Mar 11.02.2003

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

Causa

› Por Ernesto Tiffenberg

Lo dijo George Bush en su discurso a la Unión y lo repitió Colin Powell en su discurso ante la ONU: Estados Unidos está decidido a ir a la guerra contra Irak y será con “justa causa”. En sus palabras, la situación no podría ser más simple. Saddam Hussein es la encarnación actual del diablo (un lugar que supo ocupar hace doce años y luego perdió a favor de otros supervillanos como Osama Bin Laden) y eso justifica cualquier acción que lo elimine. La vieja lucha entre el Bien y el Mal.
La mayoría de los norteamericanos, anestesiados por el terror que les produjo la destrucción de las Torres Gemelas, parecen compartir esa visión. Pero aun así exigen que su Gobierno consiga el respaldo de las Naciones Unidas para llevarla a cabo. Y ahí empiezan los problemas. El resto del mundo tiene una visión un poco diferente. Aun en los países cuyos gobiernos respaldan la cruzada de Bush, las encuestas muestran que los pueblos rechazan abrumadoramente la guerra, a la vez que señalan a los Estados Unidos como una amenaza para la paz mundial varias veces más grave que la que supone el dictador iraquí.
Pero la opinión pública no es el único escollo. De acuerdo al derecho internacional, para que una iniciativa de guerra sea considerada con justa causa debe cubrir algunos requisitos mínimos: en primer lugar, responder a una agresión, algo equivalente a lo que los aficionados a las películas de juicios conocen como “legítima defensa”. Aunque con eso no alcanza. Además, la respuesta militar es la última a la que puede recurrirse para repeler la amenaza externa y no debe hacerse uso de ella hasta que no se agoten las alternativas pacíficas o menos cruentas.
Hasta ahora Estados Unidos no pudo demostrar que su anunciado ataque será defensivo. No mostró evidencias de un ataque iraquí inminente, no mostró evidencias de que exista la capacidad militar para llevarlo a cabo y ni siquiera consiguió mostrar evidencias de que Irak esté relacionado con Al Qaeda y los atentados contra Wall Street y el Pentágono.
Sin argumentos defensivos, Washington tampoco puede sostener que su ataque se trate del último recurso posible frente a los desafíos de Hussein. Hace doce años que Irak está contenido y hostigado por las fuerzas occidentales y otro tanto que sufre un bloqueo que lo debilita, a él y sobre todo a los sufridos iraquíes, hasta el paroxismo. Como bien demuestra la posición franco-alemana, además quedan sin explorar caminos alternativos para fortalecer aún más el control sobre sus eventuales capacidades destructivas.
Los argentinos, aunque no conozcan en detalle los vericuetos del derecho internacional, tienen clara conciencia de la debilidad de la posición norteamericana. todas las encuestas muestran que Argentina está entre los países que con mayor convicción repudian un ataque unilateral sobre Irak. Pero no son los únicos. Durante la fallida exposición de Powell en Naciones Unidas, las autoridades de la ONU ordenaron tapar con una cortina la enorme reproducción del Guernica que decora el salón elegido para el debate. Sabían lo que hacían: resulta difícil argumentar a favor de la guerra delante del cuadro que mejor ilustra sus consecuencias.

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