EL MUNDO • SUBNOTA › PARTIRá HACIA GAZA PARA ROMPER EL BLOQUEO DEL GOBIERNO DE ISRAEL
Una organización de judíos alemanes, muchos de ellos descendientes de sobrevivientes del Holocausto, se embarcará en un mes en una travesía hacia las costas de la Franja de Gaza con otro cargamento humanitario.
› Por María Laura Carpineta
Son judíos alemanes. Algunos son hijos, sobrinos o nietos de víctimas del Holocausto. Apoyan al Estado de Israel y no quieren amenazar ni su territorio ni a su gente. Pero reconocen aceitados contactos con el movimiento Hamas y en un mes se embarcarán en una tensa travesía hacia las costas de la Franja de Gaza con otro cargamento humanitario. “Queremos demostrarles a los palestinos que los judíos no sólo sabemos disparar armas, sino que también sabemos y podemos ayudar”, le explicó por teléfono a Página/12 una de las organizadoras de la nueva flotilla humanitaria, Kate Katzenstein-Leiterer. Buscan quebrar el bloqueo para romper con el discurso dominante en Israel. “No puede ser que allí la mayoría piense que si hay que matar a todos a su alrededor, simplemente hay que hacerlo”, explicó la activista, que es miembro del comité ejecutivo de la ONG Judíos Europeos por una Paz Justa (European Jews for a Just Peace), con base en Berlín.
Katzenstein-Leiterer atiende con voz de cansada. Son casi las doce de la medianoche y no tiene ganas de hablar, hasta que le mencionan la Flotilla Judía, el nombre con el que los medios europeos bautizaron su iniciativa. “En un principio íbamos a ser doce o trece personas, la mayoría judíos alemanes, en un solo barco. Pero desde que Israel atacó el barco turco nos llueven propuestas de organizaciones judías, como la American Jews for Justice (Judíos Estadounidenses por la Justicia), y de capitanes de otros países. Creo que vamos a ser más, quizá tres barcos”, contó, emocionada. Viene planeando el viaje a Gaza desde hace más de seis meses. Su organización participó de los barcos liderados por Free Gaza que rompieron momentáneamente el bloque de la Franja en 2008, antes de la última invasión israelí. Y desde entonces ella y sus colegas buscan la manera de hacer llegar ayuda a la devastada, pobre y hacinada ciudad de Gaza. Con suerte, reconoció, zarparán en la segunda mitad de julio.
El ataque contra el barco turco y sus 600 pasajeros también los obligó a cuidarse más las espaldas. Se comunicaron con el gobierno de la primera ministra alemana, Angela Merkel, y le mandaron una carta a cada uno de los diputados de la Bundestag (Cámara baja). También le informaron de sus planes a la embajada israelí en Berlín y pidieron una cita con el embajador. Ninguno les contestó, excepto los legisladores de Die Linke, el principal partido de izquierda del país y el mismo que ya había enviado representantes a la flotilla internacional pro palestina que fue atacada hace dos semanas apenas a unas millas de la costa de la Franja.
Katzenstein-Leiterer sabe que, probablemente, sus apellidos judíos no serán suficientes para quebrar el bloqueo. “La propaganda del gobierno israelí es muy fuerte, pero también en Israel hay judíos que quieren una paz justa”, repite, como si ése fuera su último refugio contra el pesimismo. No le importa que la acusen de antisemita. Tiene una historia que la respalda.
Esta alemana de 67 años conoció de primera mano el odio que persiguió a los judíos en Europa y también en Estados Unidos. Sus padres se escaparon de la Alemania nazi y se refugiaron en Nueva York; su tío no lo consiguió y murió en el campo de concentración Theresienstadt, unos 60 kilómetros al norte de Praga (hoy el hijo de Kate lleva su nombre). Las promesas de la tierra de la libertad duraron sólo hasta que el nazismo cayó y se levantó en su lugar la cortina de hierro. El juicio y la condena a la silla eléctrica del matrimonio judío Rosenberg en 1953 les demostró que el antisemitismo no era una cualidad propia del Viejo Continente. Llenos de miedos, dejaron la comodidad norteamericana y volvieron a su Alemania natal.
Entraron por Berlín occidental y clandestinamente cruzaron al lado comunista. Allí tampoco era fácil ser judía, pero de a poco, contó Katzenstein-Leiterer años después en el libro El retorno de los Judíos Alemanes y la pregunta de la identidad, se dio cuenta de que la identidad comunista, la convicción de que una clase económicamente dominante sólo subsiste reprimiendo y pisoteando a otra clase, desprotegida e inorgánica, estaba por encima de la identidad judía, cristiana o musulmana. “Ahora es más claro que nunca; todo depende del dinero. Europa depende del dinero de Estados Unidos y Estados Unidos depende del dinero de los judíos israelíes. Por eso ni el primero ni el segundo hacen nada cuando Israel mata sin razón a nueve personas”, argumentó, recuperando por un instante el tono y la intensidad de las viejas épocas de militancia comunista. Con la misma convicción se enoja cuando le preguntan por sus contactos con el movimiento islamista Hamas que controla la Franja, enemigo declarado del gobierno de Israel. “¿Alguna vez le hicieron algo malo a alguien que entró para ayudarlos? –desafió y contraatacó–. Nos contactamos con autoridades de Hamas para discutir el envío de ayuda. Nos dijeron que no están en contra de los judíos ni de los israelíes, sólo de la ocupación.” Se hace un silencio, casi como si reconociera el simplismo de su argumento. “Igual nuestra ayuda está dirigida a los más chicos: libros de textos, útiles escolares, mochilas, instrumentos musicales, cañas de pescar y medicinas básicas”, agregó.
A sus 67 años Katzenstein-Leiterer sabe que no hay buenos y malos en las guerras, pero sí víctimas inocentes. En este caso, los niños. “¿Cómo puede ser que el gobierno israelí haya confiscado golosinas, chocolates y material escolar que venía en la carga de la flotilla humanitaria? Están castigando a los niños, no a Hamas”, sentenció, cortante, la alemana.
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