Lun 06.06.2011

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINIóN

¿La tercera oportunidad?

› Por Martín Granovsky

Cerca de la medianoche el presidente chileno Sebastián Piñera felicitó a Ollanta Humala por su victoria en la segunda vuelta de ayer. ¿Un acto temerario o una exhibición de precisión informativa sobre Perú? El recuento definitivo había acercado la diferencia en favor de Humala por sobre Keiko Fujimori. Con el 75,3 por ciento de los votos escrutados, la victoria era de 5.956.269 votos contra 5.935.597, es decir nada más que una ventaja nacional de 20.672. El domingo había comenzado con encuestas en boca de urna de casi el 4 por ciento de diferencia y seguido con tres proyecciones favorables a Humala por parte de consultoras que utilizaron un muestreo de mesas elegidas.

No sólo Piñera se jugó entero ante la ventaja de Humala, 48, militar retirado, candidato de Gana Perú, sobre Fujimori. Mario Vargas Llosa se apresuró a opinar que “Perú se salvó de una dictadura”. El ex presidente Alejandro Toledo no esperó el recuento final para señalar dos cosas. Una, que “ganó la democracia” y ahora será posible “el desarrollo con inclusión social”. La otra, que los inversionistas no deben temer un gobierno de Humala. El vicepresidente electo, Mario Chehade, anunció que el próximo será “un gobierno de concertación nacional” que cambiará la distribución de la renta.

Tanto Vargas Llosa como Toledo, que se presentó a las elecciones pero no llegó al ballottage, habían convocado a votar por Gana Perú en la segunda vuelta de ayer. Con sus distintos niveles de representatividad –simbólica el primero, electoral el segundo– es difícil saber cuántos votos logró torcer cada uno desde el primer turno. Pero ambos ayudaron a redondear el proyecto de Humala en búsqueda de más votos y, en el futuro, un gobierno sustentable. Se trató de un proyecto construido en etapas, tal como lo iban marcando las necesidades reales.

Primero Humala amplió su plan nacionalista hacia los sectores de centroizquierda, como el que representa el diputado electo Javier Diez Canceco.

Luego hizo algunas promesas: no cambiar la Constitución para pelear por otro turno dentro de cinco años y también respetar la propiedad privada.

Al mismo tiempo, mantuvo sus principales compromisos. Uno de ellos, el cambio de la política impositiva para que las ganancias extraordinarias que ofrece el mercado internacional a la minería puedan ser compartidas por el Estado peruano. Otro, el énfasis en una política social, educativa y agraria que resuelva la contradicción entre un país que crece a tasas chinas y mantiene un tercio de la población en la pobreza. El tercero, el compromiso con una “política honesta” que en Perú tiene un significado muy concreto: es el rechazo al fujimorismo como práctica que combinó el autogolpe, (incluso con legitimidad popular en los comienzos), la desregulación económica de los ‘90, el robo organizado desde el gobierno y la violación de las libertades individuales.

Si el recuento final termina confirmando la ventaja de Humala, un futuro gobierno del comandante retirado representaría una oportunidad nueva y única en Perú luego de dos frustraciones anteriores. Terminó degradada la revolución nacionalista –estatización del petróleo incluida– que encabezó el general Juan Velazco Alvarado en 1968 y remató el general Francisco Morales Bermúdez. Concluyó liquidada en medio de la hiperinflación la primera presidencia de Alan García, entre 1985 y 1990. A diferencia de Velazco, Humala apostó desde el 2006, la primera vez que se candidateó, al voto popular y no a una revolución militar nacionalista. A diferencia del contorno que rodeó aquella primera versión de García, el contexto sudamericano es distinto. La marca ya no es la crisis de la deuda externa sino un clima de crecimiento en el que son posibles, si hay voluntad política, las estrategias concretas de profundización de los niveles de justicia.

Siempre hay chances de arruinar una ilusión, naturalmente, pero si definitivamente triunfase Gana Perú debería hacer esfuerzos demasiado portentosos para arruinar la solidez de su construcción previa y el realismo de haberse planteado cambios posibles. Y si por la diferencia final no llegase a ganar, el desafío sería mantener la concertación política en su actual nivel de popularidad para las elecciones de 2016.

Si la diferencia en favor de Humala se mantiene, es posible apostar por una buena disposición hacia él por parte de la Argentina y, sobre todo, de Brasil. Unasur se constituyó en Cusco, Perú, donde ayer Humala superó el 70 por ciento de los votos. Para los brasileños, Perú es central en términos de intereses concretos. Representa su mejor salida al Pacífico, es decir un camino al Asia. El Planalto e Itamaraty suelen moverse con realidades pero no les da lo mismo cualquier opción. A diferencia de Fujimori, Humala puede encarnar la estabilidad para desarrollar obras de infraestructura y nuevas rutas para llegar a esa salida. Perú y Brasil comparten, además, una larga frontera, que incluye al Amazonas. Si a esto se añade la sintonía política con Humala y sus aliados, muchos de ellos amigos históricos del Partido de los Trabajadores, en la relación entre Lima y Brasilia residiría una de las claves del futuro gobierno. Un dato a tener en cuenta es que el acercamiento al PT del núcleo fundador de Gana Perú, el Partido Nacionalista Peruano, se produjo después de su derrota en 2006.

Si se concretase el triunfo de Gana Perú, una administración concertadora, quizás ampliada a funcionarios que aporte Toledo, podría estar más cerca de la Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay, Ecuador y Venezuela que de Chile y Colombia. Si ese giro ocurriera en Perú, aun gradualmente y sin espectacularidades, quedaría fisurado el eje del Pacífico que impulsó Alan García junto con Chile, Colombia y México. Humala dijo que no repudiará ningún acuerdo ya firmado por García, pero que sí negociará su aplicación concreta. Tal vez sea un modo de presentar una política concebida para trabar, en los hechos, acuerdos de libre comercio que podrían ir en contra del rumbo encarado por el sector mayoritario de Sudamérica al que desea integrarse Ollanta, que en el lenguaje de los incas significa “el guerrero que todo lo mira”.

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