EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Paola Bianco *
Cuando uno analiza a lo largo de la historia el conflicto palestino-israelí se encuentra a la vez con los rasgos de una conflictiva “racionalidad occidental” edificada sobre la negación sistemática de la alteridad. Porque precisamente la política exterior israelí ha dirigido históricamente todos sus esfuerzos a desconocer el derecho de los palestinos a tener un Estado propio, un Estado que por otra parte le costó mucho al pueblo hebreo conformar, pero que aun así y, sin muestras de empatía alguna, persiste en la negación de aquel a quien ve como al terrorista o bárbaro capaz de poner en riesgo su subsistencia.
Es en aras de tal subsistencia que el Estado de Israel se encamina hacia una invasión terrestre a Gaza, que por la masiva movilización de 75 mil reservistas aprobada el viernes en pleno por el Consejo de Ministros en un contexto de fuego cruzado, parece la opción elegida por el gobierno de Tel Aviv. Las declaraciones del ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, quien afirmó que su país intenta, con la ofensiva, “crear un efecto disuasorio en Gaza y no pactar una frágil tregua” y que “están preparados para una operación terrestre a gran escala, ya que si el ejército entra en Gaza no puede parar a la mitad y tiene que ir hasta el final”, ejemplifican muy bien la lógica expansionista y de negación del derecho del otro.
Aun partiendo desde un enfoque realista en política internacional, quizá resulte un error estratégico concebir hoy la seguridad del Estado de Israel a partir de una invasión a territorio palestino –ya muy acotado en el espacio por las sucesivas ocupaciones militares y por la misma política de asentamientos israelíes—. Medio Oriente es una región sumamente inestable, en la que reina un equilibrio de poder endeble y en la cual la tensión con Irán se encuentra latente. Hay que tener en cuenta, además, el proceso de cambio regional que algunos analistas denominan “Primavera Arabe” y que muy bien escenifica Egipto a partir de la caída del dictador Hosni Mubarak y su giro en política regional, más identificada con el mundo árabe y musulmán que antaño. En otras palabras, hoy Israel quizá ponga en juego, con su ofensiva militar sobre Gaza, el tratado de paz con Egipto.
En el mismo sentido que la diplomacia egipcia, que lidera una salida negociada, la Liga Arabe y Turquía expresan el rechazo a la política de fuerza de Israel y coordinan esfuerzos para apoyar la propuesta de los palestinos de buscar el reconocimiento como Estado observador en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Rusia también pretende el inmediato cese al fuego y el Mercosur se pronuncia por la paz, la negociación diplomática y el derecho a un Estado palestino.
El paradigma de la seguridad por la guerra tiene en cambio los mismos aliados históricos, aunque esto sea cada vez más conflictivo por los riesgos que acarrea y por la pérdida de legitimidad que significó para Israel la Operación Plomo Fundido de 2008. Más allá del apoyo explícito norteamericano a la ofensiva, que considera una autodefensa del Estado, la política militarista israelí encuentra paradójicamente cierta contención en su principal aliado: Estados Unidos. El presidente norteamericano, Barack Obama, parece tener claro los peligros de un desborde militarista, por lo menos al oponerse al intento sistemático de Israel en el último año de atacar militarmente a Irán.
El mundo se divide así entre dos posiciones en torno de Gaza pero que se fueron delineando sobre los conflictos bélicos del último tiempo, como la invasión a Libia y la actualmente discutida intervención de la OTAN en Siria. Más allá de las diferencias internas de cada país, y muchas veces ante el autoritarismo indiscutible de gobiernos que oprimieron a sus pueblos, cabe, sin embargo, preguntarse: ¿Cuáles son las prácticas civilizadoras? ¿Son aquellas que se basan en la violación de los principios fundamentales del derecho internacional y que hacen de las acciones de guerra su principal método para la solución del conflicto? Si es así, la “racionalidad occidental” deberá ser repensada por todos los pueblos libres que quieren la paz y la justicia y que muchas veces son señalados injustamente más cerca de la barbarie que de la civilización.
No es casual que tal escalada se produzca en un momento en el cual la causa palestina adquiere legitimidad y legalidad mundial, por su inminente reconocimiento como Estado observador en la ONU. A la posibilidad de un Estado propio, al reconocimiento del derecho de un pueblo que vive en un territorio al que le impusieron un bloqueo ilegal que viola todos los derechos humanos, y ante el cual el mundo occidental permanece impasible, se le responde alistando fuerzas militares para una invasión. ¿Quién expresa hoy la barbarie?
* Licenciada en Relaciones Internacionales, con estudios de posgrado en Ciencia Política y Sociología de Flacso.
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