EL MUNDO
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Vivir en paz
› Por James Neilson
Las manifestaciones gigantescas en favor de dejar a Saddam Hussein en paz constituyen un muy buen argumento en favor de la democracia, sistema que andando el tiempo privilegia el deseo natural de “la gente” de no saber nada de muchas cosas terribles que suceden más allá de sus comarcas, pero mientras buena parte del mundo no sea democrática en absoluto el movimiento plantea algunos problemas que los argentinos conocen muy bien. Uno es: ¿Deberían los demócratas intentar ayudar a las víctimas de dictadores sanguinarios entrometiéndose en los asuntos internos de países soberanos? Algunos amantes de la paz dirán que sí, a menos que el dictador se las haya arreglado para pertrecharse de un discurso que les cae bien, con tal de que se limite a medidas pacíficas: marchas de repudio, presiones diplomáticas y así por el estilo, o sea, que hagan lo suficiente como para tranquilizar la conciencia propia sin molestar demasiado a los torturadores y genocidas. Otro problema tiene que ver con la seguridad propia: ¿Es siempre una buena idea esperar a que se encuentre una “pistola humeante”, es decir, una que ya ha sido disparada en la mano de un dictador antes de reaccionar? Puesto que hoy en día las “pistolas” pueden matar a millones, insistir en el principio así supuesto significaría confiar demasiado en la bondad y “racionalidad” ajenas.
Muchos que aplaudieron la globalización de la Justicia cuando atrapó a Pinochet se le oponen ahora que amenaza con alcanzar a Saddam. ¿Por qué? Porque en esta ocasión el gendarme es Estados Unidos que, bien que mal, es el único país que está en condiciones de “desarmar” al tipo, acción que sin duda sería del agrado de la mayoría de iraquíes que se conforma de chiítas y kurdos. Si trataran de hacer el trabajo Irán o de un vecino árabe, a ningún occidental le importaría un bledo. Incluso los musulmanes sonreirían: como miembros de una familia disfuncional, se matan entre ellos sin complejos pero cierran filas si alguien de afuera procura participar.
Si fueran los rusos los encargados de embestir contra Saddam habría tantas manifestaciones multitudinarias como ya hemos visto en pro de los chechenos masacrados. También podrían hacerlo con impunidad los chinos (Tibet) o los franceses (cómplices de los genocidas ruandeses). Más que protestas por la paz, las del sábado se basaban en la hostilidad hacia los Estados Unidos de George W. Bush, lo que acaso sea comprensible –el hombre no es muy simpático, que digamos–, pero enviaron una mala noticia a centenares de millones que viven aterrorizados por dictadores que creen tener motivos de sobra para festejar la solidaridad de la calle democrática.
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