Vie 22.02.2002

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

La ley de la selva

› Por Claudio Uriarte

Estados Unidos está ahora en mejor posición que antes frente a América latina: el colapso final del proceso de paz en Colombia termina de alinear a este país en la lógica antiterrorista post-11 de setiembre, y el debilitamiento de Hugo Chávez en Venezuela alimenta día a día el crecimiento de una oposición cívico-militar de derecha con respaldo popular. Pero estos cambios no son de la hechura norteamericana, sino un resultado del mal cálculo de sus opositores. En otras palabras, tanto las FARC –con una escalada de ataques que llevó a más del 50 por ciento de la población a respaldar las posiciones de un candidato antiguerrilla– como Chávez –con una desafortunada combinación de inacción de gobierno y polarización innecesaria– son los autores involuntarios del desenlace de hoy.
En este nuevo juego, Washington tiene las de ganar, no sólo por la superioridad militar del equipo y los adiestradores militares que entrega sino porque la capacidad de reclutamiento de la guerrilla se ha estabilizado en un techo, mientras las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia están creciendo, y no sólo gracias a la burguesía rural. Las FARC nunca pudieron hacer pie en las ciudades, salvo para atacar la infraestructura civil. Esos ataques crecieron en forma exponencial desde el frágil compromiso logrado en enero para negociar las condiciones de un cese del fuego que iba a empezar el 7 de abril. Negociar un cese del fuego subiendo el nivel de fuego era una apuesta a los extremos. También lo fueron las operaciones contra los oleoductos, y una campaña urbana dinamitera que recordó los peores días de los cártels de la droga. En este punto, la clase media dio un fuerte vuelco a la derecha: Alvaro Uribe Vélez, liberal disidente monotemáticamente antiguerrillero, pasó a detentar un 53 por ciento de intención de voto contra el liberal Horacio Serpa, que cayó al 25 por ciento. Al mismo tiempo, el ataque a los oleoductos logró un cambio de etiqueta que fue también el arrancamiento de una máscara en la política norteamericana, que pasó de presentarse como antinarcóticos a asumirse como antiguerrilla.
La apuesta de las FARC a generalizar la guerra será contraproducente para ellas, ya que políticamente están más aisladas que nunca desde que comenzó el proceso de paz, y militarmente carecen de cualquier respaldo serio en los países fronterizos (incluida la República Bolivariana). Por eso Colombia no será Vietnam: una selva no es la misma que otra.

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