Mar 04.02.2003

EL MUNDO • SUBNOTA  › LO QUE DEJAN LOS SOLDADOS QUE SON MOVILIZADOS AL GOLFO

Los testamentos de esperma

Por Javier del Pino *
Desde Washington

Cuentan que los soldados que marchan a una guerra suelen emplear sus últimos días en resolver asuntos familiares pendientes, lo cual, habitualmente, significaba sentarse a escribir un testamento. Así pasó en EE.UU. durante el despliegue de tropas en las semanas anteriores a la primera guerra de Golfo.
Doce años después, la tecnología ha avanzado lo suficiente como para el que testamento no sea el único legado de quienes han recibido la orden de movilización para una guerra que empieza a darse por inevitable. Repentinamente, las clínicas de fertilización de EE.UU. tienen una larga lista de clientes militares, decenas de soldados que desean congelar su esperma antes de iniciar el viaje hacia los alrededores de Irak.
Frente a quienes piensan que en EE.UU. el dólar está por encima de la bandera en términos de devoción, varios centros de congelación de esperma ofrecen el servicio gratis a los soldados llamados a filas, lo cual demuestra que, al menos en este gremio empresarial, el patriotismo está por encima del materialismo.
Los soldados no congelan su esperma por miedo a no volver sino por miedo a lo desconocido. Temen que el siniestro síndrome del Golfo acabe por producir la misma infertilidad que afecta a miles de soldados desplegados en la guerra anterior contra Saddam Hussein.
El Pentágono todavía insiste en que no hay vinculaciones médicas entre aquella batalla y el síndrome que lleva su nombre, aunque el mal ha afectado, en mayor o menor medida, a miles de soldados desplegados en el Golfo en 1991. Muchos se han quejado de dolores de cabeza insoportables, otros de dolores musculares y algunos han desarrollado variantes de cáncer con características extrañamente semejantes. El denominador común en casi todos ellos es la infertilidad.
Ningún estudio ha podido demostrar con fiabilidad la vinculación entre las enfermedades y los elementos de aquella guerra. Algunos informes aseguran que fueron las vacunas contra posibles agentes químicos las que dejaron secuelas clínicas en los soldados. Otros investigadores creen que las dolencias surgen a partir de una combinación de varios elementos, desde la vacuna contra el ántrax hasta los pesticidas agrícolas empleados por Irak o los restos de elementos químicos pegados al campo de batalla, a pesar de que Saddam Hussein no usó ese tipo de armamento contra las tropas de EE.UU.
California Cryobank, una clínica de congelación de esperma de Los Angeles, no tenía ni un solo cliente militar hasta hace algunas semanas. De repente, la mayoría de los solicitantes llegaban uniformados. Al comprobar la razón, decidió regalar a los soldados los costos del primer año de congelación, unos 270 dólares. No han planteado qué ocurrirá con los tubos de esperma cuando venza la promoción.
En la Costa Este, Fairfax Cryobank de Virginia (zona de mucho acuartelamiento militar) cobra más caro y no hace descuento. La factura asciende a mil dólares anuales por la preservación de muestras de esperma en nitrógeno líquido a 196 grados bajo cero, lo que mantiene permanentemente intactas las características del producto.
Había clínicas de donación de esperma antes de la guerra del ‘91, pero se contemplaban todavía con cierta frivolidad. Con el paso del tiempo, se han convertido en centros de prospección del futuro, en lugares emotivos llenos de cábalas y temores. La tecnología permite a las parejas plantearse la conveniencia de crear una familia no sólo cuando el padre sea infértil sino también cuando el padre esté muerto.
Según Angela Cruz, que verá partir a su novio hacia el Golfo en los próximos días, “si muriese allí, estoy segura de que querría usar su esperma para quedarme embarazada”, declara a Los Angeles Times. Otramujer, Julie Archer, propuso hacer lo mismo a su marido, sargento del ejército también movilizado hacia el Golfo. “Y mi marido me dijo: ‘Si me ocurre algo, no querría que tuvieras otro hijo, no querría que tuvieras que cuidarlo sin mí’”, asegura Archer.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.

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