EL MUNDO • SUBNOTA › LA CAMPAñA LEGISLATIVA ENCONTRó A OBAMA Y SUS CANDIDATOS EN MEDIO DE LA CRISIS Y EL DESáNIMO
El gobierno demócrata introdujo en dos años reformas como la de la salud, la financiera y el paquete de estímulo económico que el Partido Republicano hubiera sido más renuente a promover. Pero la percepción cotidiana es otra.
› Por Ernesto Semán
Opinión
Desde Nueva York
Ayer seguían llegando por correo las calcomanías que el Partido Demócrata envió a los millones de pequeños contribuyentes para su campaña electoral. Es un rectángulo blanco que tiene el sobrio logo partidario sobre la izquierda y al lado la consigna: “Demócratas, el cambio que importa”. La insistencia en lo obvio desnuda por defecto aquello que pretende resaltar: el cambio y las limitaciones de su alcance, el cambio ejercido desde una política que cada vez penetra de forma menos contundente la vida cotidiana. El cambio, ¿qué importa?
Lo más sugerente es que el mayor esfuerzo de Obama hasta anoche era mostrar lo que debería explicarse por sí mismo. Sería injusto, además de erróneo, suponer que su gestión no implicó cambios que importan en relación con su predecesor. Quizá lejos de las expectativas enormes despertadas durante la campaña, su gobierno introdujo en dos años reformas que el Partido Republicano hubiera sido más remiso a promover. La reforma del sistema de salud, la reforma financiera, las sucesivas extensiones del seguro de desempleo, el paquete de estímulo económico, algunos frenos a la liquidación de las viviendas hipotecadas durante la crisis, cierto énfasis del mismo en proyectos de infraestructura pública de largo alcance.
Las dificultades de su gobierno para capitalizar hasta hoy esos esfuerzos tienen orígenes inmediatos y de largo plazo. Por un lado, el momento económico no lo favoreció en el gobierno por las mismas razones que lo benefició en la campaña. Obama llegó a las elecciones cuando la crisis recién comenzaba y el crecimiento del desempleo se desarrolló a sus pies durante estos dos años de gestión. Obama comenzó su campaña electoral cuando Bush temblaba sobre la base de un desempleo que tocaba el 6 por ciento, y hoy intenta hacer pie en una elección en la que el 10 por ciento de su audiencia no tiene empleo y el Estado realiza cortes drásticos en sus gastos en todos sus niveles.
El otro problema, de más largo alcance, es la candidez con la que el gobierno exhibe la intrascendencia de la política en los Estados Unidos, su impacto decreciente en la vida diaria, la irrelevancia no sólo de las urnas, sino de la misma Casa Blanca. Ahí es donde las mayores limitaciones del gobierno demócrata pueden estar por fuera de la economía. La decisión temprana de no investigar una variedad de delitos económicos de la gestión anterior ni de perseguir el uso de la tortura y desaparición por parte de las fuerzas armadas en la guerra contra el terrorismo tuvo costos intangibles pero enormes. Las trabas que encontró hasta ahora para cerrar la cárcel de Guantánamo, clave de su campaña electoral, son una parodia trágica de los intentos de Fernando de la Rúa por vender el Tango 01: no se trata sólo de la importancia de la medida, sino de la exhibición de debilidad, la confirmación de que el poder está en algún lugar más allá.
El debilitamiento de la alianza política que le dio su apoyo hace dos años y el desencanto que de momento viven amplios sectores de la sociedad frente a su gobierno son derivados también de ese poder vacío.
Sí, están los miles de custodios y las SUV y los helicópteros y los actos desde lo alto de un escenario y un sillón al frente del país más grande del mundo, la erótica del poder desplegada. Pero la fascinación por ese poder en algún punto se nutre de efectos concretos que confirman su simbología, y Obama, con las expectativas enormes que despertó, es para muchos una máquina de desairar esas certezas. ¿Dónde está ese poder? En su discurso de despedida en 1961, el presidente Dwight Eisenhower advirtió sobre la necesidad de limitar el crecimiento del poder del “complejo militar-industrial”. Conservador y militar, su advertencia profética era en verdad un intento por preservar ese espacio de poder para la política. El peso que tienen hoy en el conjunto de la vida norteamericana las agencias de seguridad, las fuerzas armadas y la enorme industria privada atada a ambas confirma en un todo la profecía de hace medio siglo.
Al gobierno de Obama le quedan 58 días para pasar una prueba clave. Al cabo de ese período vencen las exenciones impositivas que el gobierno de Bush impulsó con apoyo demócrata y que favorece de forma exponencial a los niveles más altos de ingreso. El proyecto que impulsó Obama durante la campaña consiste en cambiarlo por otro sistema que prolongue las exenciones para las familias con ingresos menores a los 250 mil dólares y reponga la carga para los que se ubican más arriba de esa cifra. Por ese cambio sobre todo, Obama carga desde hace más de dos años con el mote de socialista. Todo indica que la nueva conformación del Congreso favorecerá la renovación total de la medida propuesta por los republicanos, lo cual no sólo volverá a reforzar la debilidad presidencial, sino que lo dejará con menos recursos fiscales.
Al mismo tiempo, si la actividad económica toma fuerza, Obama tendrá argumentos de sobra para recuperar el protagonismo. La Casa Blanca puede ser impotente para operar cambios fundamentales, pero ofrece recursos infinitos para obtener una reelección. El sueño demócrata es un panorama parecido al de Clinton tras la derrota en las parlamentarias de 1994. Aquella vez, el horizonte apocalíptico se licuó en la reactivación de la economía liderada por el boom de Internet y en el desmadre del partido republicano para fijar un programa y un candidato competitivos. La fuerza del Tea Party hoy parece inédita, pero también lo parecía el ultraconservador Newt Gingrich en 1994. No es un mal sueño para Obama, contando que Clinton no sólo obtuvo su reelección, sino que es hoy el político más popular de los Estados Unidos.
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