EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Agustín Lewit *
Mucho es lo que se juega Honduras en estas elecciones y muchos son, también, los elementos novedosos que hacen de la misma una contienda electoral sin precedentes.
En principio, Honduras se enfrenta por primera vez en su historia a la posibilidad concreta de quebrar un bipartidismo –el más antiguo de América latina– que lleva más de un siglo de existencia. En efecto, desde 1902 –junto con distintas interrupciones militares– el Partido Nacional y el Partido Liberal, ambos de fuerte raíz conservadora, se han alternado invariablemente uno y otro en el poder.
Y quien abrió esa posibilidad de ruptura es Libertad y Refundación (Libre), el partido liderado por Xiomara Castro, esposa del ex presidente Manuel Zelaya, depuesto por un golpe de Estado en junio de 2009. Libre es un partido nuevo, con apenas dos años de existencia, surgido del corazón del Frente Nacional de Resistencia Popular, un movimiento que aglutinó a distintos sectores sociales que se opusieron a la destitución de Zelaya.
Pero la emergencia de un tercer partido que amenaza con poner en jaque la histórica estructura bipartidista de Honduras no es la única novedad de estas elecciones. El programa con el cual Libertad y Refundación parece haber seducido a gran parte del electorado también constituye un hecho absolutamente singular en la política hondureña. Condensado bajo la proclama de un “socialismo democrático” como vía hacia la “refundación del país”, Xiomara Castro prometió transformaciones estructurales que incluyen un proyecto de reforma agraria –en un país con altísima concentración de tierras en pocas manos y la mayoría de ellas extranjeras– reformas en los servicios sociales y el llamado a una Asamblea Constituyente que dé nacimiento a una nueva Carta Magna.
A diferencia de sus vecinos centroamericanos, como El Salvador o Nicaragua, hoy gobernados por fuerzas progresistas vinculadas de manera directa con experiencias armadas de décadas pasadas, en Honduras la izquierda nunca ha tenido un peso gravitante en la arena política nacional, tanto por la férrea hegemonía de las dos fuerzas tradicionales como por la fuerte dispersión de los movimientos populares. La aparición de Libre y sus altas chances de triunfo es, en ese sentido, un elemento absolutamente disruptivo y novedoso en el escenario político hondureño.
Allí, entonces, en esa posibilidad abierta de que la nación hondureña comience a transitar un rumbo hasta ahora desconocido, radica gran parte de las expectativas generadas sobre lo que sucederá este domingo. Como nunca antes en su historia, pues, Honduras está frente a una verdadera elección entre dos proyectos radicalmente distintos. De un lado, el que encabeza el candidato del oficialista Partido Nacional, Juan Orlando Hernández, que cuenta entre sus antecedentes con el de haber participado activamente en el derrocamiento de Zelaya y cuya campaña se basó en el lema “un soldado por esquina”. Frente a ese proyecto que plantea, a grandes rasgos, la continuidad del actual rumbo conservador y autoritario del presidente Lobos, asoma con fuerza el proyecto de Libre, que logró aunar en su programa de gobierno las demandas de un variopinto conjunto de sectores sociales históricamente desoídos.
Ese claro contraste y la posibilidad concreta de que el domingo inicie un nuevo tiempo para Honduras han provocado, entre otras cosas, una obscena y excesiva intervención de EE.UU. en toda la campaña electoral, sobre todo de la mano de la embajadora norteamericana en el país, Lisa Kubiske. Convertida en una suerte de árbitro general de las elecciones y camuflada bajo el ropaje de la neutralidad, la desmedida participación de Kubiske ha puesto en evidencia la importancia que revisten las elecciones hondureñas para el gigante del norte. Y es que, tal como es de prever, un posible triunfo de Xiomara Castro implicaría poner fin al obsecuente alineamiento hondureño respecto de Estados Unidos, con la consiguiente pérdida de influencia estadounidense en otro país del istmo centroamericano, y un acercamiento de Honduras –probablemente de la mano de Venezuela– hacia el ALBA, Unasur y la Celac.
Visto en perspectiva y a la luz del escenario político actual, aquel golpe de 2009 ha fungido como un disparador de conciencias en Honduras, una especie de caldo de cultivo que terminó derivando en un activismo de los sectores populares, creando, además, las condiciones necesarias para que un cambio estructural tenga lugar en el país. Libre, de la mano de Xiomara Castro, ha sabido capitalizar todo eso y allí radica la clave de su probable éxito electoral.
Es mucho lo que se juega hoy en Honduras y las cartas ya están echadas. Resta esperar, entonces, que esa experiencia tan prometedora para los sectores postergados hondureños logre dar el histórico batacazo.
* Investigador del Centro Cultural de la Cooperación.
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