EL MUNDO • SUBNOTA › QUERíA ATRAER A EE.UU. A LAS TIERRAS AFGANAS PARA INFLIGIRLES ALLí LA GRAN DERROTA
Dos días antes de los atentados de 2001, un comando de kamikazes pertenecientes a Al Qaida asesinaron al comandante Ahmad Shah Massud en su feudo del norte de Afganistán. Fue el preludio de lo que vendría después.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
La bomba que fue el preludio de la ola de atentados que empezó el 11 de septiembre no estalló en Occidente sino en una región montañosa del norte de Afganistán. La primera víctima del 11 de septiembre murió dos días antes de que cayeran las torres de Nueva York. En su plan diseñado, Bin Laden había montado lo que, pensaba, sería “la trampa afgana”. Esta consistía en atraer a los Estados Unidos a las tierras afganas para infligirles allí la gran derrota luego de los atentados del 11-S. Para ello necesitaba sacarse de encima a una leyenda de la guerra contra la invasión soviética cuya valentía había hecho de él un guerrero temido y útil en la posterior batalla contra el régimen de los talibán: el comandante Ahmad Shah Massud. El hombre, carismático, delgado, de barba aireada y de expresión serena, era un símbolo, un emblema fogoso y respetado de la sangrienta contienda contra las tropas de la Unión Soviética que invadieron Afganistán en 1978. La presencia y la fuerza del comandante Massud, el apoyo que por esos años le proporcionaba Estados Unidos, eran un estorbo para los planes de Bin Laden. En las combinaciones ideadas por Osama, la “trampa afgana” sólo funcionaría si se decapitaba a Massud. Necesitaba un territorio libre de aliados interiores de los Estados Unidos.
La capital de Afganistán estaba intacta cuando en abril de 1992 las tropas del comandante Massud tomaron el control de Kabul. El legendario comandante, apodado “El León del Panshir” por su bravura y su inteligencia táctica, había desempeñado un papel preponderante en la expulsión de las tropas de la Unión Soviética. A sueldo de Estados Unidos, Bin Laden también había entrado en esa guerra contra el invasor soviético, proporcionando los hombres agrupados en la ya famosa red Al Qaida. Dos años más tarde, la guerra civil que siguió después provocó la muerte de 30 mil civiles en Afganistán. Los grupos que se habían unido para combatir a la ex URSS se enfrentaron entre sí una vez que el invasor se fue. Divididos entre musulmanes radicales y moderados, sunnitas y chiítas, pashtunes, tadjikos (a esta etnia pertenecía el comandante Massud), uzbecos y hazaras, los antaño resistentes aliados siguieron destruyendo el país con sus antagonismos internos.
Massud, líder de la Alianza del Norte, conservó su prestigio y su influencia más allá de las desgarraduras en las que él mismo participó. El comandante era una leyenda escrita en decenas de episodios guerreros de los que salió victorioso. Cuando los talibán tomaron el poder en Afganistán, con el visto bueno y el alivio de la comunidad internacional, Massud se refugió en las montañas del norte y asumió el único eje de oposición armada contra los talibán. Durante años nadie lo ayudó. La locura fundamentalista de los talibán lo volvieron a poner en el centro de la escena. Occidente lo respaldó con cuentagotas. Su habilidad, su intuición del terreno y su prestigio lo fueron izando a un rango superior. Por ese entones, Bin Laden había dejado de ser el aliado de Washington para convertirse en un enemigo declarado. Massud molestaba. El 9 de septiembre de 2001, un comando de kamikazes perteneciente a Al Qaida y compuesto por Abdessetar Dahmane y Buaer el Uaer asesinó al comandante Massud en su feudo del norte. Los dos enviados de Bin Laden se hicieron pasar por periodistas que venían a entrevistarlo para una televisión árabe que no existía. Ocultos en las cámaras de televisión, los explosivos que traían pasaron inadvertidos. Los kamikazes tunecinos se encontraron en Bruselas, donde fueron recibidos por una estructura de Al Qaida encargada de los reclutamientos. De Bélgica fueron a Londres y desde allí al campo de entrenamiento que Al Qaida tenía en Jalalabad, Afganistán. Luego fueron trasladados a otro de los centros de Osama bin Laden en Afganistán, el campo de Darunta. Abdessetar Dahmane y Buaer el Uaer llegaron al pueblo de Kwodja Bahaudine, el bastión de Massud, con pasaportes tunecinos y una carta de presentación escrita por un eminente miembro de Al Qaida que trabajaba en el Islamic Observation Center, una organización islamista basada en Londres. Los dos falsos periodistas esperaron durante 9 días junto a otros invitados y periodistas occidentales que habían venido a Kwodja Bahaudine a entrevistar a Massud. Cuando estuvieron frente a él accionaron los explosivos que estaban en la cámara y asesinaron al último obstáculo que se interponía entre Bin Laden y su proyecto.
La cámara con que los dos asesinos de Massud pensaban filmar la entrevista había sido robada del auto de una periodista el 24 de diciembre del año 2000 en la ciudad francesa de Grenoble. Dos días después del asesinato de Massud, la segunda etapa del plan que iba a cambiar la configuración del mundo se ponía en marcha. El 11 de septiembre de 2001, el Word Trade Center caía convertido en polvo. En noviembre del mismo año, la administración Bush decidió hacer exactamente lo que Osama esperaba: lanzar en Afganistán una ofensiva punitiva contra el régimen que albergaba las bases de Al Qaida. Laden estaba convencido de que el territorio de la última batalla contra el imperio debía ser Afganistán. No hubo última batalla. George W. Bush se fue, Bin Laden murió hace poco. La guerra sigue, intacta y recurrente. Las tropas extranjeras siguen desplegadas en el país y nunca llegó la paz a Afganistán.
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