EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Andrés Fontana *
Los términos empleados mayoritariamente en los medios norteamericanos para describir la operación que acabó con la vida de Osama bin Laden son “killing” y “death.” No se habla de los equivalentes a ejecución, asesinato o desaparición.
Se ha abierto un debate acerca de la legalidad de la operación y, al mismo tiempo, acerca de su significado estratégico. Es difícil saber hoy cómo quedará registrada en la historia. Y, en lo inmediato, también es difícil saber cuál será el impacto de la muerte de Bin Laden en la “guerra” (para los norteamericanos) o “confrontación” (para los europeos) contra el “terror.”
En realidad, también es difícil saber qué significa “terror” e incluso “terrorismo internacional” cuando se trata de identificar a un actor contra quien se libra una guerra. Sin duda, la muerte de Bin Laden significa una victoria para Obama. Pero se trata de una victoria política cuyo significado militar y estratégico desconocemos.
Los ciudadanos norteamericanos han dado su apoyo a la operación y creen que ahora los Estados Unidos es un país más seguro. La encuesta del New York Times-CBS muestra un aumento del apoyo a la gestión de Obama en materia de seguridad de 11 puntos. Un 57 por ciento considera que el presidente está haciendo una buena gestión, contra un 46 por ciento hace sólo un mes. La consultora Gallup sitúa el índice de aprobación en el 50 por ciento y la encuesta del Washington Post indica que un 56 por ciento respalda ahora la gestión de Obama, frente al 47 `por ciento de hace un mes.
Su gestión de la economía, sin embargo, sigue obteniendo sólo un 34 por ciento, cuatro puntos por debajo de los resultados de los sondeos de abril. Es esta cifra la que pondera el significado político de las anteriores.
Pero tal vez el principal significado de la muerte de Bin Laden sea que ofrece la oportunidad para una retirada más o menos honrosa del territorio afgano. Esto es altamente valorado por los miembros de la OTAN, conscientes de la ignorancia sobre la realidad étnica y política del país que los ha llevado a cometer un error tras otro y de que, en esa geografía y con el odio que han sembrado en la población, es muy difícil que logren una victoria militar.
Y en el plano estratégico, aun en el caso de una victoria militar, es poco factible que ésta se traduzca en un régimen político estable, legítimo y, además, amigo de Occidente. Los Estados Unidos deben aún completar su retiro de Irak y garantizar la precaria estabilidad que hoy reina en el país, tras siete años de una ocupación militar supuestamente justificada por la existencia de armas de destrucción masiva que en realidad no existían.
Deben lidiar con la memoria iraquí de los abusos de Abu Ghraib y el repudio internacional por la similar situación de Guantánamo, cuya visibilidad se ha renovado con la vinculación entre los interrogatorios inhumanos llevados a cabo en la base y la información que condujo al paradero de Bin Laden.
Estados Unidos también enfrenta ahora un serio problema con Pakistán, un aliado que nunca fue totalmente confiable y hoy se ve desairado por una operación militar secreta del más alto significado político y religioso en su territorio. Todo esto ocurre en el marco de una situación explosiva a lo largo de una porción del planeta que abarca desde Marruecos, Túnez y Libia hasta Irak e Irán, atraviesa Egipto, Israel, Siria y deja a los principales aliados occidentales del mundo árabe en situaciones extremadamente delicadas.
* Especialista en Seguridad Internacional.
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