EL MUNDO › EL IMPACTO QUE PODRíA ACARREAR EN EL MUNDO áRABE LA DOBLE REVOLUCIóN DE TúNEZ Y EGIPTO

Los países que temen que los alcance la ola

Argelia, Libia, Marruecos, Jordania, Siria y Yemen adoptaron medidas de corte social o, como en Jordania, procedieron a cambios en el Ejecutivo para evitar el efecto contagio. El denominador común: pobreza y falta de libertades.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

Desde el Magreb hasta Siria, los países árabes tienen los ojos puestos en la plaza Tahrir, el corazón de la revuelta que sacudió el régimen del presidente egipcio Hosni Mubarak. Saná, Damasco, Trípoli, Argel o Amman ya han tomado algunas medidas para evitar que la ola democrática que estalló en Túnez y se propagó a Egipto llegue a hacer tambalear esos regímenes autócratas. Argelia, Libia, Marruecos, Jordania, Siria y Yemen adoptaron medidas de corte social o, como en Jordania, procedieron a cambios profundos en el Ejecutivo a fin de anticipar la rebeldía de una población sumida en condiciones de pauperización extrema y con el horizonte sin expectativas. Ni siquiera un poder tan absoluto y policial como el del coronel Khadafi en Libia pasó por alto la lectura del impacto que podría acarrear la doble revolución de Túnez y Egipto.

Uno de los cambios más inesperados vino de Yemen, país que vive desde los años ’80 bajo el régimen del presidente Ali Abdulá Saleh. Aliado de peso de los Estados Unidos en el combate contra Al Qaida, Saleh anunció ayer que no extenderá su mandato presidencial (ver aparte). La decisión interviene un días antes de que la oposición organice El Día de la Ira, una manifestación similar a la que abrió la etapa más aguda de la crisis egipcia. Ali Abdulá Saleh ya tuvo un adelanto de lo que podría ocurrir en este país de la Península Arábiga que es el más pobre del mundo árabe. El jueves pasado, cerca de 15 mil personas manifestaron en Yemen reclamando reformas políticas y el punto final de la era de Saleh. Las marchas volvieron a repetirse el sábado, en plenas maniobras del partido presidencial, el Congreso General Popular, para introducir reformas a la Constitución a fin de que Saleh fuera presidente de por vida.

La segunda maniobra de distensión la protagonizó el rey Abdalá de Jordania. El monarca achemita actuó sin guantes de seda y procedió a la disolución del gobierno y al nombramiento de un nuevo primer ministro. El rey Abdalá eligió a un ex jerarca del espionaje militar para llevar a cabolas reformas políticas que le exigen tanto la oposición como la calle. Jordania estaba bajo el influjo de la revuelta tunecina, con nutridas manifestaciones de opositores y descontentos que reclamaban al gobierno por el aumento del precio de los alimentos y el combustible. Los manifestantes también denunciaban la corrupción y la ausencia de reformas políticas esenciales. Antes de que se guillotinara al Ejecutivo, Abdalá aumentó los salarios, abarató el costo de los alimentos e impulsó medidas para activar el mercado de trabajo. Después de Egipto, con el que tiene fronteras comunes, Jordania es el segundo país árabe que firmó un tratado de paz con Israel. El costo regional de una crisis conjunta en El Cairo y Amman hubiese sido una bomba en el corazón de la estabilidad de la zona.

Argelia tampoco escapa a la sacudida. Los argelinos fueron los primeros en seguir los pasos de las protestas tunecinas con una serie de manifestaciones violentas, inmolaciones y saqueos en la capital y varias ciudades en protesta por el incremento de los precios. La oposición denunció la muerte de 20 personas, mientras que el gobierno sólo admitió uno. El gobierno reaccionó rápidamente y bajó el precio de los alimentos, sin haber logrado desactivar con ello las movilizaciones y las huelgas. El próximo 12 de febrero la Coordinadora Nacional por el Cambio y la Democracia convocó a una gran manifestación.

Tímidas pero persistentes, las protestas también llegaron a otro gran país del Magreb, Marruecos. El gobierno se adelantó y aplicó un programa de subvenciones destinadas a los alimentos más básicos y los hidrocarburos. Ni siquiera el coronel Khadafi se tapó los oídos. El líder libio retiró los gravámenes que pesaban sobre ciertos alimentos –arroz, aceite, azúcar– a fin de detener la ola. En Sudán y Omán estudiantes y trabajadores protestaron por los mismos motivos que desencadenaron la Revolución de los Jazmines en Túnez: la corrupción y el incrementos de los precios de los productos de primera necesidad.

El cuadro lo cierra Siria, donde la repercusión tunecina cobró un cariz inesperado en un país gobernado desde hace más de 30 años por el clan de los Assad. En Siria, la protesta empezó a plasmarse a través de Internet, tal como ocurrió en Túnez primero y el Egipto después. A través de Facebook, grupos de jóvenes organizaron para mañana una manifestación contra “la autocracia, la corrupción y la tiranía”, mientras que otros núcleos de oposición eligieron el sábado para protestar contra la degradación de las condiciones de vida y a favor de los derechos humanos. Bachar el Asad reemplazó a su padre Hafez a la cabeza del Estado –año 2000– con la promesa de un cambio que nunca llegó. La confrontación entre el Raïs egipcio y su pueblo sembró una ola de pánico en muchas capitales del mundo árabe que ven amenazado el orden sin justicia ni igualdad que, con el apoyo de Occidente, sus dirigentes gestionan con total impunidad.

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Los ojos de las naciones árabes están puestos en la plaza Tahrir, en El Cairo.
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