EL MUNDO
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Historia de dos ciudades donde el odio es lo único que hay en común
Por Duncan Campbell *
Desde Caracas
Todas las noches, los cohetes surcan el aire y se escuchan apagadas explosiones al tiempo que miles de partidarios del presidente Hugo Chávez se congregan fuera de la sede central de la compañía nacional de petróleo en el distrito La Campina de Caracas. No son más que los fuegos artificiales de la temporada navideña, pero los venezolanos están esperando ver si no allanarán el camino a algo más ominoso.
Con la huelga nacional convocada por la oposición para tratar de forzar la renuncia de Chávez al borde de entrar en su tercera semana, la moral de sus partidarios, que se reúnen en torno a la sede petrolera para impedir que sea tomada por la oposición y para mostrar su respaldo a “Chávez y la democracia”, es alta. Un joven proclama desde una plataforma que el espíritu de Simón Bolívar está vivo de nuevo. A unos pocos kilómetros de distancia, otros venezolanos se reúnen para hacer flamear la bandera nacional y declarar su compromiso con “la democracia y la libertad”. En la Plaza Altamira, en un suburbio de clase media, algunos de los 150 oficiales disidentes que buscan la expulsión de Chávez firman banderas a las chicas a la manera de futbolistas triunfantes que autografían posters para sus hinchas. Los carteles de la Plaza dicen: “Libertad es desobediencia” y “Chávez, vete a Cuba”. “Sólo aceptaremos la renuncia de Chávez –dice Daniel Commisso Urdaneta, un oficial naval–. La huelga seguirá hasta ese momento”.
En El Hotel Gran Meliá, en el centro de la capital, el secretario general de la Organización de Estados Americanos, César Gaviria, mantiene conversaciones con ambos lados para tratar de encontrar una solución pacífica. Nadie ignora que las cosas pueden derivar en otro desenlace, de tipo sangriento. En abril, un intento de golpe militar sacó a Chávez del poder por dos días y llevó a una violencia en que murieron unas 60 personas.
Los paralelos potenciales con los hechos de abril quedaron en evidencia esta semana, cuando el presidente Chávez destituyó a cuatro gerentes opositores del monopolio estatal del petróleo. Esta era la segunda vez que lo hacía: la vez anterior, provocó la huelga general que desencadenó el golpe de abril. La semana pasada, tres personas fueron muertas en Plaza Altamira, según se dijo por obra de un tirador portugués llamado Joao De Gouveia. Los partidarios de Chávez dicen que era un provocador buscando crear el clima para un golpe; la oposición, que estaba actuando por encargo del gobierno. Estuvo a punto de ser linchado después de los disparos y ahora está detenido.
Los medios están jugando un papel clave en los acontecimientos. Los canales de televisión del sector privado cubren casi sin interrupción las protestas de la oposición, intercalándolas con taciturnos avisos en cámara lenta que piden la renuncia de Chávez y lo muestran en cortes con tomas de Fidel Castro y de violencia. En el canal público estatal los avisos aseguran al público que “todo está abierto... listo para atender”. Sin ninguna vergüenza, los dos lados usan niños pequeños para decir a las cámaras que quieren que Chávez renuncie, o para desearle Feliz Navidad.
Es difícil calcular la extensión de la huelga, porque los medios venezolanos han abandonado toda pretensión de objetividad. El diario El Universal, que lleva el logo de la oposición en su cabecera, describe las reuniones en La Campina como “escandalosas” e “intimidatorias”, mientras informa de las protestas de la oposición en términos resplandecientes. El otro día afirmó que un 80 por ciento de los supermercados en Caracas estaban cerrados y que la producción de petróleo había caído un 90 por ciento.
La oposición, que opera bajo el estandarte general de Coordinadora Democrática, incluye a la Cámara de Comercio, la jerarquía de la Iglesia Católica, los líderes de la principal federación sindical, CTV, y losmedios, donde el jugador principal es Globovisión, encabezada por Gustavo Cisneros, un viejo amigo de pesca de George Bush padre. Sostienen que Chávez ha perdido el control de la economía, interferido desastrosamente en la industria petrolera, perdió la confianza internacional y quiere convertir al país en una nueva Cuba. Se dice que el apoyo del presidente ha caído al 30 por ciento de la población, aunque sus partidarios dicen que las encuestas están controladas por los medios y, por lo tanto, son tendenciosas.
En el palacio presidencial el estado de ánimo es tenso, pero tranquilo. “Están tratando de crear un clima de ingobernabilidad –dice Alex Main, un consultor de prensa del gobierno que recibe en una pequeña oficina con fotos del Che Guevara y Chávez en la pared–. Esta es una huelga de patrones. no una huelga de obreros”. Si cada presidente tuviera que renunciar cuando sus tasas de aprobación cayeran al 30 por ciento, la mayoría de los presidentes de América Latina tendría que irse, y Ronald Reagan hubiera debido renunciar en los ‘80. Otro asesor del gobierno, Maximilien Arevalaiz, dice que Chávez estaría dispuesto a bajarse si perdiera el referéndum que la Constitución hace posible para agosto próximo, pero que no cree que deba ser forzado a renunciar por una oposición a la que compara como “los Afrikaners en Sudáfrica al final del apartheid”.
El rol de Estados Unidos es un constante subtexto. Las pintadas en los barrios más pobres de la ciudad acusan a la CIA de armar un golpe y dicen “No a la invasión yanqui”. Inicialmente, EE.UU. dio un apoyo tácito al golpe de abril. Esta vez, su embajador, Charles Shapiro, fue inicialmente cauto al llamar a un desenlace pacífico, aunque se recomendó a los ciudadanos estadounidenses que abandonen el país. Pero el viernes, la Casa Blanca pidió elecciones adelantadas en Venezuela, lo que representa una toma de partido a favor de la oposición, en un reclamo inconstitucional.
En las calles, nadie vacila en dar sus opiniones. Los cacerolazos de la oposición inundan con su estruendo partes enteras de la ciudad. En un piquete de la oposición fuera de las negociaciones de la OEA Eleazar López Contreras. de 63 años, que dice que su abuelo del mismo nombre fue presidente de Venezuela en los ‘30, se detuvo antes de golpear un cucharón contra una sartén para describir a Chávez como un “payaso”. “Ha dividido el país. Tiene carisma pero es ignorante. Se cree Simón Bolívar. Nos está llevando por el camino de Cuba”.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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