Lun 26.09.2011

EL MUNDO • SUBNOTA  › LOS INDIGNADOS ISRAELIES: EL NACIMIENTO DE UNA IZQUIERDA DE LA CALLE

La revuelta de las carpas

La protesta en Israel no parece aún tener la fuerza como para lograr un cambio estructural. Miran de cerca los levantamientos en el mundo árabe. Y comparten similares reclamos sociales ante un poder indolente.

› Por Eduardo Febbro

Desde Tel Aviv

Todavía quedan algunas carpas esparcidas a lo largo del elegante Boulevard Rothschild. Varias semanas después de que el movimiento israelí de los indignados levantara al país con una manifestación que reunió a medio millón de personas a principios de septiembre, las huellas de lo que pasó se van borrando poco a poco. Pero algunos focos persisten en lo que empezó con una mezcla de tradición y modernidad: el queso y Facebook. “Una cosa inédita, maravillosa, cada vez que me acuerdo no puedo creer que esto haya comenzado en Internet por el precio del queso y luego confluyera en la calle, con tanta fuerza”, dice Alon, un joven arquitecto al que le cuesta encontrar vivienda. La referencia al queso es esencial: la protesta fue primero virtual, sobre todo a través de Facebook, y tenía como objeto uno de los alimentos básicos de la comida israelí, el queso cottage, cuyo precio se había incrementado en un 70 por ciento. Ese queso es un alimento básico, un código culinario y cultural, una suerte de concentrado de la identidad israelí. Gracias a ese queso “el enemigo exterior entró a Israel con el lenguaje, y el gobierno descubrió que los problemas no sólo había que pensarlos desde las fronteras hacia afuera sino aquí adentro”, comenta con expresión irónica Aaron, otro joven de Tel Aviv que vivió esos días de protestas como si se hubiese despertado, de golpe, en un sueño.

Su comentario destapa una paradoja intencional: la gente gritaba en hebreo muchos de los slogans oriundos de la revolución árabe que arrancó en Túnez y se propagó a Egipto, Yemen, Jordania, Siria, Bahrein y Libia. “La bronca no se acabó, hasta que no haya reformas adecuadas, justicia y un control severo del sistema financiero que nos acorrala, la mecha permanecerá encendida. Esto sólo fue un primer tiempo”, agrega Aaron. Lo que cuentan los jóvenes en la calle es incompatible con el discurso oficial del Estado. Hadar, una elegante joven de esta zona adinerada de Tel Aviv, lo resume bien cuando dice: “Las revoluciones árabes nos mostraron un camino, de pronto la historia se dio vuelta. Hasta ahora nosotros éramos en Israel la democracia ejemplar, pero ocurrió que, sin proponérselo, quienes nos estimularon fueron los árabes con la consecuencia de su movimiento. Nos ocurría lo mismo, aquí y allá: corrupción, privilegios de una casta, precios excesivos, indolencia del poder”.

El historiador Shlomo Sand, una de las grandes figuras de la izquierda israelí, destaca una de las características del movimiento de jóvenes de julio y septiembre: el antagonismo fue interno: “No hubo articulación entre el descontento y el discurso sionista”, comenta este intelectual que se inscribe en la línea de los historiadores post sionistas. No obstante, con suma lucidez, Shlomo Sand reconoce que, tal como se plasmó, la ola de protestas no parece conducir a un cambio fundamental: “Nos falta aclarar las cosas, establecer con claridad qué es la izquierda y qué es la derecha, poner en tela de juicio los gastos coloniales y militares de Israel, que pesan mucho en la economía israelí. Esas son las preguntas a las que debemos responder. Si los reclamos se quedan en slogans simpáticos, nada cambiará”.

Stav Shaffir está convencida de lo contrario y, aunque a primera vista tiene una apariencia frágil, es capaz de convencer a cualquiera. Stav Shaffir es la muchacha que armó el estruendo, la líder de los indignados israelíes. Desde sus apenas 26 años y con su cabellera pelirroja agitándose al viento, la joven sostiene con convicción de combatiente: “La sociedad se ha despertado en Israel”. Fue ella quien, con otros jóvenes, instaló las primeras carpas en el Boulevard Rothschild de Tel Aviv. Stav Shaffir pertenece a la generación que fue desarrollando una conciencia política sin la obsesión del conflicto palestino. Es periodista, trabaja en un diario que recoge los testimonios de los refugiados que vinieron a Israel desde Tailandia, Guinea, Filipinas, Darfour o Etiopía, Eritrea en lo concreto. Como otros jóvenes de su edad, la muchacha siente que la engañaron, que, con el discurso de la seguridad de Israel como bandera y prioridad, se fue privatizando el país sin que nadie se diera realmente cuenta. “El contrato entre el Estado y los ciudadanos se ha roto. El Estado habla de seguridad, ¿pero qué ocurre cuando el mismo Estado no hace nada por la salud y la vivienda?”, pregunta. Ante su sonrisa radiante y juvenil se impone otra pregunta: ¿Y ahora qué, cómo sigue, qué pasa con esa izquierda israelí que, al igual que el gobierno, no vio venir la ola? “Hay que continuar”, dice con todo el corazón.

La revolución de las carpas del Boulevard Rothschild dio nacimiento a un fenómeno nuevo: una suerte de izquierda de la calle, muy distinta de la izquierda oficial de los partidos Avoda (el Partido Laborista) y Meretz. El primero integró las últimas coaliciones de gobiernos conservadores y no tiene discurso frente a los problemas de justicia social, privatizaciones, carestía de la vida, reparto de las riquezas. Ambos partidos, a su vez, mantienen una posición más que ambigua ante la imparable extensión de las colonias en los territorios ocupados en 1967. Alon, el arquitecto que no puede pagar los 1100 dólares que cuesta una vivienda con lo que gana, mira el cielo y dice: “Nuestro sistema de partidos se quedó cautivo de sí mismo. Se gobernó como se gobierna un país en pie de guerra. Así nació una oligarquía abusadora. Nosotros, los indignados, hemos nacido para que la voz de Israel llegue a esos oídos, sordos a fuerza de escucharse a sí mismos”.

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