Sáb 26.03.2011

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINIóN

El tamaño de la hipocresía

› Por Eduardo Febbro

El fin de semana promete insomnios diplomáticos y, para la opinión pública internacional, un baño helado en el hiperrealismo de la guerra y el choque entre quienes la administran. Justo una semana después de que comenzara la ofensiva contra la Libia del coronel Khadafi bajo el paraguas protector de una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la alianza militar más poderosa del planeta, la OTAN, se apresta a tomar las riendas de la misión Odisea del Amanecer en medio de un agitado clima de divisiones que no hace más que acentuar la sensación del principio: improvisación, falta de preparación, precipitación, incoherencias, búsqueda de réditos políticos, metas contrarias a las declaradas y autorizadas por la ONU, etc, etc.

Luego de que el jueves por la noche el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, anunciara que la OTAN asumirá la aplicación de la zona de exclusión aérea en el cielo libio, los 28 países miembros de este organismo de defensa multilateral permanecerán reunidos todo el fin de semana para ultimar los detalles del operativo. El jefe del Estado Mayor Conjunto de Francia, general Edouard Guillaud, dijo ayer que “pensaba” que las operaciones aliadas en Libia se iban a prolongar durante “semanas” y expresó su deseo de que estos operativos no se alarguen durante “meses”. Pero desde ayer se conoce el calendario con el que trabaja la OTAN: el plan establecido es “por un período inicial de hasta tres meses”, según reconocieron portavoces de la Alianza Atlántica.

Todo pende de un hilo y cualquiera de los intereses particulares de quienes integran la OTAN puede cortarlo. Otra vez, el maquillaje occidental se desdibuja en el amanecer de la realidad. Los temas que complican la agenda de la intervención inaugurada por Francia el sábado pasado son tres. Uno es la postura de Turquía, un miembro de la OTAN que se opone a que los bombardeos maten a civiles y que, de paso, arregla sus numerosas cuentas pendientes con Francia. Es lícito reconocer que la oposición del presidente francés a que Turquía ingrese a la Unión Europea y la política de escandalosa discriminación racial hacia los árabes y musulmanes aplicada por la mayoría conservadora francesa no ofrecen un terreno propicio al entendimiento.

El segundo escollo lo plantea Alemania, país igualmente miembro de la OTAN que no quiere ni por casualidad intervenir en esta accidentada Odisea. El tercero es la voluntad del presidente francés de que el mando político de la operación esté a cargo de los países que componen la coalición, en la cual hay dos árabes: Qatar y los Emiratos Arabes Unidos. Con esta meta se convocó para el martes una cumbre en Londres durante la cual Nicolas Sarkozy quiere crear una suerte de consejo político encargado de gestionar el operativo. Sarkozy adelantó ayer que se presentará “una iniciativa franco-británica para mostrar que la solución no es sólo militar sino también política”. Con esta iniciativa habría dos cabezas: la coordinación militar a cargo de la OTAN y la política en manos de la coalición internacional.

En suma, se trata de una suerte de cuadratura del círculo para no dejar afuera a los países árabes que participan en la ofensiva, es decir, Qatar y los Emiratos. La situación es deliciosa. Ninguno de estos dos países árabes es miembro de la OTAN pero, si la idea del presidente francés prospera, tendrán voz y voto en lo que haga la OTAN. A su vez, Alemania, que sí tiene derechos como país miembro, se opone a la operación. Sarkozy reconoció no obstante que la presencia de países árabes es indispensable para la continuidad del operativo. Sin ellos, resaltó el presidente, “sería imposible. Si decimos que sólo está la OTAN y no existe una coalición le estaríamos haciendo un favor a Khadafi”. El lector apreciará la magnitud de la hipocresía para disimular lo inocultable: el gendarme universal que es la OTAN tendrá las riendas en sus manos.

Con los días que corren y las bombas que caen, otra certeza se manifiesta. En un chat publicado el jueves por el diario Le Monde, el coronel e investigador del ejército francés Michel Goya dijo que “pienso, sobre todo, que se subestimó la capacidad del coronel Khadafi para reaccionar y constituir una fuerza de represión eficaz”. Pese al masivo bombardeo de la aviación aliada contra objetivos estratégicos de Khadafi, la casi inmovilización de su aviación y la destrucción de su potencial militar, los rebeldes no logran imponerse en el terreno. Esa noticia aparece hoy como un dato que podría no sólo prolongar la guerra sino también abrir la puerta a un tipo de intervención más pesada.

Todo esto no hace más que acentuar la desastrosa preparación del operativo al tiempo que deja en suspenso un interrogante moral. ¿Cómo es posible que las grandes potencias se hayan movilizado tan rápido cuando, en las fronteras con Libia, es decir, Sudán, está uno de los grandes criminales de la historia moderna? El presidente sudanés Omar Al Bashir es, hoy, el único jefe de Estado en ejercicio procesado por crímenes contra la humanidad cometidos en la región de Darfour. Al Bashir tiene un mandato de arresto internacional en su contra. La crisis de Darfour dio lugar a 22 resoluciones de la ONU. El viernes, Sarkozy declaró a propósito de Libia: “Exclusión aérea no es únicamente impedir el vuelo de aviones. También es destruir tanques que disparan sobre la población. Las fuerzas de la OTAN protegerán a la población civil”. La guerra en Darfour dejó un saldo de 300.000 mil muertos y más de dos millones de desplazados sin que un sólo avión occidental volara sobre el cielo para proteger a la población civil durante las matanzas. La ONU intervino en el terreno, pero ya era demasiado tarde.

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