EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
El amplio triunfo de Horacio Cartes parece indicar una nítida corrección a un período que podría quedar como una anomalía de la historia paraguaya. El primer capítulo de esa fase anómala fue el gobierno del centroizquierdista Fernando Lugo. El segundo, tras el golpe de palacio contra Lugo, el mandato de diez meses del Partido Liberal Radical Auténtico. Jamás había gobernado un presidente de centroizquierda. Nunca un liberal. Paraguay fue siempre para el Partido Colorado. Muchas veces por elecciones. Y muchos años por tiranía. El largo ciclo de Alfredo Stroessner terminó en 1989 con el golpe de Andrés Rodríguez, que inició una transición sostenida por el entonces presidente Raúl Alfonsín.
La investigadora argentina Lorena Soler, una de las pocas expertas sobre Paraguay en el Conicet, definió a Cartes como “un empresario oscuro, dedicado entre otras cosas al comercio ilegal de tabaco con Brasil”.
Lo cierto es que ese personaje es el que encabezará un nuevo gobierno colorado que tendrá amplísimo apoyo en las dos cámaras. Cartes también obtuvo un triunfo resonante en Asunción.
Hicieron un mal cálculo los liberales si pensaron que la presidencia de Federico Franco, el vice de Lugo que lo terminó reemplazando luego del juicio político más corto de la historia, con menos de 48 horas en junio de 2011, remataría en una presidencia validada por el voto popular.
En aquel momento Franco envió a su prima a negociar un gobierno bipartidario con Cartes. El empresario le dijo que los senadores colorados apoyarían el golpe de mano en la Cámara alta pero que Franco debía gobernar solo. Le transmitió que se quedara tranquilo y completase el mandato.
Surgió la candidatura liberal de Efraín Alegre, y con ella la esperanza de conseguir que una anomalía de facto se convirtiese en el primer período legal de un ciclo dominado por el PLRA. Los resultados de ayer sepultaron la esperanza y demostraron que Cartes ya vislumbraba en 2011 lo que quería y lo que podría lograr: que los liberales se quemaran en solitario y, frente a la escasa construcción y la división del centroizquierda, quedase claro para todos que Paraguay es colorado o no es.
Los liberales y los colorados tienen líneas internas que van desde la derecha a la izquierda como el peronismo o el radicalismo en la Argentina. La diferencia es que, mientras peronistas y radicales nunca pilotearon gobiernos inconstitucionales, los colorados tienen en su historia al stronismo y los liberales se apuntaron en el último tiempo el mandato golpista de Franco.
Los resultados de las dos fuerzas de centroizquierda confirmaron que la edificación de partidos sólidos durante la presidencia de Lugo fue una enorme debilidad que facilitó el golpe y ayer no colocó a ninguno de los dos candidatos en segundo lugar.
El periodista y dirigente político Mario Ferreiro y el Frente Guasú de Aníbal Carrillo salieron lejos de colorados y también de liberales. Lugo fue el candidato a senador de Carrillo.
Ferreiristas y luguistas tienen delante una posibilidad abierta. Terminado el período en que cada cual buscaba exhibir su fuerza relativa por presunciones o encuestas de intención de voto, ahora disponen de datos que les permitirían articular acciones, e incluso un frente, sabiendo quién es quién en cada sitio de Paraguay. Si lograsen coordinar, al menos, a sus legisladores, darán lugar a un conglomerado con capacidad de crítica testimonial, visibilidad pública como para formar parte de una eventual herramienta política fuera del Parlamento y, también, a plantarse en posición de resistencia aprovechando alguna fisura de los dos partidos mayoritarios.
Para los dos grandes vecinos, Brasil y la Argentina, el desafío será cómo crear instrumentos para ir midiendo los pasos de Cartes con más agudeza que la demostrada por ambos en los últimos años. Cada país se da su propio gobierno y nadie en su sano juicio puede criticar a Brasilia y Buenos Aires por no haber formado un equipo de intervención para fortalecer a Lugo frente al golpe y luego para impedir la victoria del “comerciante oscuro”. Es verdad que los dos gobiernos se mostraron enérgicos en su condena al golpe y en la sanción a Paraguay dentro del Mercosur: el gobierno de Franco fue suspendido en el disfrute de sus derechos plenos como miembro del bloque. Pero, en el medio de la inacción inicial y la contundente acción posterior, y descartando cualquier intervención desmedida, ¿hicieron lo que estaba a su alcance? Paraguay es, por lo pronto, un vecino, y la suerte de un vecino siempre importa. Por el destino del vecino, si un país es generoso, y por interés propio, ya que nunca es conveniente tener disgustos del otro lado de la medianera. Paraguay es un proveedor clave de energía eléctrica en Brasil. Con la Argentina su papel también es decisivo. El emprendimiento binacional de Yacyretá suministra el 15 por ciento de la energía eléctrica que consumen los argentinos.
Los gobiernos de Brasil y la Argentina y las fuerzas gobernantes, el Partido de los Trabajadores y el kirchnerismo, trataron a Lugo como si fuera un hermano. Mientras, y con discreción, desconfiaban de su capacidad de armado político, sobre todo cuando pasó el primer año de gobierno y con él se eclipsaba la popularidad del ex obispo enrolado en la Teología de la Liberación sin que nada permaneciese como un mojón institucional.
Con Franco la distancia fue ostensible.
¿Qué ocurrirá con Cartes? Los saludos de anoche de Cristina Fernández de Kirchner al presidente electo muestran un escenario con espíritu práctico. Un tema pendiente es la vuelta de Paraguay a un Mercosur que en el medio cambió. Venezuela no era miembro pleno justamente porque faltaba la ratificación del Senado paraguayo. Pudo serlo cuando la Argentina, Brasil y Uruguay suspendieron a Franco y, ya sin veto paraguayo, incorporaron al Estado bolivariano. Mientras los liberales trataban, sin conseguirlo, de presentar internacionalmente a Franco como un demócrata virtuoso frente a un Hugo Chávez que presentaban como un dictadorzuelo, el mismo Cartes se ahorró el trabajo sucio y prodigó elogios a Mercosur y Unasur.
Lugo y Franco son reyes muertos, uno por golpe y otro por la derrota electoral de los liberales. Cartes es rey puesto gracias a las elecciones de ayer. A rey muerto, rey puesto. No parece haber otra alternativa que restaurar la convivencia con Paraguay y, esta vez, cruzar los dedos para que los gobiernos de la Argentina y Brasil recuperen la agudeza perdida. Cartes no es Nicanor Duarte Frutos, el presidente colorado que por ejemplo apoyó el ingreso de Venezuela al Mercosur y, sin ser de centroizquierda, desplegó una buena relación con Luiz Inácio da Silva y Néstor Kirchner. Y encierra misterios que sólo el tiempo y la diplomacia develarán en toda su amplitud. Cartes puede cerrar filas con la Argentina y Brasil aun dentro de la disidencia o puede ser un factor de inestabilidad. Los lectores de este diario conocen las revelaciones de Página/12 sobre los cables de Wikileaks en los que el Departamento de Estado de los Estados Unidos consideró al Mercosur como una construcción regional antinorteamericana. El bloque no lo era ni lo es, pero a veces para Washington no ser pro significa ser anti. La posición estratégica de Paraguay en un momento tan armónico de Sudamérica obliga a prestar atención para detectar a tiempo cualquier signo no ya de fricción entre socios sino de discordia fabricada con sabor artificial.
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