.2008

EL MUNDO • SUBNOTA  › UN RESULTADO PARA PENSAR EL 2010

Deshojando la margarita

› Por Darío Pignotti

Desde Brasilia

La bigamia como virtud política. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva está ante la difícil faena de conjugar la buena elección de su correligionaria Marta Suplicy en las municipales de ayer en San Pablo con la candidatura presidencial en 2010 de Dilma Rousseff, la ministra más poderosa de su equipo de gobierno. Ocurre que los comicios locales fueron una suerte de primarias que configuraron el escenario hacia las presidenciales. Ayer quedó evidenciado que los votos no se transfieren tan automáticamente y el oficialismo deberá esforzarse de modo sostenido.

Los 80 puntos de aprobación en las encuestas harían de Lula un candidato virtualmente imbatible en 2010, pero no podrá postularse porque la legislación prohíbe tres mandatos consecutivos. Lula pretende transferir su popularidad y el activo político obtenido ayer por el Partido de los Trabajadores (PT) en San Pablo y otras alcaldías importantes hacia Dilma Rousseff, a quien los sondeos otorgan menos del 4 por ciento de preferencia de votos en simulaciones sobre el humor de los electores en octubre de 2010.

El primer paso en ese sentido será la reunión convocada para hoy por Lula, en Brasilia, con ministros y miembros de los 14 partidos que componen la coalición gobernante. Allí defenderá una vez más la tesis que estrenó poco después de iniciar su mandato, en enero de 2007: para ganar en 2010 es imprescindible consolidar ese frente multipartidario y variopinto (en el que cohabitan desde comunistas hasta evangélicos de derecha) como plataforma de lanzamiento de Dilma Rousseff, que además de poca experiencia política lleva menos de 10 años en el Partido de los Trabajadores, donde su nombre despierta algunas resistencias.

El ballottage del 26 de octubre en San Pablo será, además de una pulseada electoral de alto riesgo, un anticipo de la escena política futura. De un lado Marta Suplicy respaldada por Lula, del otro el candidato Gilberto Kassab, del Partido Demócrata (conservador) apoyado por José Serra, posible aspirante al Palacio del Planalto en 2010.

Lula y Serra, que ya disputaron las elecciones presidenciales en 2002 y son los referentes de dos proyectos distintos, aunque no siempre antagónicos. Hay un punto en que sus divergencias son claras: la política externa. Lula comulga con la ampliación del Mercosur, el afianzamiento de la Unasur y la alianza con países en desarrollo para reactivar el eje Sur–Sur, archivado durante la década del Consenso de Washington, en los ’90.

Serra, según declaró hace un mes, entiende que el Mercosur es un lastre del que Brasil debe librarse para negociar con Estados Unidos y la Unión Europea acuerdos de libre comercio.

Si transferir el 80 por ciento de popularidad a Marta Suplicy y los demás petistas que disputarán el ballottage es imposible, tampoco será sencillo convertir a Dilma Rousseff en líder con proyección nacional en menos de dos años. El lulismo siempre fue cuatro veces más popular que el petismo: en las presidenciales de 2006, el mandatario obtuvo casi 60 millones de votos contra 14 millones de su partido en las municipales de 2004.

El resultado global del PT ayer indica, en una primera lectura, que el partido fue absuelto por el electorado de sus pecados de tres años atrás cuando cayó toda su dirección nacional acusada de financiar campañas con fondos no declarados. Esa reconciliación también fue interna, atenuando (no extinguiendo) las pujas a veces fratricidas entre corrientes y renovando el poder de convocatoria a su militancia: “Esos compañeros hacen la diferencia en esta campaña, el PT es el que saca más gente a la calle, la derecha de (Gilberto) Kassab los tiene que contratar para que muevan las banderitas en las esquinas, pero no saben qué decir”, dijo una fuente del equipo de campaña de Marta Suplicy a PáginaI12.

Ciertamente los nuevos petistas tampoco heredan la politización de los militantes de antaño. El partido, que nació en 1980 como una original síntesis entre sindicalistas, cuadros de la izquierda católica y una pléyade de grupos procedentes del trotskismo, se ha transformado en una organización de masas con un millón de afiliados. La principal vía de acercamiento al partido está en la “experiencia concreta de nuestras 384 alcaldías”, explicó a este diario Ricardo Berzoini, líder del PT.

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