Mié 09.12.2009

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINIóN

Brisas y tormentas

› Por Washington Uranga

Evo Morales obtuvo su reelección por un porcentaje abrumador de votos que supera holgadamente el de los ciudadanos de origen indígena que se suponen son su más cercano y seguro apoyo. Esto quiere decir que el presidente boliviano logró, con base en sus propuestas y en la gestión, traspasar las fronteras de los apoyos étnicos que lo llevaron al poder, para ganar la aceptación de un importante grupo de bolivianas y bolivianos de diversa extracción.

Los analistas políticos aseguran que el triunfo de Morales tiene que ver con los avances sociales logrados por su gobierno. Pero el presidente y sus más cercanos colaboradores van por más: adelantan que profundizarán el cambio y que quieren avanzar en la industrialización del país. En el terreno político se refleja, no obstante, la afirmación más significativa. La importantísima victoria fue seguida por una afirmación no menos relevante por parte de Evo Morales: la ratificación de su decisión política de gobernar para todos los bolivianos, incluyendo aquellos que no lo votaron, los empresarios y los terratenientes instalados en la oposición y, en algunos casos, en la conspiración.

En Uruguay, José “Pepe” Mujica viene ejerciendo su condición de presidente electo con el mismo tenor. Convocatoria a las fuerzas opositoras, apertura al diálogo y, en modo particular, insistiendo en que “hay que mirar hacia adelante” aunque ello no implique perder la memoria. Mujica subraya la importancia de dejar de lado los odios y los rencores para construir colectivamente en función del bien de todos los miembros de la sociedad. En otras palabras: construir el bien común.

En política no se puede ser ingenuo. Ni Evo Morales ni Pepe Mujica lo son. Ambos tienen larga trayectoria sobre sus espaldas. Entonces hay que concluir que, conociendo las dificultades y las responsabilidades que impone una estrategia de diálogo y concertación, optan por ese camino porque es el que consideran más útil, más productivo para sus pueblos, pero también para el éxito de la labor política que tienen que llevar adelante. Puede decirse también que esa alternativa de gestión en democracia es una característica de madurez en el marco de las todavía nunca definitivamente consolidadas democracias latinoamericanas. Es la manifestación de que, efectivamente, la mayoría electoral no garantiza el monopolio de la verdad y que las minorías pueden hacer aportes importantes en el marco del respeto y del diálogo.

Pero las brisas frescas y los aires renovadores no logran disipar las tormentas. Honduras es un frente turbulento. Las elecciones realizadas en un claro marco de ilegalidad y los reconocimientos de los triunfadores de esos falsos comicios por parte de algunos estados encabezados por Estados Unidos implican un retroceso para todos los que en esta parte del mundo lucharon y sostienen con su esfuerzo el valor de la democracia. Lo que sigue ocurriendo en Honduras, la ineficacia e inoperancia del sistema internacional para garantizar la legitimidad y la legalidad democrática, y la complicidad de los Estados Unidos y sus aliados con los golpistas a través del doble discurso, representan una realidad tormentosa y preocupante. Ante ella los estados democráticos de la región tienen que desarrollar mecanismos tan creativos como eficaces. Por un principio de solidaridad democrática, porque la suerte de todos está atada a la de cada uno y porque reinstalar la posibilidad de los golpes de Estado representa un grave retroceso.

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