EL MUNDO
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El Consejo de Inseguridad
› Por Claudio Uriarte
George W. Bush dijo ayer que presentará al Consejo de Seguridad de la ONU un proyecto de resolución simple, que afirme que Saddam Hussein no se está desarmando. Acto seguido, dijo que ésta era la “ultima oportunidad” para el Consejo. En esta suerte de amenaza dentro de otra, donde el cowboy de la Casa Blanca apunta a la cabeza de una entidad para que ésta luego le permita abrir fuego contra una segunda, sólo queda clara una cosa: Estados Unidos no está seguro de poder conseguir una resolución del Consejo que lo autorice a invadir Irak, y por eso está presentando la resolución más lavada posible –y sin ultimátum, según se ha adelantado– que Washington pueda reinterpretar luego a su antojo para cumplir sus fines. Pero hay más: EE.UU. no espera que esta resolución sea aprobada de una, sino que apuesta a ir comprando los votos favorables de la suficiente cantidad de naciones de Africa y América Latina para que a Francia, Rusia y China, el bloque de los grandes objetores, les sea luego difícil ejercer su poder de veto. Y que entonces, si no votan a favor, por lo menos se abstengan. Está claro, ¿no?
Desde luego, esta serie de maniobras tortuosas no equivale a una estrategia, sino al sistema de emparches inciertos con que Washington está intentando extraerse a sí mismo de la trampa en que entró alegremente, y de propia voluntad, al buscar en la ONU apoyo para un proyecto que la ONU difícilmente podía apoyar. En efecto, el diseño diplomático de Washington, firmado por el secretario de Estado Colin Powell, era asombroso: nada menos que el intento de llevar a cabo una guerra de diktat unilateral pero con medios y taparrabos multilateralistas. No se entiende por qué una cosa iba a converger con la otra, salvo que Powell, con su apelación a la ONU, en realidad hubiera estado tratando de poner palos en la rueda de la guerra, sólo para encontrarse luego con que la determinación de su presidente estaba fijada. Porque la ONU es, entre otras cosas, una vastísima colección de países que no son Estados Unidos, y que resienten de su poder. Para esos países, las instancias multilaterales son la única chance de oponerse a Estados Unidos, o al menos de diluir su influencia. Por eso, que una organización multilateralista aprobara el proyecto de la hiperpotencia única para invadir un país, y luego rediseñar a su antojo el mapa regional, no parecía una idea razonable. Powell, sin embargo, parece haberla albergado, lo que induce a pensar que, o bien el secretario no creía en la guerra, o bien no sabía lo que son las Naciones Unidas, donde Libia dirige la Comisión de Derechos Humanos, e Irak estuvo a punto de presidir la de Desarme.
De cualquier manera, el resultado fue explosivo. Mientras las fuerzas norteamericanas escalaban imparablemente su concentración en el Golfo Pérsico, el secretario lucía cada vez más como un mago al que su viejo y probado truco empezaba a salirle mal. “¡Abrete, sésamo!”, repetía, en tonos cada vez más airados, y el sésamo no se abría. Y no sólo eso: Francia, de quien el uso y costumbre autorizaba a suponer que resistiría a EE.UU. para sumarse en el último minuto al tren del ejército norteamericano, desautorizó a Powell en público. Alemania, que preside el Consejo hasta marzo, se sumó al estruendo de declaraciones, como lo hicieron –aunque en un tono un poco más bajo– Rusia y China. Entretanto, volaban los misilazos transatlánticos e intereuropeos: Donald Rumsfeld, la Némesis de Powell en el Departamento de Defensa, acusó a Francia y Alemania de ser la “vieja Europa”, y comparó a Alemania con Cuba y Libia en su oposición a la guerra; Francia y Alemania respondieron con consejos y vituperios, y bloqueando la ayuda defensiva a Turquía; 18 grupos de países de la “Nueva Europa” firmaron sendas solicitadas periodísticas en favor de EE.UU., a lo que Francia contestó amenazándolos con vetarles la entrada a la Unión Europea, mientras las marchas populares contra la guerra llegaban a un clímax que no se veía desde los años ‘80.
En suma, el plan de juego de Powell en la ONU no deja nada librado a la previsión. Puede que Francia, Rusia y China se abstengan, pero también queusen su poder de veto. Puede que el próximo informe de los inspectores de armas sea favorable a EE.UU., pero también puede que no. Y puede, por último, que Bush termine ignorando a la ONU y yendo a la guerra por las suyas, con sus aliados británicos y australianos. En cualquier caso, podría estarse ante el último acto en la historia del Consejo de Seguridad, del mismo modo que Francia y Alemania han firmado la partida de defunción de la OTAN.
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